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Hudson Hawk: el halcón anda suelto (1991)



FREE AS A HAWK

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Cuando semanas atrás murió Danny Aiello, todos recordaron sus películas más consensuadas, aquellas donde no sólo el actor brilló sino que, además, son respetadas y han atravesado el paso del tiempo con cierta hidalguía. Obviamente, nadie recordó Hudson Hawk: el halcón anda suelto, repitiendo un episodio del pasado: todos la ignoraron cuando se estrenó, ganó tres de esos vergonzosos premios Razzie (incluido el de peor película) y sepultó de alguna manera las intenciones autorales de un muchacho que por aquel entonces estaba en el centro de la escena: Bruce Willis.

Hudson Hawk es una película de robos maestros, pero no una cualquiera. Es una película súper ambiciosa que mezcla el cine de aventuras y de acción muscular de aquellos tiempos, con un look old fashioned pero revestido de cierto futurismo punk, que abordaba la parodia, el espionaje internacional y, fundamentalmente, la comedia, con elementos propios del cartoon y el slapstick, incluyendo algunos sonidos que reforzaban el efecto de las caídas y golpes. En otros textos de esta columna hemos mencionado cómo cuando uno revisita el cine de buena parte de los 90’s, especialmente durante los primeros años de esa década, se encuentra con películas que intentaban una refundación de los códigos de entretenimiento, con el humor autoconsciente como materia prima. Sin embargo son películas que no pasaron el filtro de su época, más preocupados como estábamos en el fin de siglo por la tecnología y la precisión del verosímil: de ahí, podemos entender la dictadura del verosímil que gobierna la generación actual. Películas como Hudson Hawk, El último gran héroe, La muerte le sienta bien, El demoledor, Waterworld se planteaban como grandes espectáculos para el gran público, pero pretendían llevar las reglas del verosímil un poco más allá. Tal vez no era momento y el público cayó seducido ante la perfección técnica aplicada a los dinosaurios de Jurassic Park: todos querían ver lo maravilloso de lo real, a nadie le interesaba ver una realidad borroneada y exagerada por la vía del artificio.

Y Hudson Hawk era precisamente eso. La película arrancaba con un prólogo en la Italia del Renacimiento donde se mostraba a un Leonardo da Vinci en pleno trabajo, con experimentos que llevaban a los inventos más modernos mientras no se definía por pintar la sonrisa de la Mona Lisa. De ahí se saltaba a la trama de un convicto que salía de prisión (Willis) y al que todos obligaban a volver al crimen, y aparecían una pareja de millonarios excéntricos y malvados bastante sexuales (unos histriónicos Sandra Bernhard y Richard E. Grant), un agente de la CIA absolutamente corrupto (James Coburn), una mina que laburaba para el Vaticano tratando de descubrir diversos fraudes -y encubrir otros- (Andie MacDowell), unos pandilleros que usaban nombres de golosinas incluyendo a uno que se mimetizaba con todo lo que se cruza (David Caruso). Es decir, un delirio astronómico que sumaba viajes a Roma y un intento de robo en el Vaticano, y la persecución entre una camilla y una ambulancia, y ladrones que sincronizaban sus robos con viejos standards como una suerte de rat pack atravesado por el espíritu de los looney tunes, y al Papa de Roma pegándole al televisor porque perdió la señal, y a un personaje imitando el lenguaje de los delfines (?). La película tenía grandes momentos de humor y acción, con un aire estrafalario y sumamente inventivo, que confundía a un espectador desprevenido y acostumbrado a una acción concentrada en el héroe y mucho más sombría. Aquí todo estallaba por los aires con una fascinación inusitada por lo imprevisible.

Pero como dijimos, Hudson Hawk fue un fracaso. La película reunía a varios nombres propios de peso de por entonces. El director Michael Lehmann y el guionista Daniel Waters venían de colaborar en una comedia emblemática de los 80’s como Heathers, el otro guionista, Steven E. de Souza, había escrito Duro de matar, y Willis era la gran estrella del momento. Bruce había saltado a la fama gracias a la serie televisiva Luz de luna (una comedia encantadora), pero se convirtió inusitadamente en héroe de acción gracias a -precisamente- Duro de matar. Para 1991 ya se estrenaba la secuela de aquel film de acción, actuaba bajo las órdenes de Brian de Palma (La hoguera de las vanidades), Robert Altman (Las reglas del juego) o Alan Rudolph (Pensamientos mortales). Es decir, estaba en la cima del mundo, transitaba el mainstream y el cine de autor, funcionaba en la comedia y en la acción, y estaba dispuesto a probarlo todo. Precisamente Hudson Hawk nació de una historia suya y era un vehículo a su disposición para explotar definitivamente su calidad de cómico, un poco relegada por la impronta que dejó en aquellos años John McClane. Claramente el experimento no funcionó, y sumado a lo difícil que fue el propio Bruce durante el rodaje y su nuevo fracaso obtenido en 1992 con La muerte le sienta bien (otra comedia lunática e imprevisible), sus ambiciones de autor del nuevo (nuevo) Hollywood se fueron a las alcantarillas.

Lo cierto es que Hudson Hawk es un disfrute, si uno piensa el cine como ese territorio libre donde cualquier cosa puede pasar. Y nos quedarán para siempre Willis y Aiello sincronizando sus movimientos al ritmo de Swinging on a star, en uno de los momentos más felices que el cine sobre la felicidad (y esta película lo es) haya construido jamás.

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