
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
La segunda temporada de FUBAR fue más una confirmación que una sorpresa, en el sentido de que quedó ratificado que su piso y su techo no distan mucho entre sí. Eso ubica a la serie creada por Nick Santora en la típica medianía de Netflix: la de un entretenimiento aceptable, con defectos claro, pero también virtudes puntuales que la hacen una experiencia disfrutable. La nueva entrega retoma unos meses después de donde había terminado la primera, con la familia de Luke Brunner (Arnold Schwarzenegger), que incluye también a su equipo de trabajo, obligada a quedar confinada en una casa segura para no ser detectados por los múltiples enemigos que los acechan. La convivencia forzada los tiene a maltraer, pero ese confinamiento durará poco a partir del surgimiento de una nueva amenaza que los obligará a salir de su escondite. La nueva misión los enfrentará con Greta Nelso (Carrie-Anne Moss), una ex espía rusa y antiguo interés romántico de Luke a la cual él creía muerta, y que ahora actúa como mercenaria al servicio de un villano en las sombras, que obviamente quiere desatar el caos absoluto. Lo que vendrá entonces es una carrera contra el tiempo, que elevará las tensiones entre los distintos individuos que integran el grupo de protagonistas. En ese esquema narrativo, vuelve a quedar claro que FUBAR funciona mucho mejor como comedia que como exponente de acción. En lo segundo es incluso un tanto perezosa, hasta cuando parte de ideas potencialmente muy entretenidas: por caso, una secuencia con un viejo tanque en una base militar que amaga con ser un despiole total, pero que luego queda reducida al estatismo y a ser un instrumento del guión para algo más. Es lo primero lo verdaderamente destacable de la serie, por más que se perciba más como una sucesión de chispazos aislados y no tanto como una construcción sistémica. Capítulo a capítulo, FUBAR arroja chistes e ideas cómicas por todos lados, incluso cansando un poco, aunque esa mecanización no deja de ser estimulante, en gran medida porque evidencia que no se descansa en el recurso fácil de apelar al carisma del elenco. En esa metodología de prueba y error permanente, hay unos cuantos momentos de comicidad que no serán sofisticados, pero indudablemente felices: por ejemplo, toda la subtrama del agente Aldon (Travis Van Winkle) y su súbita adopción de un simpático cerdito es realmente delirante y demuestra que la serie no tiene problema en tomarse descansos en el medio de la historia de espionaje. Lo mismo se puede decir de todo lo referido a Chips (Guy Burnet), un secuaz de Greta que se la pasa tratando de ganarse el amor de Emma (Monica Barbaro) y despliega actitudes desquiciadas, que lo muestran en una especie de realidad paralela. Son esas invenciones las que rompen con lo esperado y le dan a la serie un tono juguetón y cercano a lo paródico. Sin embargo, en el fondo, para bien y para mal, FUBAR es una comedia familiar, de padres e hijos, de rematrimonio, de enredos amorosos y fluctuaciones amorosas. Una con una familia disfuncional y con un armado desparejo, donde varios personajes -como Donnie (Andy Buckley) y Carter (Jay Baruchel)- aparecen y desaparecen, o terminan reducidos a un chiste que se exprime en exceso. Pero que igualmente termina siendo querible y justificando la chance de una tercera temporada, aunque eso parece difícil que suceda, teniendo en cuenta la baja de espectadores que tuvo.
-La segunda temporada de FUBAR está disponible en Netflix. Todavía no hay noticias de una tercera entrega.
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