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Los que se quedan

Título original: The Holdovers
Origen: EE.UU.
Dirección: Alexander Payne
Guión: David Hemingson
Intérpretes: Paul Giamatti, Dominic Sessa, Da’Vine Joy Randolph, Carrie Preston, Gillian Vigman, Tate Donovan, Michael Malvesti, Pamela Jayne Morgan, Greg Chopoorian, Dustin Tucker
Fotografía: Kevin Tent
Montaje: Eigil Bryld
Música: Mark Orton
Duración: 133 minutos
Año: 2023


10 puntos


UN ANTÍDOTO CONTRA EL CINE CHOTO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Pensar el camino recorrido entre La elección y Los que se quedan, es poder descubrir el crecimiento de un autor como Alexander Payne. No es que La elección, su segundo film, haya sido una mala película (más bien creo todo lo contrario: es una de mis comedias ácidas favoritas de todos los tiempos), pero sí era una que tenía muchos de los vicios del cine de la última década del siglo pasado: una mirada extremadamente cínica en la que no había salvación para nadie, con los truquitos de montaje del momento, con un espíritu canchero que le daba un tono complaciente con su espectador misántropo y un campeonato de frases ingeniosas, que para un guionista consumado como el propio Payne eran algo simple de lograr. La carrera posterior del director parece el camino que muchos de sus personajes recorren, sobre todo a partir de Entre copas: el del cínico que se agota de sí mismo y busca una escapatoria hacia una experiencia más humana y de confianza en los demás. Así como muchos otros, Payne parece filmar la misma película una y otra vez. Los que se quedan, su último opus, es otro de esos viajes de sanación personal. Y es, además, por el espacio educativo donde está ambientada (al igual que La elección), por la venganza social que emprende su protagonista y por la presencia de Paul Giamatti, un regreso a los orígenes del cine del director. De hecho, durante la secuencia de créditos, el nombre del director aparece justo en el plano de una silla vacía en la que se hace mención maliciosa al personaje de Giamatti. Auoconciencia a full.

No está de más pensar también en el viaje como un elemento que a Payne le resulta funcional a sus relatos. Si bien en Los que se quedan está más acotado, porque la trama transcurre en otro espacio, un reputado colegio de alumnado masculino allá por 1970, en determinado momento los personajes verán la necesidad de salir a la ruta, compartir un tiempo, relacionarse con ese mundo que está ahí afuera. Y, claramente, los vínculos se modifican, cambio que surge precisamente de ese tiempo/espacio compartido (un auto, un hotel) donde el otro deja de ser un enemigo para volverse una figura más precisa, delimitada por miedos con los que podemos identificarnos. Nada es arbitrario en el cine de Payne, los personajes no se vuelven buenos por arte de magia; ni tampoco se vuelven buenos: en todo caso, reconocen que ese espíritu hiriente que les gusta alimentar está construido un poco por sus propias frustraciones. Claro, tampoco el cinismo es gratuito.

En aquel colegio, por el receso de las fiestas de Navidad y Año Nuevo, se ven obligados a convivir un docente alcohólico, maloliente y despreciado por todo el mundo, un alumno con sus traumas y una cocinera que atraviesa el duelo de un hijo muerto en Vietnam. En un principio las cosas serán complicadas, pero a medida que se vayan descubriendo entre ellos la tensión irá bajando hasta la construcción de algo parecido a una familia, que es el gran tema de fondo de la película: por acción u omisión. Porque Paul (el docente), parece haber renunciado a la idea de tener una, porque Angus (el alumno) no renuncia a la idea de haberla perdido y porque Mary (la cocinera) atraviesa el proceso de hacerse a la idea de que la perdió para siempre y sólo le queda legar lo que quedó. Hacia el final cada personaje tendrá un gesto, pequeño, nada ampuloso, a la medida de sus posibilidades. Y Los que se quedan, que es una película divertidísima, graciosa, mala leche en muchos sentidos, se volverá una experiencia humana sin subrayados, mesurada en sus alcances, sumamente emotiva, con el espíritu de las películas de otrora. Y es imposible no pensar en que el film de Payne es una suerte de cruce entre el cine de Hal Ashby y ¡Qué bello es vivir! (que en el fondo también es una película navideña).

Como decíamos, cada personaje clausurará el relato con un pequeño gesto que es como la aprehensión de una épica personal y asordinada, sólo recordada por un puñado de personas. Payne se consagra como gran narrador y como (eso ya lo sabíamos) uno de los mejores directores de actores del Hollywood actual: Paul Giamatti, Dominic Sessa y Da’Vine Joy Randolph están perfectos, sin un gesto de más. Los que se quedan, con su estética old fashioned, llega para recordarnos cómo era el cine antes del ruido hueco, antes de que triunfen los Lanthimos, los Villeneuve, los Iñárritu, los Von Trier, los Östlund del mundo con su cine choto. Que venga de la imaginación de un director como Payne, que siempre se cobijó un poco en el cinismo y la misantropía, nos reconforta no sólo por su crecimiento personal, sino también porque tal vez haya salvación para los nombres mencionados anteriormente. Los que se quedan, película infrecuentemente perfecta.


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