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MAR DEL PLATA 2020: cuatro miradas a la 35ª edición

La 35ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata ya terminó, pero como siempre en Funcinema tenemos cosas para decir. Cuatro cronistas hacen un resumen en un año gobernador por la virtualidad.


MATINÉE

Por Gabriel Piquet

(@funcinemamdq)

Es una sensación, pero este año me pareció que hubo un desinterés en ver películas. Puede haber muchas causas, la más obvia es el estado anímico y los meses de encierro que a esta altura ya saturan hasta al más voluntarioso de los humanos. La falta de presencia física del evento se extrañó. Aunque puede ser molesto interactuar con ciertos personajes que concurren al Festival, también se disfruta de ver a los conocidos que año a año se van sumando como amigos cinéfilos. La sala -un símil estadio de fútbol-, la convivencia con el resto desde la complicidad de una risa hasta algún grito por algo que sucedió en la pantalla. Los silbidos e insultos cuando algunos llegan tarde y se quedan parados delante de la pantalla sin dejar de ver a los otros espectadores. El tener que ver la película sin parar (la virtualidad da esta opción), y esto puede parecer tonto, obliga a concentrarse más en lo que se está viendo y aburrirse más si no te interesa. En algunos casos, no siendo tan benévolo con lo que se vio. Los infaltables y divertidos gente-siesta en una sala (he visto casos con ronquido incluido), que después escuchás comentando la película como si la hubieran visto completa. Estos pro y contras se extrañan. Dicen que gran parte de la producción va ir hacia el streaming o que el público masivo va a preferir este sistema. El cine, en realidad las salas de cine, van a quedar; creo que va a pasar como con otras artes: solo quedará espacio para lo masivo, se acotarán los tiempos de permanencia de una película en cartelera, pero las salas quedarán (es un deseo más que una afirmación). La gran pregunta serán los festivales, cuántas películas se harán para streaming, cuánta posibilidad de proyectarlas solo en salas tendrás dichas películas, cuánto dinero podrán aportar los gobiernos para producir películas que no generen muchos ingresos monetarios luego de la pandemia. Eso lo comenzaremos a ver en breve. Soy de los que quiere volver a una sala, también me imagino que será diferente. Una de las películas que vi está ambientada en un viejo cine (a los que vienen a Mar del Plata por el festival, recordarán el Atlas o el América), esos grandes que tenían pullman. El film está situado en 1993, época en la que más o menos esos cines comenzaron a desaparecer o a reconvertirse. Estamos ante nuevos cambios, ojalá no desaparezcan los pocos que quedan. Espero que no pase como en varias de las películas que vi en el Festival. Que nos lleguen fotos o videos y que tengamos que hacer el trabajo antropológico para decirle a las nuevas generaciones que eso que ven ahí se llamaba sala de cine.


LA (IN)COMODIDAD DEL HOGAR

Por Marcos Ojea

(@OjeaMarcos)

Decir que fue un Festival distinto es una obviedad, muy cerca de los millones de personas que subieron fotos a sus redes sociales y las titularon “Un cumpleaños distinto”. En un año de pandemia, el formato virtual y por ende hogareño con el que apareció el Festival representó una experiencia agridulce, funcional pero incompleta. Hubo películas buenas, películas malas, pero difícilmente pudo verse algo capaz de romper con la cotidianeidad de quienes vemos películas a diario. O quizás se deba a la falta de inmersión que implica la oscuridad de una sala de cine, que nada tiene que ver con la luz apagada del hogar, la computadora, los auriculares. El Festival de Cine, con todas sus fallas, siempre fue para mí algo ritual, una semana en la que me perdía entre butacas y me sentía (aunque solo fuera una impresión) parte de una comunidad, con charlas fugaces y cafés apurados para entrar a la siguiente película. Con un hijo de ocho meses, la posibilidad de ver las películas en mi casa incentivó el vicio de la pausa, que muchas veces fue necesaria y otras tantas no. Pero cierta contemporaneidad neurótica muchas veces vuelve elástica la experiencia del cine en el hogar, con un espectador atacado (y dejándose atacar) por varios frentes de distracción. En ese sentido, y más allá de la calidad de los títulos, lo que más se extrañó fueron los cines: el quilombo, las películas agotadas, los paseos rápidos de un complejo a otro, el intercambio, la sorpresa. Con menos películas y la chance de elegirlas desde una pantalla, todo fue más fácil, pero también más anodino, y no muy distinto de lo que hacemos todos los días.


