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Abattoir: recolector de pecados

Título original: Abattoir
Origen: EE.UU.
Dirección: Darren Lynn Bousman
Guión: Christopher Monfette
Intérpretes: Jessica Lowndes, Joe Anderson, Dayton Callie, Lin Shaye, John McConnell, Bryan Batt, Michael Paré, J. LaRose, Jackie Tuttle, Jay Huguley, Aiden Flowers, Carol Sutton, Josh Berger, Terence Rosemore
Fotografía: Michael Fimognari
Montaje: Brian Smith
Música: Mark Sayfritz
Duración: 98 minutos
Año: 2016


3 puntos


EL COLECCIONISTA DE HORRORES ROBADOS

Por Henry Drae

(@henrydrae)

Cuando se dice que en Hollywood faltan ideas es porque se está hablando de remakes, de secuelas o de “homenajes” a ciertos géneros por el uso de escenas homenajeadas al milímetro o simplemente recreadas sin mención de la fuente de origen. Pero es más lamentable aún cuando las ideas están pero son sólo la punta de la historia y a la hora de desarrollarlas se falla estrepitosamente.

Tal es el caso de Abattoir: recolector de pecados, cuyo director, Darren Lynn Bousman, tiene una carrera tan prolífica como desigual en el género que incluye varias entregas de la saga Saw: el juego del miedo, La profecía del 11-11-11 o Sangriento día de las madres, entre otras. Aquí logra atrapar la atención del espectador con el planteo de la historia, pero no sostiene la premisa y comete el pecado mortal de aburrir con un segundo acto lleno de diálogos absurdos y sobreactuados, y que desembocan en una última parte rimbombante (aunque trillada) que hubiese sido un final no tan terrible si se hubiese sostenido el guión.

Todo comienza en el momento en que Julia Talben (Jessica Lowndes) periodista que cubre la sección de bienes raíces de un periódico local, sufre el sangriento asesinato de su hermana y sobrino. Cuando la habitación en la que ocurrió el crimen desaparece de manera literal a horas de lo sucedido, Julia inicia una investigación tras la cual decide, acompañada por un policía que la pretende, Declan Grady (Joe Anderson), viajar a un pueblo de Nueva Inglaterra para investigar una serie de pistas basadas en otros escenarios que fueron quitados de la misma manera. Allí se encuentra con Allie (Lin Shaye) que la pone al corriente sobre la verdad detrás de las desapariciones misteriosas de cuartos que han servido de escenas criminales y la incidencia de un personaje siniestro a quien debe responsabilizarse de eso. Luego y con la curiosidad bien alimentada, Julia y Declan se adentran en esa atmósfera enrarecida en ese pueblo en que todos parecen ser parte y cómplices, y convergirán en un lugar en el que puede residir la explicación al enigma, que conlleva un precio altísimo a pagar.

Resumida así la historia podría ser algo prometedor, al menos mueve al interés de los amantes del género, pero los problemas no tardan en llegar: en sus primeras escenas hay un intento de ambientar la trama en un entorno de cine policial negro, pero a los pocos minutos la dinámica cambia y parece que estamos viendo otra cosa, como si el director se hubiese olvidado de cómo estaba contando su historia, o si hubiese cambiado de director de arte. El gore medido y los crímenes sangrientos explícitos parecen ser parte del contenido pero también se dejan de lado luego de una sucesión vertiginosa de puñaladas y martillazos, hasta el final. El personaje de Allie, encarnado por una actriz icónica de las películas de terror de la última década, es sobreactuado y de narración pasmosa. Y el gran villano, una caricatura de varios próceres de clásicos del terror que pueden ir de Vincent Price a Bela Lugosi sin la imponente presencia de estos ni su intimidante accionar.

Luego las fuentes de “inspiración” son tantas, tan mal utilizadas y tan confusas que mueven a la gracia. Los espíritus de 13 fantasmas o la ambientación de La mansión embrujada son sólo dos que se pueden citar. La irrupción al universo en el que se ven inmersos los personajes a partir del tercer acto es una sacudida al aburrimiento que impera en el segundo, pero en lugar de retomar la lógica de la historia e intentar cerrar de manera dramática el enigma, se convierte en la parodia epiléptica y volátil de la explicitud de la muerte continua.

Por último, Abattoir: recolector de pecados tiene un final teatral, cuyo dramatismo se parece más al de una obrita de escuela secundaria que al cierre de una producción de mediano presupuesto. No queda más que sugerir al espectador que coleccione mejor los minutos de su tiempo y elija cualquier otra película del género para ver, como podría serlo alguna de las mencionadas aquí mismo aunque sean del mismo director.

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