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Río Perdido

lost1Título original: Lost river
Origen: EE.UU.
Dirección: Ryan Gosling
Guión: Ryan Gosling
Intérpretes: Christina Hendricks, Iain De Caestecker, Saoirse Ronan, Matt Smith, Ben Mendelsohn, Eva Mendes, Reda Kateb, Barbara Steele, Landyn Stewart, Rob Zabrecky, Shannon Plumb, Torrey Wigfield, Misty Robinette
Fotografía: Benoît Debie
Montaje: Nico Leunen, Valdís Óskarsdóttir
Música: Johnny Jewel
Duración: 95 minutos
Año: 2014


3 puntos


EL CAMINO DE LOS SUEÑOS (Y DE LAS SIESTAS)

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

lost2En estas páginas ya he hablado de Ryan Gosling, de sus capacidades actorales cuando logra soltarse y liberarse de cierta presión por ser el actor generacional: en películas como Loco y estúpido amor o Dos tipos peligrosos aparece el mejor Gosling, ese que de la mano de la comedia puede desprenderse de la solemnidad afectada con la que ha acompañado muchas películas icónicas de la actual generación de espectadores, igualmente solemnes y afectadas. Pienso inmediatamente en Nicolas Winding Refn y en su estetizante hasta el hartazgo Drive, o en Derek Cianfrance y su Blue Valentine, aunque allí haya muchos elementos rescatables (y más aún en la posterior El lugar donde todo termina). Así que ante el debut en la dirección de Gosling, uno podía preguntarse qué camino tomaría el actor.

Digamos que Río Perdido resuelve la encrucijada de manera sencilla, porque viendo un poco su tráiler y los pósters promocionales con la utilización de los colores, desde el prejuicio podíamos prever cuáles serían los caminos que finalmente tomaría Gosling: que son los de la ambición desmedida, la apuesta visual estética y vacua, una serie de símbolos decididamente sobreexplicados, y una sordidez afectada típica de las peores producciones del indie. Pero hay más, mucho más, porque el actor-director (que si algún acierto tuvo fue, al menos, el de no aparecer en cámara) agarra una coctelera gigante, que toma las referencias mayores (Terrence Malick, David Lynch) y las agita con sus imitadores berretas (Winding Refn) para entregar un mal-trago de mamushkas donde el último y más insignificante muñeco es el propio Gosling. Es como si uno en vez de hacer una de Hitchcock, hace una de De Palma copiando a Hitchcock.

En Río Perdido tenemos un pueblo inundado, con sectores arrasados y con gente que sobrevive como puede, entre la melancolía y la imposibilidad de cambio. Los personajes, incomunicados, disfuncionales como en tanto indie rural norteamericano, son una madre y sus dos hijos: ella, para impedir que le demuelan la casa, consigue un trabajo en una suerte de cabaret gore, donde Gosling no se priva de nada, ni de homenajear a Mario Bava y otros maestros del giallo. Todo está enrarecido en el film, con esa estética de sueño y pesadilla a lo Lynch, y un trabajo sobre el sonido y el montaje a lo Malick post El árbol de los sueños. Hay un tipo violento que comanda el pueblo tijera en mano, cortándole los labios a todo el que le oponga resistencia: en la otra subtrama, ese será el rival del hijo mayor. Gosling demuestra que conoce y admira a todos estos realizadores, pero es una admiración de camiseta estampada, de fanático irreflexivo: nunca puede ir al hueso, sobrevuela la superficie y acumula guiños y apariencias sin mayor sustento. Y así como él nunca puede penetrar en los significados que intenta desarrollar desde la dirección y el guión, los espectadores no podemos entrar en su yuxtaposición de conceptos. Gosling cree, erróneamente, que amontando sale algo. Y lo que queda es no sólo tedio por un film que se sacude de vez en cuando con algún impacto ingenioso o tensiones bien construidas, sino por cierta vergüenza ajena que sobrevuela al ver tanto disparate pretencioso junto. El camino que tomó Gosling es -talento más, talento menos- el de los directores afectados; es el camino de los sueños… o el de las siestas.

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