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Matrix (1999)



ELIJO LA PÍLDORA AZUL

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

El relato de Matrix posee varios clímax que se van acumulando y retroalimentando –la decisión de Neo de rescatar a Morpheus, el ataque al edificio de los agentes, la pelea entre Neo y el Agente Smith- hasta llegar al gran clímax, que es cuando Neo revela ante todos (y a sí mismo) que es realmente el Elegido, desplegando sus poderes por completo. El héroe aceptando que es un héroe, queriendo ser un héroe, exhibiendo su heroicidad. Sin embargo, hay otro clímax, en la primera mitad de la película, que es donde se encuentra la tesis filosófica de los Hermanos (ahora Hermanas) Wachowsky: es el monólogo donde Morpheus le dice a Neo que debe elegir entre la píldora azul, o sea, continuar con su monótona existencia, creyendo lo que desee creer; o la píldora roja, lo que implica permanecer en “el País de las Maravillas” y que le muestren “cuán profunda es la madriguera del conejo”.

Neo elige la píldora roja y Morpheus le muestra la “verdadera” realidad que, en los hechos, es aburridísima: la mayoría de la gente se olvida que buena parte de Matrix transcurre en una nave donde las personas se dedican a comer un grumo proteico, hacer tareas de vigilancia, esperar, evocar esa supuesta gran ciudad de la libertad que es Zion y aguardar para entrar nuevamente a la Matrix, que es donde está la verdadera diversión. El que viene a dejar esto en claro es el personaje de Cypher, ese antagonista que en un punto cumple una función similar a la del personaje de Daniel Fanego en Luna de Avellaneda: el decir, con sinceridad brutal, lo que nadie –ni los héroes, creadores o espectadores- quiere oír. El tipo ya está podrido de esa realidad supuestamente liberadora pero donde solo queda limitado a cumplir con las órdenes de Morpheus; está arrepentido de haber tomado la píldora roja; sus motivos, aunque egoístas, no dejan de ser lógicos (¿no querríamos todos volver a un lugar donde, si conocemos las reglas, podemos torcerlas y hacer cualquier cosa?); y su acto de traición no deja de ser un gesto de rebeldía contra un poder establecido que lo oprime y nunca lo entiende. Con Cypher se podría aplicar el razonamiento que Barney Stinson (aquel gran personaje de la serie How I met your mother) utilizaba con Johnny Lawrence en Karate Kid o Hans Gruber en Duro de matar: podría ser visto como el héroe incomprendido de la historia.

En parte esta paradoja empezó a impactar –un poco inconscientemente- en el público con las dos entregas siguientes, donde Zion (y su realidad tan superficialmente multicultural como anodina) cumple un rol mucho más relevante, incluso imponiéndose a la realidad de la Matrix: a nadie le importaba lo que pasaba en la “verdadera realidad” ni ninguno de los esquemáticos personajes de la ciudad rebelde. Todos querían volver a esa dimensión virtual donde se podía romper con cualquier límite, porque allí es donde estaba la aventura, o al menos la chance de que lo aventurero –y lo heroico- surjan con mayor potencia. Pero los Wachowski llevaban las disquisiciones filosóficas hasta un límite insoportable, obturando toda posibilidad de diversión.

Lo cierto es que esa solemnidad impostada y facilista –porque todo lo que se dice en la saga de Matrix ya estaba dicho hace rato-, ese camino que solo podía conducir al aburrimiento extremo ya germinaba en la primera parte, que a su vez puede verse a la distancia como una de las películas que inauguró el Siglo XXI cinematográfico antes de que comenzara. Matrix empezaba a mostrar que los espectadores del nuevo milenio, para adentrarse sin culpa en la ciencia ficción u otros géneros considerados como “menores”, necesitaban que el paquete incluyera una buena dosis de ironía, distanciamiento, frialdad, cinismo y hasta desprecio por lo que se estaba contando y contemplando. ¿Realmente podemos decir que Neo, ese Luke Skywalker serio e imperturbable, cuyo único gesto humorístico era mover la manito invitando a pelear, era un personaje querible? ¿Podemos empatizar con un individuo tan parecido a Superman pero sin su carisma?

En Matrix, los Wachowski contaban una historia narrada una y mil veces –el tipo que descubre que puede ser mucho más de lo que pensaba inicialmente y que debe convencerse de que puede convertirse en líder-, pero con envoltorio cool y canchero, retomando algo del espíritu del Kubrick de 2001 y allanando el camino para los Nolan, Villeneuve y hasta Iñárritu, poniendo los cimientos de un cine tan “importante” como desprovisto de sentimientos y verdadera épica. Lo raro es que el monstruo que ayudaron a crear los terminó devorando: luego de la mala recepción de Matrix recargado y Matrix revoluciones, quisieron mostrar algo de humanidad en la fallidísima Meteoro, que fue vapuleada por todos; mientras que Cloud Atlas y El destino de Júpiter no les importaron a nadie.

A veinte años de su estreno, Matrix solo puede mantenerse desde la acción, desde los pasajes donde le cede espacio a lo lúdico, al dinamismo y al movimiento. Cuando habla, no solo es obvia, sino también pedante. Mejor tomar la píldora azul y elegir nuestra propia aventura.

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