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El bonaerense (2002)

Cínicos

Por Matías Gelpi

(@matiasjgelpi)


bonaerense


El bonaerense es una película consagratoria, de esas que incluyen la mayoría de los elementos que un realizador desarrollará en su carrera. Además ha sido una identificación para Pablo Trapero durante cierto tiempo, ya que fue el film que lo terminó confirmando como un realizador trascendente a tener en cuenta.

Al pensar en El bonaerense trece años después, debemos preguntarnos qué ha sucedido con la materia de su tema principal, la Policía de la Provincia de Buenos aires. Hay una respuesta apresurada pero contundente: la policía sigue siendo una organización delictiva estatal de la peor calaña. Basta con pensar en Luciano Arruga, o en Scioli sacando agentes como si fuera una fábrica como para entender que el estado de las cosas no es muy diferente al presente que describía la película. Acordémonos de estas cosas a la hora de votar, por lo menos para hacernos cargo. El problema de los excesos policiales es mundial, es naif pensar que un tipo que debe convivir con la muerte y la agresión constante esté del todo equilibrado. Sin embargo, señalemos que quien tiene amplias posibilidades de ser Presidente antes ha sido gobernador de la Provincia de Buenos Aires, y poco ha hecho por desmantelar el núcleo fascista criminal de la policía de la provincia. ¿La vigencia de la película de Trapero es gracias a Scioli? Quizás.

El bonaerense es sobre el cinismo, el principal motor que impulsa hacia adelante y sin rumbo esta fuerza del orden. La capacidad inquebrantable de hacerse el boludo olímpicamente incluso ante las peores atrocidades y evadir. En el universo de la película (bastante representativo del real) cualquiera de esos policías entiende la doble vida que debe afrontar. Sabe que es necesario mantener la pantomima institucional que es la estructura que legitima y hace posible la impunidad. En la grandiosa última entrega de la saga Misión: imposible se nos cuenta de una nación secreta de espías fuera de toda regulación y absolutamente autárquica. Así también, La Bonaerense es una especie de país autónomo que se defiende y se gobierna a sí mismo. No es una nación secreta pero, al igual que en aquella fantasía protagonizada por Tom Cruise, está formada por un tipo particular de hombre, en este caso, el cínico. Como ese político feroz que es el subcomisario Gallo, capaz de condecorar a Mendoza por un crimen absolutamente montado, o de ordenar un arresto verdadero o la cobranza de una coima a un dueño de cabaret con la misma solemnidad. Zapa (esa actuación desconcertante de Jorge Román), aprende que hay que bancársela un tiempo e irse, pero seguir siendo policía.

Román esquiva la cámara con incomodidad, como si de verdad fuera un policía real al cual estamos descubriendo infraganti. Esa verosimilitud documental y un ritmo sostenido sin concesiones hacen comprender por qué en su momento se recibió esta película con bastante entusiasmo por parte de algún sector de la crítica. El bonaerense sigue estando vigente en cuanto a tema y forma.

Vale preguntar si Trapero finalmente filmó algo mejor que esta película; probablemente sí. Lo que podemos afirmar con menos dudas es que estamos, como decíamos al principio, ante una película consagratoria, pero también ante una de esas que clausuran etapas. Trapero, por suerte, nunca volvió a intentar lo mismo.

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