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Conspiraciones de EE. UU.: los asesinatos del Pulpo – Miniserie

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Las series documentales de Netflix orientadas al policial venían repitiéndose formal y narrativamente, hasta entrar en un camino de agotamiento, pero, por suerte, apareció Conspiraciones de EE.UU.: los asesinatos del Pulpo para aportar algo de aire fresco. Quizás eso tenga que ver con que los productores son Mark y Jay Duplass, que estuvieron detrás de dos producciones documentales estupendas de la plataforma, como fueron Wild Wild Country y Evil Genius: the true story of America´s most diabolical bank heist. La primera era una gran reflexión sobre los caminos que toma la fe y cómo los antagonismos -religiosos, pero también morales y políticos- suelen parecerse mucho más de lo que aparentan y desean. La segunda era un adentrarse en los abismos del Mal (así, con mayúsculas), esos rincones donde la maldad no parece tener un por qué y elude cualquier explicación coherente. Esta nueva miniserie, dirigida por Zachary Treitz, trata sobre las redes de poder ocultas, pero también -y especialmente- sobre las obsesiones/adicciones que se crean en determinadas personas por dilucidar un misterio específico. En ella, el director acompaña a Christian Hansen, un joven fotoperiodista decidido a continuar el trabajo de un reportero llamado Danny Casolaro, quien en los noventa apareció muerto misteriosamente mientras investigaba una gran conspiración política. La muerte de Casolaro fue caratulada como suicidio, pero hubo un montón de situaciones extrañas que ponen en duda esa conclusión, y detrás aparece la sombra de una organización a la que el propio periodista denomina “El Pulpo”. Esa entidad es capaz de trascender el territorio norteamericano y unir a toda clase de personajes variopintos, que van desde un excéntrico genio de los sistemas de computación, hasta amenazantes agentes de inteligencia, pasando por políticos de enorme trascendencia, como George H.W. Bush. Y si la investigación de Casolaro arranca indagando sobre el supuesto robo y venta de un programa de recopilación de datos para el Departamento de Justicia, las pistas van llevando a un campamento armado en una reserva india, operaciones de producción de drogas y eventos de conocimiento público, como el escándalo Irán-Contras. Por eso, particularmente en sus dos primeros episodios, Conspiraciones de EE.UU.: los asesinatos del Pulpo se comporta como un thriller paranoico de los setenta, donde la sensación de peligro es constante, la incertidumbre una regla dominante y se perciben las huellas de fuerzas tan poderosas como letales. Pero, progresivamente, el relato utiliza ese molde y el recorrido de Hansen, que procura reconstruir lo trabajado por Casolaro y completar su investigación (además de averiguar qué pasó realmente con su muerte), para adentrarse en una metadiscursividad sobre la estructuración de la paranoia, sobre cómo todo puede parecer relacionado con el caso investigado. Ese primer desvío -por decirlo de algún modo- del planteo inicial es seguido por otro que reflexiona sobre cómo esos mundos de conspiraciones tienen un carácter adictivo casi inevitable, que permite que cada individuo entre en él, pero no necesariamente salga. No porque no se pueda salir con vida, sino porque capturan la existencia de cada sujeto hasta hacerlo parte de un “juego” (tal como lo describe una colega de Casolaro) cuya única norma inquebrantable es que nunca se detiene. Si la obsesión de Casolaro es el motor inicial de la narración, luego lo es la de Hansen -y, en menor medida, la de Treitz- y, finalmente, la del propio espectador, que se arrastrado por una trama con ribetes insólitos, pero aún así verosímiles. Consciente de que es una historia adictiva sobre las adicciones, de que se alimenta de la desconfianza y escepticismo que cualquiera tiene un poco adentro, Conspiraciones de EE.UU.: los asesinatos del Pulpo le pide a sus protagonistas y a propio público que se detengan, porque hay respuestas que siempre se escapan o nunca son satisfactorias. Y lo hace luego de mostrarnos mundos subterráneos que nos causan escalofríos, pero con los que es fácil obsesionarse.


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