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Fiasco total: Woodstock 99 – Miniserie

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Una de las cosas que supo detectar -o evidenciar- Netflix a través de su producción documental es que nos encantan los desastres. Y cuando hablamos de desastres, no nos referimos solo a los naturales, sino también a los sociales, a esos producidos por el hombre cuando se quiere pasar de vivo y se enfrenta con sus propios límites culturales. Por eso, quizás, Fiasco total: Woodstock ´99 es una miniserie muy divertida y que funciona, al mismo tiempo, como una especie de thriller con una carga de tensión casi adictiva. Dirigida por Jamie Crawford, muestra cómo se quiso replicar el suceso del emblemático festival de música realizado en 1969, pero la nueva edición quedó marcada por sus disturbios y destrucción casi total, en contraposición con la imagen de paz y amor que emanó el Woodstock original. El procedimiento utilizado no tiene nada de original: una combinación de entrevistas e imágenes de archivo que dialogan entre sí, construyendo una narración que se permite un par de flashbacks, pero que en general progresa hacia adelante, contando en apenas tres episodios lo que ocurrió en esos tres días en los que todo lo que podía salir mal, salió mal. Quizás la diferencia cualitativa, ese suspense permanente -dado por la anticipación y expectativa que se genera en el público-, está dado por ese reloj que marca la hora y que acciona en cierto punto como el cronómetro de una bomba cada vez más cerca del estallido. Los testimonios nos van dando la pauta de cómo el evento se pensó originalmente como una actualización del festival original, como un nuevo encuentro donde convivieran el amor por la música con el amor en general, aunque el cambio de época terminó jugando un papel decisivo. No solo porque las ambiciones de los organizadores cambiaron -todo pasó a tratarse de conseguir sponsors y explotar al máximo las posibilidades de ganancia, descuidando por completo la experiencia de los asistentes-, sino también porque las nuevas generaciones de ese momento, más que celebrar la paz, celebraban la violencia. El relato, con un montaje vertiginoso, muestra cómo todos los incentivos se fueron alineando para que todo volara por los aires: una ubicación donde había pocos lugares apropiados para pasar tres días seguidos; un clima inusualmente caluroso; servicios tercerizados (como la recolección de basura y la venta de comida) que estuvieron ausentes o cobrando precios absurdos; un dispositivo de seguridad totalmente desbordado casi desde el comienzo; y hasta una programación que pretendió sumar nombres emblemáticos (desde Korn hasta Limp Bizkit, pasando por James Brown, Sheryl Crow, Bush y Red Hot Chili Peppers), pero sin un criterio específico. A eso se sumó un grupo de organizadores y productores que no prestaron atención a las señales de alarma y una masa de jóvenes descontrolada, que fue creciendo en agresividad (en especial a partir del segundo día) y que terminó incurriendo en actos de vandalismo de todo tipo, y hasta violaciones. A Fiasco total: Woodstock ´99 se le puede reprochar que, en su ritmo frenético, termina asignando culpas de manera un tanto simplista -con los empresarios llevándose la carga principal- y que cuando quiere hacer una lectura sociológica (sobre los cambios de comportamiento y consumo, el machismo, los abismos generacionales y hasta el divismo de los artistas) se muestra un tanto superficial en sus conclusiones. Hay incluso una idealización de lo que fueron los sesenta y el hipismo que hasta un poco ingenua. Pero hay que reconocer que la miniserie consigue un potente equilibrio entre lo satírico -reflejando con la distancia pertinente los niveles de idiotez que convivieron entre sí en todos los ámbitos del festival- y lo angustiante -al transmitir una sensación de peligro permanente-, lo que le permite ser una experiencia que se pasa volando. Y eso no deja de ser meritorio cuando pensamos que aborda un evento que para muchos fue extenuante.

-Los tres episodios Fiasco total: Woodstock ´99 están disponibles en Netflix.


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