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MAR DEL PLATA 2014: Competencia Internacional – Días 3 y 4


No todo es vigilia, de Hermes Paralluelo / 7 puntos


no todo es vigiliaFelisa y Antonio son dos ancianos a los que sigue el director, primero en un hospital y luego en su casa. El acercamiento es respetuoso, nunca intimidante, desarrollado con encuadres prolijos y con una cámara que apenas se mueve buscando la posición ideal. La primera parte de la película se extiende demasiado a partir de un registro observacional y planos fijos tomados desde diversos ángulos. Seguimos los exámenes que le hacen a Antonio y la inquietud de Felisa, siempre a su lado. Hay escasos diálogos y algunos relatos que surgen de los personajes pero que son interrumpidos por los médicos, como si se tratara de un contrapunto dialéctico. El resto es una constante enunciación formal cuyo fundamento es el estatismo y la sucesión de planos que marcan un tiempo interno similar al de los personajes en la etapa de la vida que les toca. A los cuarenta minutos, aproximadamente, una imagen exterior con un campo nevado quiebra el encierro y pasamos a una especie de segundo acto en la casa de la pareja. Paralluelo continúa con la tenue iluminación y los impecables encuadres pero comienza a explotar dramáticamente la potencialidad humana de los ancianos en la pantalla. Para ello, inserta breves dosis de diálogos y movimientos que provocan humor y sana gracia. Hay un momento que escenifica la idea del tiempo, más allá del trabajo formal: Antonio toma el teléfono y llama a alguien para arreglar un artefacto; habla supuestamente con un interlocutor un rato hasta que su mujer le pregunta qué le dijo, y él responde que ha dejado un mensaje en el contestador. El chiste funciona y es gráfico a la vez sobre lo que representa el tiempo para ellos. El andar cansino de sus pasos será respetado siempre con la lentitud de la cámara que los sigue. Y la luz (con un uso muy influenciado por Pedro Costa) es sacrificada para resguardar la intimidad y crear ese ambiente que tantas veces hemos visto en las casas de nuestros abuelos. Si en el hospital no veíamos la química entre la pareja, en este segmento es evidente. El final es una delicia. Tal vez, la descompensación entre estas dos partes haga que disminuya el resultado, pero vale la pena pasar por la experiencia de Felisa y Antonio. Guillermo Colantonio


La vida de alguien, de Ezequiel Acuña / 5 puntos


la vida de alguienSi en las películas anteriores de Acuña los diálogos funcionaban, acá el problema es que están en reiteradas oportunidades tapados por temas musicales. Es indudable que al director le gusta representar el imaginario indie al cual homenajea no sólo con las canciones sino con los modos de vida y las formas que elige para filmar, deudoras de cierta estética videoclipera. No obstante, por momentos los personajes funcionan en su espontaneidad y en los intercambios verbales que llevan a cabo. La historia se centra en Guillermo, un joven músico, cuyo anhelo es reflotar una banda de rock luego de ocho años. Uno de los fundadores ya no está, ha desaparecido misteriosamente en un viaje a Europa. El recuerdo de ese episodio es una marca para el protagonista que teñirá de melancolía todo el film. A ellos se les suma Lucía, una chica a la que ha conocido a través de unas clases. El gran problema de esta historia es que cada vez que arranca vuelve a caer en el mismo círculo vicioso de la indefinición. No sabemos si el film es una excusa para desplegar un soundtrack, los números musicales cansan (si uno no entra en ese estilo, queda afuera) y en el peor de los casos vemos un cúmulo de muchas otras historias independientes americanas. Además, el abuso de la cámara lenta también la torna monocorde. Guillermo Colantonio


Cavalo dinheiro, de Pedro Costa / 8 puntos


cavaloPelícula de interiores fantasmales y con un uso maestro de la tecnología digital. Costa vuelve sobre su personaje Ventura, ya presentado anteriormente y construye un film misterioso, fuera de tiempo, espectral, con el protagonista encerrado en alguna institución, anclado en el pasado por momentos y de regreso al presente en otros. Por allí transitarán también seres que se cruzan y narran con susurros sus historias. Y si hay algo maravilloso es cómo las voces y las canciones constituyen la banda sonora. La radicalidad y el carácter arduo de la propuesta pueden generar algún escozor en almas inquietas, pero vale la pena ofrecer la mirada a la experiencia que propone Costa, a la escasa iluminación que apenas permite entrever los rostros y mucho los ojos de estas almas en pena encerradas en ese lugar enigmático. El exterior será un fuera de campo o tal vez una ilusión. El inicio con planos fijos de fotografías de experiencias migratorias deviene en una escena que instala el tono de lo que veremos: el pesado andar del protagonista seguido por la lentitud de los movimientos de la cámara, siempre observadora, nunca intrusiva. A partir de ahí, nos sumergimos en esa atmósfera lúgubre donde a su debido tiempo todos tienen algo que decir. En este peregrinaje, siempre hay una búsqueda de ese rostro que mejor exprese el peso de la existencia y soporte la densidad de la memoria. El pasaje final, el diálogo con un soldado en un ascensor, abre, con su extendida duración, más aristas a la complejidad que ya tenía la película. Guillermo Colantonio


El perro Molina, de José Celestino Campusano / 7 puntos


el perroAl señor José Celestino Campusano se lo quiere o se lo odia. Su cine es bruto y directo sin muchos preámbulos, ganando odios o amores en el público. Esa aspereza aquí elimina el concepto peyorativo para mostrar cómo la bajeza de personajes poderosamente estereotipados puede ser rica en lo visual, en un relato fascinante que entretiene y engancha al espectador. El perro Molina cuenta la historia de un delincuente y tipo piola del hampa con códigos que aún sostiene la bandera de la amistad y la palabra. A ello se suma el drama amoroso del comisario Ibáñez y de su provocativa esposa Natalia, quien luego de sufrir un engaño marital, abandona su vida de ama de casa y se vuelca al mercado de la prostitución. Campusano nos propone una película llena de acción con algunos diálogos mal actuados pero a la vez emblemáticas participaciones actorales de protagonistas y villanos. En ello converge el sello de este autor y no sería muy descabellado o absurdo pensar en El perro Molina como una especie de Sin City pampeana, donde los hombres son justicieros o totales traidores y las mujeres sólo mostradas como el sexo débil decorativo que sin embargo buscan enfrentar la masculinidad con valentía. Las temáticas como la violencia y la marginalidad fluyen en los paisajes del conurbano bonaerense de El perro Molina y ya son una carta de presentación que Campusano cimentó en films como Vil romance y Vikingo. Por ello el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata mima de alguna forma esta locura descabellada de la ficción argentina “explícita”. Y por ello, nadie puede negar que Campusano es un auténtico director de pura cepa. Rosana López

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