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Los bañeros más locos del mundo (1987)



LA NOSTALGIA INCÓMODA (PARA ALGUNOS)

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Ayer se conoció el fallecimiento de Gino Renni y eso disparó obviamente una enorme cantidad de necrológicas donde predominó la nostalgia por lo que su figura representaba: un tipo de humor que se asocia inmediatamente con creaciones como las sagas de Brigada explosiva y los Bañeros, que encima estaban directamente vinculadas entre sí. Claro que esa ola nostálgica, perfectamente lógica para muchos, para algunos de nosotros es bastante repudiable, pero también incómoda, ya que nos recuerda una visión sobre el mundo que está ahí, presente y casi imperturbable, por más que no nos guste.

Lo cierto es que Los bañeros más locos del mundo es posiblemente el film más emblemático y recordado con Renni, a partir de cómo sirvió de puente entre las sagas mencionadas previamente. Tercera entrega de la saga de Brigada explosiva, fue a la vez la primera de la saga de Bañeros, además de integrante de un grupo de seis películas estrenadas entre 1986 y 1989, representantes cabales de un modelo de producción donde lo que menos importaba era la calidad estética y narrativa. A la vez, encarnaban parte de un espíritu de época, donde la vuelta de la democracia habilitaba una visión que lucía más relajada, pero que era, también, una muestra de la continuidad con los modelos culturales impuestos por la última dictadura.

De ahí que Alfonsín podía ser parte del disparador de la trama (la Brigada Z tenía que hacerse cargo de su custodia y, luego de provocar un desastre, les daban vacaciones y terminaban consiguiendo trabajo en un balneario marplatense), pero no había una verdadera ruptura con la ideología de los años de plomo. En el film de Carlos Galettini seguía la objetualización de los cuerpos femeninos, la misoginia explícita, el ligero aval al desempeño de las fuerzas de seguridad y la mano dura, el humor entre soez y patotero, la puesta en escena televisiva. Ni siquiera el retrato de Mar del Plata era una verdadera novedad: al igual que en comedias de Olmedo y Porcel como Mirame la palomita, la ciudad era presentada como un lugar vacacional, de diversión y escape. Más que nada lo último, y no dejaba de ser paradójico que la huida de las responsabilidades que emprendían los protagonistas estaba enmarcada dentro de un producto al que se caratulaba como “para toda la familia”.

Pero lo verdaderamente incómodo al recordar un film como Los bañeros más locos del mundo es darse cuenta de que esa continuidad de valores entre conservadores, retrógrados e hipócritas trascendió a los ochenta. Y no solo fue a través del ejercicio nostálgico practicado incluso por muchos sectores que se pretenden progresistas, pero reivindican estas comedias desde la pose estilo “me gusta verlas para burlarme de lo malas que son”. Eso explica los éxitos de Bañeros III, Todopoderosos en el 2006 y de Bañeros 4: los rompeolas en el 2014. O las vigencias de los peores exponentes del teatro de revista, el sexismo de Showmatch y el machismo apenas escondido de las películas de Adrián Suar. Por más que queramos convencernos de que la mirada cultural, social y hasta política que transmitían los bañeros ha quedado olvidada, marginalizada o condenada a la mirada burlona, lo cierto es que se mantiene como dominante. A lo sumo se pone las máscaras de la corrección política: por eso lo tenemos a Tinelli convertido súbitamente en feminista y a Suar fingiendo posturas supuestamente rupturistas. Es que los espectadores no eran conservadores o machistas porque aprendían de películas como Los bañeros más locos del mundo, sino al revés: esas producciones interpelaban sus valores, ya previamente consolidados. Contrariamente a lo que muchos suponen, el cine, como cualquiera herramienta comunicacional, no produce comportamientos, sino que los reproduce. De ahí que vale la advertencia, por anticipado: cancelar esas obras no va a solucionar nada y apenas servirá para ocultar los problemas de fondo, que son mucho más complejos.

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