FONDO DE PANTALLA

Por Cristian Ariel Mangini

(@cristian_mangi)

Este 2020 no es un año que se pueda considerar normal bajo ningún punto de vista. Atravesado tangencialmente por la pandemia de Covid-19, un tema que cambio hábitos culturales y agenda, los festivales de cine del mundo se vieron obligados a modificaciones o ser cancelados. El impacto de la pandemia redujo secciones, actividades y el número de films bajó drásticamente respecto a otros años, pero sin embargo hay un buen nivel, en particular hablando de la Competencia Argentina, que cubrí en su totalidad. Hay una hibridación de géneros y propuestas jugadas desde lo formal que hablan de una transición a otros modelos narrativos que aún no terminan de afirmarse. Y también hay joyas como el documental Esquirlas, la cálida y notable Las motitos y la brutal e incómoda La sangre en el ojo. Pero si lo cinematográfico está cubierto a pesar de todo, sin embargo el formato improvisado y acotado cristaliza la esencia del Festival en Mar del Plata: una pantalla en una ciudad que no ha terminado de hacerlo propio. Su formato virtual y distante, sin un público como partícipe activo de las funciones, da una dimensión más figurada sobre lo que se plantea todos los años, es el festival organizado en LA CAPITAL e instalado en otra ciudad. A pesar de sus rasgos atípicos, la ciudad es apenas un fondo de pantalla con una magra difusión local. Si este año doloroso sirvió para algo, es para desnudar las apariencias.


UNA OPORTUNIDAD PERDIDA

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

La virtualidad fue una experiencia que nunca nos vimos venir para el Festival de Mar del Plata. Pero fue (y es) un año tan raro este, con el contexto de la pandemia, que dentro de todo lo que pasó -cosas realmente pesadas y trágicas- dejar de ir al cine es un hecho sinceramente menor. De hecho, como periodista del interior del país, muchas cosas de las que suceden en el mundo del cine, en esta nación centralista en la que vivimos, siempre las experimentamos a la distancia. Por lo tanto, el festival virtual era algo que nos generaba un poco de desazón pero también expectativa. Expectativa porque de una buena vez por todas la organización del Festival nos iguale a todos como cronistas, colegas y pares que somos. Ni pensemos en que el festival sea realmente marplatense, algo que ya discutimos por estas páginas y que siempre lamentamos (que no se hayan hecho transmisiones desde algún espacio físico de la ciudad parece a esta altura un dato menor). Ahora bien, históricamente la prensa cuenta con diversas credenciales, que marcan categorías diferentes de acreditado: hay quienes tienen acceso limitado a las funciones y otros que gozan del beneficio de la butaca reservada en las salas. Es una distinción asquerosa, aunque parece inevitable (están los que conceden, pero también los que aceptan sin chistar). Pero este año, en el que todos íbamos a estar mirando el festival desde la casa, pensamos (vaya ingenuidad) que finalmente la virtualidad había llegado para igualarnos. Y no, claro que no. Porque algunos cronistas tenían acceso a las películas el mismo día que se estrenaban y otros las tenían desde antes. Y así es como los lectores podían ver cómo algunos medios publicaban reseñas con anterioridad a los estrenos, primereando a todos sus colegas. Uno sabe que a veces esto está favorecido por los agentes de prensa, que generan sus privilegios. Es discutible y condenable, pero son decisiones de privados. Ahora que la propia organización del Festival, que representa a un Estado que repite a cada rato aquel viejo discurso de la igualdad, promueva estas inequidades, es sin dudas una canallada. El Festival de Mar del Plata virtual, en definitiva, fue una oportunidad perdida.

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