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Qué bello es vivir (1946)



UN MILAGRO DE NAVIDAD

Por Mex Faliero 

(@mexfaliero)

Como nos enseñó Las películas que nos formaron, la serie documental de Netflix que cuenta el detrás de escena de algunos éxitos de Hollywood, muchas veces esas películas icónicas que todos conocemos a punto estuvieron de naufragar y pasar inadvertidas por la historia. El caso de Qué bello es vivir, tal vez el film más popularmente representativo de Frank Capra, podría incluirse en esta lista: un fracaso de taquilla en su momento, que dejó números rojos para Liberty Films, la compañía que Capra fundó junto a los directores George Stevens y William Wyler y al ex ejecutivo de Columbia, Sam Briskin. Pero por uno de esos giros propios del relato protagonizado por James Stewart, la película quedó fuera de la protección de los derechos de autor y pasó al terreno del dominio público algo que, claro, ningún autor desea. Sin embargo, gracias a que sus derechos quedaron liberados, muchas cadenas televisivas en los años 70’s vieron la oportunidad de sumar material sin costo a su pantalla y comenzaron a rotar Qué bello es vivir para la época de Navidad. Así la película no sólo se convirtió en uno de los films más emblemáticos sobre la Navidad (aunque no fuera en sí una película eminentemente navideña), sino que además tuvo una revalidación con el paso del tiempo, en la que afortunadamente se pudieron apreciar sus múltiples virtudes. George Bailey no podría estar más feliz.

Precisamente Bailey es el personaje que interpreta Stewart, un tipo que siempre añoró conocer el mundo pero al que sus obligaciones familiares y personales lo obligaron a quedarse en el pueblito de Bedford Falls. Allí se hará cargo de la compañía financiera del padre, se casará con su novia del secundario, formará una familia y padecerá la mala suerte más grande de la historia del cine cuando su tío pierda un sobre con dinero que lo dejará en la bancarrota, motivo que abrirá la puerta de lo fantástico que se promete desde el primer minuto: la llegada de un ángel bastante particular que le enseñará a George la importancia de su presencia en el mundo, al menos en ese pequeño espacio de Bedford Falls. Capra, que había tenido una década de 1930 realmente brillante (It Happened One Night, Mr. Deeds Goes to Town, Mr. Smith Goes to Washington, You Can’t Take It With You), había marchado hacia la Segunda Guerra Mundial y esta sería una de sus pocas ficciones de los años 40’s, dominados por una serie de documentales sobre aquel conflicto bélico. Capra, que había construido una imagen de director de comedias joviales y luminosas, de pronto descubría con este film lo trágico de la vida, los pequeños pesares que se acumulan para construir una vida desdichada. Tal vez el público norteamericano, que venía de ganar la guerra y atravesaba una etapa de optimismo inusitado, no estaba preparado para la amargura de Bailey, para esa tristeza que lo llevaba a desear el suicidio. Los giros del guión del film de Capra fueron tan imponentes, y su resolución fantástica es tan perfecta desde la estructura dramática, que muchos perdieron de vista que durante algo más de una hora Qué bello es vivir es una película pura del estilo del director, con su humor jovial y disparatado (la escena del piso del gimnasio que se abre) y un romanticismo de ensoñación. Si bien Qué bello es vivir plantea un final positivo, en el que una suerte de milagro navideño opera para que Bailey pueda salir de la bancarrota, también es cierto que esa resolución se da por medio de un elemento mágico que podría simbolizar que todo ese epílogo, en verdad, no sucedió. Y esa es parte de la magia de la película de Capra y de uno de esos finales felices a veces malinterpretados. Hay en esa utopía del final una ausencia absoluta de cinismo y honestidad respecto del carácter fabulesco pero, sobre todo, del aspecto material de esa fábula donde el dinero es una herramienta que no tiene corazón, y que se puede usar tanto para el bien como para el mal.

Qué bello es vivir no es sólo la película navideña más emblemática de la historia del cine, sino una que además se convirtió en una poderosa referencia cultural, con una lectura sobre el mundo que representa una posición ante la vida muchas veces acusada de sensiblera. Buena parte del cine de Steven Spielberg ha sido construido a imagen y semejanza de este film de Capra (uno piensa en La terminal, por ejemplo), pero sin dudas que toda la primera parte de la carrera de Adam Sandler fue una reversión enroscada de Qué bello es vivir, incluyendo ya de manera explícita esa suerte de remake de Mr. Deeds Goes to Town que fue Mr. Deeds. Tal vez el aspecto caprino del cine de Sandler llegó a su límite con Click – Perdiendo el control, un ejemplo de cómo, cuando se malinterpretan, estas fábulas caen en el horror más absoluto. Y ni qué decir de Volver al futuro, especialmente cuando Marty McFly descubre cómo se modificó su ciudad cuando Biff Tannen se hizo rico gracias al libro de apuestas. Ese paseo horrorizado de McFly por un mundo decadente se refleja en el rostro de George Bailey cuando descubre que, en su ausencia, Bedford Falls se convirtió en Pottersville y comprende, un poco tarde pero siempre a tiempo, que las buenas acciones no tienen que representar un triunfo personal sino que deben aspirar a un bien general.

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