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Entre copas (2004)



JEKYLL Y HYDE

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

El cinismo en el cine norteamericano se instaló fuertemente a partir de los años 90’s, con un grupo de cineastas-autores que comenzaban a rever la propia historia del cine yanqui con una distancia irónica. La canchereada, el cinismo, la autoconsciencia, la misantropía se apoderó de los géneros tradicionales y es una seña muy propia de la filmografía de tipos como Todd Solondz, Quentin Tarantino o los hermanos Coen, por poner algunos ejemplos. En ese sentido, la presencia de Alexander Payne es tal vez clave para entender este movimiento y para deconstruirlo, ya que esa mirada distante es a su vez observada con distancia por el director a partir de personajes ubicados indudablemente en un tiempo donde la misantropía era moneda corriente, algo muy propio de fines del Siglo XX por otra parte. Pero esos personajes eran depurados, saludablemente, por una humanidad que se filtraba hacia el final, como ese llanto contenido del pobre señor Schmidt.

La diferencia de Payne con sus compañeros generacionales en el cinismo es que nunca se sintió cómodo en ese lugar, nunca miró a sus personajes desde arriba y siempre intentó acompañarlos, comprenderlos u -en última instancia- ofrecerles alguna salida a esa introspección peligrosa en la que se encerraban. Lo interesante en el cine Payne es que esa pelea, esa fricción y rispidez entre lo cínico y lo humano se da dentro del propio relato, se hace corpóreo. Los personajes del director luchan como un Jekyll y Hyde de comedia feroz. Porque en el fondo sus películas terminan siendo siempre comedias y eso es lo que lo termina rescatando aún en sus pesores momentos.

El procedimiento de Jekyll y Hyde se hace evidente más que nunca en Entre copas. En primera instancia porque el Miles de Paul Giamatti está enfrascado en esa lucha interior entre lo horroroso y la buena persona que puede ser. Pero, además, porque el director apuesta por primera (y única) vez a la dualidad, al espejo donde los personaje se abisman a partir del vínculo entre Miles y el Jack del notable Thomas Haden Church. Si La elección era un relato coral, en verdad los personajes no dejaban de ser individuos dañados interiormente por un yoismo que les impedía escuchar al otro, Entre copas es donde a partir de cruzar a sus criaturas con la buddy movie y la road movie, Payne logra poner en crisis sus propio discurso. Y ahí surge ese hermoso epílogo donde un golpe en la puerta puede ser la apertura a un nuevo (y mejor) mundo. Claro que la película tiene sus momentos de más (todo ese giro con la billetera de Jack y una innecesaria escena de sexo) y ahí se deja ver el monstruo que habita en Payne y que parece querer reírse más que comprender a los personajes.

Pero fundamentalmente Entre copas -como casi todo el cine de Payne- es una película de palabras. Y aquí las palabras condicionan el montaje, son las que marcan el paso entre escenas y las que determinan el ritmo del relato. Y las que, en aquellas hermosas borracheras de Miles, se amontona, se vuelven etílicas y confusas. Giamatti tirándose encima una vasija llena de vino es uno de los grandes momentos de la película y una de las mejores broncas de la historia del cine.

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