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Beasts of no nation

beasts3Título original: Idem
Origen: EE.UU.
Dirección: Cary Joji Fukunaga
Guión: Cary Joji Fukunaga, basado en la novela de Uzodinma Iweala
Intérpretes: Abraham Attah, Idris Elba, Emmanuel Affadzi, Ricky Adelayitor, Andrew Adote, Vera Nyarkoah, Ama K. Abebrese, Kobina Amissah-Sam, Francis Weddey, Fred Nii Amugi, John Arthur, Grace Nortey
Fotografía: Cary Joji Fukunaga
Montaje: Pete Beaudreau, Mikkel E.G. Nielsen
Música: Dan Romer
Duración: 137 minutos
Año: 2015
Compañía editora: Netflix


8 puntos


Una brutal reflexión sobre la violencia

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

beasts2La crueldad y el sadismo son territorios difíciles de reflejar a través del cine, porque existe un límite que, al ser atravesado, impone si estamos ante un espectáculo miserable que se regodea en ese sufrimiento o, por el contrario, ante un muestrario difícil de sobrellevar aunque reflexivo y crítico. Beasts of no nation, adaptación de la novela de Uzodima Iweala dirigida por el reputado Cary Joji Fukunaga y producida por Netflix, es otra de esas propuestas que hacen de la violencia estilizada un espacio para jugar todas estas apuestas. El film se centra en una cruenta guerra civil en un país no determinado de Africa, donde un líder militar conocido como el Comandante organiza milicias con niños y jóvenes a los cuales educa en el arte de matar, con el fin de combatir la violencia institucionalizada por diversas entidades y agrupaciones enfrentadas.

El protagonista es Agu, un niño que queda a la deriva tras perder a su madre (que se fue del país buscando seguridad) y luego de la matanza de su padre y su hermano. Solo por la selva, cae en las manos del Comandante, y ya su vida no será lo mismo. Tampoco la película, que si hasta allí exponía de manera ligera la vida en ese país africano, comienza progresivamente un raid violento y asfixiante, donde incluso la puesta en escena aprehende la locura intrínseca de la situación: niños militarizados, manipulados y convertidos en máquinas de matar. El trabajo visual es asombroso, como siempre en el director, mientras que algunos planos secuencias son funcionales a esa idea de normalidad arrebatada que Beasts of no nation busca estampar como un clima ominoso del que resulta imposible salir. Lo primero digno de destacar es que Fukunaga demuestra aquí ser un director que sabe qué es lo que precisa el cuento que va a contar. Su estilo manierista conocido en True detective, incluso el bucolismo trágico de Jane Eyre, desaparecen y dan lugar aquí a un registro casi documental donde la angustia existencial del protagonista se aleja de cualquier simbolismo y es exhibida sin vueltas.

Pero lo más interesante de Beasts of no nation es que si bien la presencia de niños y violencia extrema hacen pensar en películas como Ciudad de Dios, donde el regodeo estilizado impedía la reflexión y producía un espectáculo cuestionable, Fukunaga por el contrario es un tipo que analiza la violencia y las imágenes que produce. No hay un exhibicionismo antojadizo en su película, y eso lo acerca a un tipo como Quentin Tarantino o incluso a films como Apocalypse now! o Nacido para matar, si lo miramos desde un costado genérico. Beasts of no nation es una película que piensa la guerra y la violencia como elemento institucionalizado, también a la infancia y la absoluta pérdida de inocencia que se da en un contexto como este. Que el país que buscan defender los protagonistas carezca de nombre en la ficción, no sólo quita una problemática socio-política al asunto, sino que además es funcional a la profundización de ese estado de locura en el que la sangre quita cualquier tipo de coherencia discursiva. Fukunaga registra el horror.

Beasts of no nation tiene una potente última parte en la que la violencia da paso a una deconstrucción política de los hechos vistos anteriormente (hay un siniestro diálogo que pone distancias entre lo político y lo militar), y eso aleja al director del mero reproductor de sadismo gratuito a lo Iñárritu en El renacido. Allí vemos -también- la consecuencia de los actos de los personajes, pero la película elude cualquier tipo de justicia, lo que definitivamente la aleja del relato tranquilizante y del anti-belicismo ramplón. El desenlace es sencillamente desolador, como lo es la notable actuación del niño Abraham Attah y su mirada perdida en un pasado brutal que lo marca de por vida.

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