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Alacrán o la ceremonia

Muy Buena


RECORDAR ES NARRAR

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Narrar es un acto que muchas veces se sustenta en la memoria, en la conjunción de recuerdos de una manera arbitraria pero también deliberada. Son hechos desarmados y vueltos a armar, con piezas que encastran de forma nueva y reordenada. Narrar es un montaje, y uno con características rituales, ceremoniales, planificadas, una puesta en escena donde prima el artificio, donde la verdad y la mentira se entremezclan y confunden. Por eso no es casualidad que Alacrán o la ceremonia lleve ese título: lo ceremonial, lo ritual, la construcción de capas ficcionales son su esencia principal, su motor para el recuerdo y su forma de entablar un lazo con el público.

El monólogo escrito y protagonizado por el español José Antonio Lucia presenta al Alacrán, un ejemplar gitano que es una especie de parodia de sí mismo, alguien que en sus dichos y movimientos lleva todos los estereotipos y convenciones al extremo, enrulándose en la autoconsciencia hasta hilvanar un verdadero camino de ida. Progresivamente, Alacrán irá contando su vida, pero esa existencia estará signada principalmente por su vínculo con “La Cangrejo”, la mujer que fue el amor de su vida pero que también era la mujer de otro, del que era su mejor amigo. La historia que cuenta Alacrán de sí mismo se irá convirtiendo en un relato romántico, un triángulo amoroso atravesado por la música, el baile, las borracheras, el sexo y, claro, la violencia, la muerte, la tragedia.

Desde el mismo comienzo, todo es hilarante, paródico y hasta satírico en la ceremonia que monta Alacrán, un ritual desembozadamente artificial, un juego de capas estéticas que configuran un terreno resbaladizo pero altamente atractivo. En eso es clave la performance de Lucia, al que se le nota una formación multifacética, que le permite manejar la escena, entablar el contacto justo con el espectador y delinear desde lo anárquico –pero también desde una cuidadosa planificación- un personaje inmerso hasta el cuello en lo ridículo. Pero también, desde lo grotesco –como demostrando que hay muchas tradiciones españolas que dialogan fluidamente con lenguajes rioplatenses-, la mueca de Alacrán esboza una gestualidad triste, nostálgica, marcada por la pérdida. Lo payasesco, lo cómico, la corporalidad desestructurada, no dejan de ser disfraces que enmascaran el dolor y las cicatrices que dejan las ausencias.

Sin embargo, en esa angustia que transmite en ciertos pasajes el monólogo de Alacrán, en su narración de una suma de recuerdos de lo que fue y no volverá a ser, nunca deja de estar presente la vitalidad. Alacrán o la ceremonia es en todo su trayecto un espectáculo que roza inaudito, casi sin pausas o momentos muertos, que avanza a mil por hora, explotando la materialidad teatral, entremezclándola con lo musical y hasta con cierto dramón trágico que roza lo telenovelesco, alternando una amplia variedad de emociones desde lo corporal. Alacrán es puro cuerpo, un ser que baila, grita, canta, susurra, recurre a todos los gestos posibles y en el medio extraña, evoca, dejando que la pasión por esa mujer ausente lo posea, hasta constituirse en presencia. Alacrán representa esa masculinidad un poco cursi, un poco inverosímil, pero aún así realista, que está aguardando en todos los hombres, en ese lugar recóndito donde se fusiona con lo femenino, hasta dejar en claro que todo macho es un ser sensible, imposible de concebirse a sí mismo sin la mujer que lo complete.


Texto e interpretación: José Antonio Lucia Dirección: Román Podolsky Fotografía: Félix Méndez Iluminación: José Antonio Lucia Producción: Glauka Producciones Sala: Espacio 33 (33 Orientales 1119, CABA) – Sábados 12 y 26 de mayo a las 22:30.

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