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Funcinema

Mank

Título original: Idem
Origen: EE.UU.
Dirección: David Fincher
Guión: Jack Fincher
Intérpretes: Gary Oldman, Amanda Seyfried, Lily Collins, Tom Pelphrey, Arliss Howard, Tuppence Middleton, Monika Gossmann, Joseph Cross, Sam Troughton, Toby Leonard Moore, Tom Burke, Charles Dance, Ferdinand Kingsley
Fotografía: Erik Messerschmidt
Montaje: Kirk Baxter
Música: Trent Reznor, Atticus Ross
Duración: 131 minutos
Año: 2020


5 puntos


PRESENCIA DE MALICIA

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

No es sencillo tratar de interpretar qué quiso contar David Fincher en Mank, más allá del homenaje a su padre (Jack Fincher, autor del guion original) y de su necesidad por ponerse de un lado de la grieta más legendaria que haya atravesado a Hollywood: la autoría de El ciudadano, ¿obra del guionista Herman Mankiewicz o del director Orson Welles? Hay mucha literatura al respecto. En Mank, Fincher se asoma al Hollywood clásico, al sistema de estudios de los años 30’s y 40’s, a sus magnates, sus estrellas consagradas y sus estrellas en ascenso, sus vínculos con el poder político, su propio poder y sus héroes silenciosos. Para el director de Pecados capitales precisamente Mankiewicz es uno de esos héroes, un borrachín y jugador empedernido, dueño de una verba poderosa que quedaría plasmada en su obra pero, fundamentalmente, en la forma de relacionarse con ese entorno de alta sociedad. Fincher, autor que ha sabido trasladar con acierto el texto a imagen, lo que hace aquí es un poco regodearse en una estética que busca emular a aquel cine, con tonos que varían según las intenciones: la screwball comedy para los diálogos entre guionistas; el melodrama para los pasajes de descenso a los infiernos del protagonista; incluso el drama romántico para los encuentros entre Mankiewicz y Marion Davies, figura en ascenso y también amante de William Randolph Hearst, el magnate mediático al que El ciudadano está “dedicada” (también hay mucha literatura al respecto). El problema de Mank en cierto sentido es que rozando estas estéticas y registros del período clásico, se termina pareciendo sin desearlo a un objeto cotizado y más vulgar del cine del presente: el biopic hecho y derecho.

No deja de ser curioso el interés de Fincher por esta historia, puesto que salvo en Zodíaco y su vínculo con el cine de los 70’s, es difícil encontrar en sus películas una conexión con el pasado. El cine de Fincher (más allá de algunas obras excelentes como la citada Zodíaco, Red social o Perdida) es fundamentalmente un cine del presente, ansioso por el impacto inmediato, urgido por la necesidad de suponer que está reinventando el lenguaje cinematográfico, algo que por cierto era bastante habitual en muchos directores/autores que se hicieron populares en los 90’s. Y una parte de ese manierismo se traduce aquí en el ir y venir en el tiempo, que intenta a su vez emular la fragmentación narrativa de El ciudadano. Con todo esto, Fincher logra, como dijimos, apenas rozar la época que retrata, entre gestos técnicos un poco pavos y repetitivos (la simulación del fílmico con las marcas del cambio de rollo en el ángulo superior derecho del cuadro) y otros más integrados al relato, como el bello blanco y negro obra del director de fotografía Erik Messerschmidt. Lo que está claro, y en eso Fincher no deja de ser coherente, es que el director odia bastante aquella época, a la que considera hipócrita y conservadora. Claro, siempre hay personajes transversales como Mankiewicz que terminan siendo funcionales, desde su irreverencia, a un discurso del post-moderno.

Lo que tampoco es sencillo de interpretar es por qué Netflix le dio tanta importancia a este proyecto, destinado exclusivamente a un público cinéfilo y con especial interés en el Hollywood del pasado. Ese Hollywood del pasado del que casi no hay rastro en la plataforma, salvo por -curiosamente- El otro lado del viento, película inconclusa de Orson Welles que rescataron con placer arqueológico (y digo curiosamente porque Welles es en la película de Fincher el más maltratado de todos). En la invisibilización del cine clásico pero a la vez en su acercamiento desde la mirada retrospectiva de películas como Mank hay no solo un interés impostado por parte de Netflix, sino también una recreación falsa y desapasionada: Fincher filma todo con una gran desconfianza, como si no quisiera al 99% de los personajes que pasan por la pantalla. Para la plataforma, esta película es como ir a un remate por el solo hecho de quedarse con algún objeto caro, por más que no le signifique nada. Mank es un museo al que hay que visitar en plan turístico, para tener una anécdota que contarles a los amigos.

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