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Un año más

Título original: Another year
Origen: USA
Director: Mike Leigh
Reparto: Jim Broadbent, Lesley Manville, Ruth Sheen, Peter Wight, Imelda Staunton
Guión: Mike Leigh
Fotografía: Dick Pope
Montaje: Jon Gregory
Música: Gary Yershon
Duración: 129 minutos
Año: 2010


7 puntos


La vida y todo lo demás

Por Mex Faliero

No se podrá acusar a Mike Leigh de falta de honestidad con Un año más, porque precisamente eso es lo que hace en este film: contar un año más, otro, uno que pasa y deja lo que dejan todos. Cosas buenas y malas. Entiéndase ese “un año más” en el sentido que le da su título original: Another year. Allí no se hace énfasis en la cantidad -como lo habilita el más ambiguo que le pusieron por aquí- sino en su cotidianeidad, en su trivialidad, en su rutina de ciclos que comienzan y terminan, para volver a comenzar y terminar. No habrá grandes eventos en esta película más que los que aporte la vida misma, más aún si tenemos en cuenta que es la vida de un matrimonio (Ruth Sheen y Jim Broadbent) algo hippie tardío, algo burgués, algo de izquierdas, y muy encantador y sin problemas. Entonces los conflictos los traerá el entorno, especialmente Mary, una amiga de la mujer interpretada por Lesley Manville.

Un año más está construida en capítulos que hacen referencia a las estaciones del año. En estos 365 días el matrimonio protagonista recibirá a familia y amigos en su casa, compartirán cenas y almuerzos, bromas y momentos de dolor. Todo, con la intensidad que es marca registrada del director británico: como siempre, los diálogos son el resultado de un proceso muy particular que se genera entre el director y los actores, ya que lo único que está pautado de antemano son los temas que se abordan. Desde ahí, es todo trabajo del actor. Si tomamos en cuenta que el arranque se da con la primavera, entonces no será sorpresa para el espectador que el final encuentre a los personajes sumidos en la precariedad emocional que genera el invierno. Esa circularidad, sin embargo, será sintomática para el film: irá de mayor a menor, de la calidez a una resolución algo enturbiada.

Es curioso lo que ocurre con Un año más, porque en buena parte de los 129 minutos que dura y que son los que pasan de la primavera al otoño, el director de Secretos y mentiras filma la comedia intelectual y neurótica británica que hasta acá Woody Allen no pudo. Durante ese trayecto, el director acierta en el tono de comedia ligera que insufla y se vale de un grupo de actores que están notables, especialmente Broadbent que a esta altura es uno de los mejores actores ingleses. El tipo compone con sutileza, sin trazos gruesos, un padre de familia que en otro registro podría ser irritante en su bonhomía. Sin embargo, su Tom es un tipo afable, buen amigo, sensible, mejor hermano y gran esposo que, además, es un notable cocinero. Y no sé qué tiene la gastronomía que, cuando está bien mostrada, mejora las películas. Cosa que también ocurre aquí.

Esa bonhomía es clave no sólo en esta, sino también lo era en la anterior película de Leigh: La felicidad trae suerte. Como aquella, Un año más se centra en personajes felices, completos, positivos, sin problemas aparentes. Y el atractivo pasa por ver cómo impacta ese mundo con un entorno que no sabe de felicidad. Es ahí donde el director deja en claro que en las actitudes existe, también, una responsabilidad social. Para ser más claros: que por más bien que uno esté, no puede andar impunemente por la vida demostrando lo afortunado que se es, que la felicidad también reside en proteger al otro, incluso, de nuestras propias e involuntarias agresiones.

Por esos caminos transita Un año más, película que durante una hora y media es feliz y radiante. Pero que sobre el final, en su último acto, la presencia de la muerte enturbia, especialmente a partir de cierta tendencia de Leigh a regodearse un poco en el patetismo de algunos de sus personajes. Cuando esa felicidad desmesurada se corresponde con la puesta en escena, es que el film funciona, pero cuando se la construye como un sentido es que se nota la elaboración de personajes, que se convierten casi en caricaturas. Es entonces que las actuaciones intensas profundizan esa tendencia excesiva del director a castigarlos y reducirlos a personitas insignificantes. Esto por ejemplo pasa con Mary, la amiga, o con el sobrino de Tom. Es en esos momentos en los que uno duda sobre si Leigh sólo cuenta o también le interesa bajar línea. Aunque esa ambigüedad, que permite tantos momentos notables como de los otros, ya sea una marca autoral imposible de abandonar.

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