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Leonera (2008)

El camino de la fe

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)


leonera


Cuando parecía que su carrera descarrilaba, desestabilizada por las indecisiones y arbitrariedades presentes en Nacido y criado y Familia rodante, Pablo Trapero encuentra el rumbo justo a tiempo con Leonera. O más bien, lo consolida, deja de lado las vacilaciones y va a fondo con un estilo narrativo que se complementa de manera fluida con una construcción formal.

Es raro, porque esa consolidación incluye las virtudes pero también los defectos del cine de Trapero. Tal como señalaba Mex Faliero en su crítica en el momento del estreno (la cual puede leerse acá), en Leonera juega un papel decisivo lo primitivo, lo salvaje, lo instintivo, en relación directa con los vínculos cimentados en lo familiar, lo sanguíneo, incluso en la amistad. Eso impacta en un guión que posee la lucidez para observar sin juzgar a Julia, una mujer que acciona y se relaciona con su contexto desde lo animal, alejada totalmente de lo racional (lo cual dispara en ella tanto lo mejor como lo peor del ser humano); pero que también manipula en exceso las circunstancias, aprovechando las situaciones extremas con las que trabaja, para dar por sentados determinados cambios en la protagonista y quienes la rodean sin justificarlos con total solidez, sosteniéndose solamente en la potencia de las imágenes creadas por el realizador o el impacto de ciertas secuencias.

Con Leonera ya queda claro que los mundos que explora Trapero están marcados por la violencia como una regla inquebrantable, como un marco del que los protagonistas no pueden escapar. Julia es un personaje faro no sólo en este film, sino definitivamente en toda la filmografía del director: lo es porque le reconoce entidad a lo femenino (que no se la juzgue no quiere decir que se la mire como alguien inocente, ya que es una persona que elige su propio destino), porque es la cima de la simbiosis creativa entre el realizador y su esposa Martina Gusman, porque pone el cuerpo de manera casi sacrificial y porque marca pauta para lo que vendría a continuación.

A partir de Leonera, el cine de Trapero empieza a estar marcado por la fe; no sólo porque el sacrificio –en un sentido que en mayor y menor medida coquetea con lo cristiano- pasa a ser un factor de extrema importancia, sino porque también se le empieza a pedir al espectador un alto nivel de creencia, aún cuando lo que se esté contando no termine de ser verosímil. En Leonera, lo sanguíneo, lo instintivo, lo violento, van de la mano con la manipulación. Esa operación aquí no termina indignando, sino que es exitosamente aceptada porque no hay discursos explicativos, no hay bajadas de línea paternalistas, sólo una mujer llena de defectos tratando de hacer lo que puede en una situación terrible. Lo que termina imperando es la acción, lo corporal, impulsado por una puesta en escena enérgica y visceral que le otorga un peso enorme a la interrelación entre los espacios y los sujetos. Y es entonces que el espectador puede creer, alcanzando una fe casi religiosa en lo que está viendo.

Lo que vendría después para Trapero estaría marcado por los mismos dilemas que en Leonera, por cómo justificar instancias y decisiones a partir de la acción. La clave pasaría siempre por las formas en que se enhebraron los discursos, por el nivel de incidencia depositada en la palabra en contraposición con lo que expresan los cuerpos. Cuanto más comprendió esto el director, mejor le fue.

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