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Te quiero poco, y todo lo demás

Director: Juan Arena. Intérpretes: Ximena Seijas y Cecilia Pertusi. Diseño gráfico: Ana Carucci. Producción: Juan Arena. Vestuario: Jimena Luna y Mariela Tranquillo. Diseño del espacio: Juan Guerrero. Asistencia de dirección: Adriana Gómez Piperno. Dramaturgia y dirección: Juan Arena yAdriana Gómez Piperno. Coreografía: Jimena Pérez Salerno. Duración: 50 minutos. Sala: Casa Brandon (Luis María Drago 236; Capital Federal).


Muy buena


Descubriendo el amor

Por Rodrigo Seijas

Primero que nada, debo aclarar que mi hermana, Ximena Seijas, es la protagonista de la obra. Eso en teoría (y muy posiblemente en la práctica) me quitaría perspectiva y objetividad. Podría argumentar en contra de esto diciendo que, al fin y al cabo, no existe la objetividad. Y eso, aunque sería verdad, sólo lo sería a medias, porque no me estaría haciendo cargo de mi cercanía con respecto a lo que estoy escribiendo. Así que mi justificación pasará por este lado: mi hermana puede confirmar que, a pesar del vínculo que nos une, nunca dejé atrás mi “lado crítico”. Incluso le dije una vez que una obra en la que era asistente de dirección no me había gustado mucho. O sea, nunca fui condescendiente. Es más, he sido hasta demasiado brutal. Con lo cual, lo que van a leer a continuación, es mucho más objetivo de lo que podrían pensar.

Te quiero poco, y todo lo demás recuerda bastante a esa gran película que fue Descubriendo el amor, Fucking åmål en el original. Ese filme contaba la historia de amor entre dos chicas, que tenían que superar los prejuicios ajenos, y también los propios, para consolidarse como pareja, aceptando el amor mutuo que se tenían. En la obra teatral tenemos a una protagonista que va realizando un progresivo autodescubrimiento de su identidad sexual -que en muchos aspectos la termina, inevitablemente, definiendo por completo-, comenzando a ver su entorno, el mundo que la rodea, de una forma completamente diferente. Pero entre estos textos fílmico y teatral no sólo hay una obvia conexión temática, sino también formal, vinculada a los procedimientos estéticos.

Hay que decir que en los primeros quince minutos, a la obra, como a su personaje principal, le cuesta encontrarse a sí misma. Los diálogos no parecen estar del todo ajustados, como en una búsqueda permanente del tono adecuado. Algo parecido sucede con el acompañamiento del piano (a cargo de Sonia Kovalivker), que da la impresión de tapar algo las voces. Pero pasado el primer cuarto de hora, la trama encuentra su equilibrio, el piano pasa a ser un aporte bien compenetrado con la puesta en escena, reforzando la atmósfera tan vital como melancólica, y el relato en su conjunto eleva su verosimilitud a nivel geométrico.

A eso contribuye un trabajo donde los roles de dirección y actuación muestran un ajuste inusual. Te quiero poco, y todo lo demás le habla al espectador en forma directa y sin ambigüedades, pero sin dejar de construir una distinguible cuarta pared. Hay dos mundos, el del espectador y el de los personajes, separados pero a la vez conectados, y eso queda muy claro en la narración erigida por la dramaturgia de Adriana Gómez Piperno, y la adaptación y dirección de Juan Arena. Pero eso sólo se puede concretar cuando se tienen actrices capaces de entablar la distancia justa con los personajes, lo que se cuenta y la platea. Ximena Seijas y Cecilia Pertusi conocen las reglas del particular juego teatral y en todo momento tienen la mirada justa, el gesto preciso y necesario. En un texto que corre el riesgo de quedar servido para la sobreactuación y el guiño cómplice (y facilista) con los espectadores, las dos intérpretes cumplen con el rol asignado, que en verdad les corresponde: “interpretan” el lenguaje desde la palabra y el cuerpo, y redoblan la energía de la obra desde la sutileza.

Y es a partir de esto que se cimenta el vínculo con lo cinematográfico en general y con la cinta de Lukas Moodyson en particular. Hay una sorprendente y efectiva labor con las transiciones del espacio, el tiempo e incluso la identidad (metaforizando la pregunta clave que atraviesa todo el relato: “¿quién soy?”). Estos son procesos que maneja con más facilidad el cine a través del montaje. Te quiero poco, y todo lo demás se alimenta de ellos, sin vampirizarlos, sólo reciclándolos a su favor. Ordena todas piezas paso a paso, sin apuro, pero a la vez muy ágilmente, utilizando elementos y referencias del contexto para reconvertirlas a su favor. La analogía entre mujeres y golosinas, por ejemplo, es funcional, graciosa y tremendamente original.

Pequeña gran sorpresa, Te quiero poco, y todo lo demás se despega de cualquier posible prejuicio porque presenta, básicamente, una historia de amor, con todo lo importante y estremecedor que puede ser eso. E incluso una historia de amor con el yo, con uno mismo. Si hay algo que se desprende como reflexión en sus cincuenta y cinco minutos es que, en cierto modo, cuando se ama y se es amado, también uno se puede amar a sí mismo, verse como un ser maravilloso y elevarse a nuevas alturas. La inteligencia combinada con los mejores sentimientos.

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