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Glass Onion: un misterio de Knives out

Título original: Glass Onion: a Knives out mystery
Origen: EE.UU. 
Dirección: Rian Johnson
Guión: Rian Johnson
Intérpretes: Daniel Craig, Edward Norton, Janelle Monáe, Kathryn Hahn, Leslie Odom Jr., Kate Hudson, Dave Bautista, Jessica Henwick, Madelyn Cline, Noah Segan, Jackie Hoffman, Dallas Roberts, Ethan Hawke, Hugh Grant, Stephen Sondheim, Natasha Lyonne, Kareem Abdul-Jabbar, Serena Williams, Joseph Gordon-Levitt, Yo-Yo Ma, Angela Lansbury
Fotografía: Steve Yedlin
Montaje: Bob Ducsay
Música: Nathan Johnson
Duración: 140 minutos
Año: 2022
Plataforma: Netflix


6 puntos


MÁS NO ES NECESARIAMENTE MÁS

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Una de las primeras cosas que saltan a la vista en Glass Onion: un misterio de Knives out es la inmensa cantidad de plata que se gastó en el proyecto. Es cierto que el film está situado en una isla privada de un millonario caracterizado por la ostentación constante, pero hay también en la puesta en escena de Rian Johnson una voluntad permanente por dejarle en claro al espectador que hay un presupuesto altísimo, incluso cuando no es necesario. Todo es gigantesco, brilloso y lujoso, en un juego de interacción con la trama un tanto peligroso, en el que el diseño de arte se impone junto con el artificio a los aspectos narrativos más relevantes.

Convengamos que la primera parte de la saga del detective Benoit Blanc (Daniel Craig) también indagaba en el poder del dinero y sus repercusiones afectivas en las personas en un único espacio cargado de simbolismos. Pero si ahí la cuestión de fondo eran las conductas familiares, acá es el clásico círculo de amigos: el millonario en cuestión (Edward Norton explotando su lado más jodido), uno de esos tipos que tiene a cada rato ideas tan alocadas como potencialmente exitosas, invita a su pandilla a un fin de semana de fiestas y diversión en un lugar aislado del resto del mundo. Allí llegan una actriz (Kate Hudson) y su secretaria (Jessica Henwick); un influencer (Dave Bautista) y su novia (Madelyn Cline); una gobernadora (Kathryn Hahn); y un científico encargado de llevar a la concreción sus invenciones (Leslie Odom Jr.). Y, también una ex socia y ahora enemiga (Janelle Monáe), además de, claro, Blanc, que arriba a la reunión por error, sin haber sido invitado. Cuando el anfitrión plantea un juego de misterio en el que hay que resolver su propio asesinato, los acontecimientos se descontrolarán, habrá muertes y empezarán a surgir una enormidad de trapitos sucios que estaban esperando a salir al sol. Irá quedando claro, entonces, que a ese grupito de amigotes no los une tanto la amistad, sino la conveniencia, el temor y otras emociones violentas.

Como señalábamos previamente, a Johnson le interesa ahondar en las implicancias de la riqueza, en cómo es usada como instrumento de opresión o liberación, en cómo define las relaciones afectivas y profesionales para bien o para mal. El gran mérito de Entre navajas y secretos consistía en cómo, para explorar esta temática, utilizaba las herramientas genéricas del policial, pero también de la comedia, para unirlas y combinarlas de forma fluida y así extraer conclusiones que tenían mucho de sociológicas, pero que estaban lejos de un subrayado solemne. Lo que se imponía era el tono chispeante, un humor sarcástico que aún así no les quitaba humanidad a personajes clave. Este factor solo aparece de a ratos en Glass Onion, donde prevalece un imaginario visual brilloso y la comicidad luce mucho más apagada, o más relegada por la necesidad de bajar línea por parte de Johnson.

Esa escasez de diversión hace a la película un dispositivo gigantesco y a la vez un poco ombliguista, explosivo (incluso literalmente) pero también efímero, que dice muchas cosas y al mismo tiempo pocas realmente sustanciales. Y que también repite estructuras narrativas de fondo, sin innovar, solo inflando su premisa en una operación de retroalimentación con los artificios que bordea y hasta cae en el cancherismo. Se le podrá agradecer a Johnson su devoción por los relatos al estilo Agatha Christie y sus ganas de construir un universo similar, pero afincado en el cine a partir de una interacción entre lo clásico y lo contemporáneo. También su voluntad por romper todo, aunque sea de forma calculada, y su habilidad para conducir al espectador por su cuento policial, incluso cuando ya ha mostrado todas las cartas. Sin embargo, ese cálculo convierte a Glass Onion en una película algo fría y demasiado preocupada por mostrar cuán ambiciosa es, hasta el punto de relegar a sus personajes al rol de meros objetos para enunciar puntos de vista. A veces, la acumulación no necesariamente suma, sino que resta potencia y complejidad.


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