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Bourne: el ultimátum (2007)


ultimatum


LA MAQUINARIA PERFECTA

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Desde la ficción, Paul Greengrass siempre ha coqueteado con los métodos del documental, especialmente a partir de la tensión que genera una imagen des-editorializada y depurada de sobre-interpretaciones. Lo que su cámara exhibe es lo que parece suceder sin mayores manipulaciones: obviamente, es un juego autoconsciente porque sabemos como espectadores que sobre eso que está pasando ante nuestros ojos hay múltiples factores que inciden. Sin embargo, este registro realista, que era habitual del drama político o en films que buscaban simular la suciedad de lo cotidiano, encuentra en su acercamiento al cine de acción un verosímil inusitado. Recuerdo particularmente una larga secuencia de La supremacía de Bourne, donde nuestro héroe se agarraba a piñas con uno de sus perseguidores en un espacio reducido y el plano no cortaba nunca, capturando esa situación en tiempo real: lo que se veía era a dos tipos moliéndose a palos, la cámara junto a los cuerpos moviéndose en la dirección que los cuerpos indicaban, la esencia de lo real se transmitía al espacio del cine mainstream. Ese condimento fundamental es lo que ha hecho de la saga Bourne un artefacto contemporáneo fascinante.

Pero podemos entender a La supremacía de Bourne como un muy buen borrador de Bourne: el ultimátum, tercera entrega de la saga y la mejor, además de una de las mejores películas de acción de todos los tiempos. Decimos borrador, porque a ese estilo documental que Greengrass había instalado como paradigma audiovisual le suma un trabajo de montaje y de puesta en escena que recuerda inmediatamente al Alfred Hitchcock más lúdico, y perfecciona todo el mecanismo. Bourne: el ultimátum está montada sobre la base de tres enormes secuencias de suspenso y acción, pensadas como una maquinaria de relojería que funcionan perfectamente. El arranque en Londres es puro nervio, la gran secuencia en Tánger suma el timing perfecto y la sorpresa, y el final en Nueva York agrega la espectacularidad del cine de acción gigante. Greengrass no le teme a nada y piensa cada instancia como un espacio superador del anterior: por eso que la película avanza enérgicamente como un tren, inyectando adrenalina en el ojo del espectador y bombeando secuencias excitantes donde el cine de acción recupera la fisicidad perdida tras tanto CGI.

Porque el gran éxito de la saga Bourne, especialmente de las dos películas dirigidas por Greengrass, es la centralidad del cuerpo y su agresión como eje del cine de acción. Hay en este Matt Damon un hilo que lo une al Bruce Willis en musculosa y ensangrentado de Duro de matar. Como en aquella, en Bourne: el ultimátum la carne duele cuando es herida, los autos chocan y el hierro se siente crujir, el viento, el fuego, la arena, todo tiene consistencia, fisicidad, genera impacto. No hay virtualidad. Entonces la cámara en movimiento de Greengrass se justifica como en ningún otro realizador del cine contemporáneo, donde ese temblequeo lo único que consigue es confundir. Como dice Matías Gelpi en su texto sobre La supremacía de Bourne, el estilo del director obligó a todo el cine de acción (especialmente a James Bond) a repensarse.

Ya que hablábamos de Hitchcock, no se puede dejar pasar otro elemento fundamental de Bourne, que tal vez es dejado de lado ante la imponencia que genera la maquinaria narrativa de Greengrass. Y ese elemento es el tema de la culpa, lo que de alguna manera lo aleja del héroe de acción clásico, mucho más irresponsable en relación a sus actos. Si en las dos primeras películas vemos al personaje corriendo detrás de la información, tratando de descubrirse y comprenderse (otro elemento hitchcockneano), en el cierre de la trilogía termina descubriendo tanto su rol dentro de un experimento como su complicidad a la hora de aceptar determinadas reglas. En eso, Bourne es también un concepto moderno, que lo acerca tanto a la corrección política como a la construcción de un héroe de acción responsable, dilema existencial en boga a partir de tanto superhéroe con necesidad de insertarse en la sociedad, sin conflictos. Ese corrimiento hacia un espacio más civilizado es una idea interesante, a la vez que produce un conflicto de interés con las formas que el cine de acción necesita para funcionar: ¿cómo hacer convivir la conciencia con el rompan todo? Y si bien Greengrass no resuelve el dilema, al menos ofrece el material como para pensar las dimensiones y responsabilidades del cine de entretenimiento masivo. Sylvester Stallone llevaría esta idea un paso más allá con Los indestructibles, aunque su aspecto es definitivamente old-fashioned. Bourne es, indudablemente, el héroe de estos tiempos.

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