«La esperanza es lo último que se…»
Por Cristian Ariel Mangini
8 puntos
Una anécdota y el sello del hecho real fueron suficientes para narrar visualmente este thriller que tiene la visión de su director en cada rincón de la película. Ambientada en la década del ’20, este film del legendario Clint Eastwood tiene más de un punto de encuentro con Río Místico, sin que las películas se parezcan demasiado en la historia que cuentan. Hay cuestiones estéticas y tópicos que parecen entrelazar a ambos films a pesar de que la oscarizada obra del 2003 es una adaptación literaria y El sustituto viene con la pesada etiqueta del “basado en hechos reales”, sobre la cual trabajó largos años el guionista de la película J. Michael Straczynski.
El título del largometraje merece una aclaración, aquí el nombre original Changeling fue traducido como El sustituto y en otros países de habla hispana se la tradujo como El intercambio. Las dos traducciones son correctas pero se pierde en el proceso un detalle que refiere al folklore europeo y tiene una relación interpretativa directa con el film. Changeling refiere a un descendiente de criaturas fantásticas como elfos o hadas que adopta la forma de un niño humano que es intercambiado secretamente por un niño real. Mientra el niño real era utilizado como sirviente o maltratado por las criaturas (en el mejor de los casos), habitualmente el “Changeling” se alimentaba de la energía o la sangre de la madre, sin una conciencia clara de que la estaba matando. El paralelismo con el desarrollo de la película en su conjunto no tiene nada de forzado: es sorprendentemente esclarecedor.
El sustituto se puede sintetizar sencillamente como la búsqueda des-esperada (la espera y la esperanza son el leitmotiv de esta película) de una madre tras descubrir que su hijo ha desaparecido. En su lugar le dan un chico “parecido” que pretende suplantar al verdadero. Entonces la convicción de Christine Collins (interpretado por una vulnerable Angelina Jolie, que como madre sola en la década del ’20 se tiene que bancar los prejuicios de una sociedad machista) la llevará a confrontar una serie de acontecimientos siniestros que tienen a las autoridades, la prensa y los políticos involucrados. Al igual que en Río Místico, pero desde otra perspectiva, el director va desde lo singular a lo general para demostrar una sociedad carcomida por el poder, donde los oficiales de policía no solo ejercen el monopolio de la violencia sino también el del crimen, los políticos encubren todo en pos de salvarse para las próximas elecciones y la prensa tergiversa en función de mantener el apoyo político y empresarial (¿suena familiar no?). Entonces obtiene la ayuda del reverendo de una iglesia presbiteriana (John Malkovich) dispuesto a ayudar a Collins para denunciar la corrupción en la que está sumergida la ciudad de Los Ángeles. La película permanecería en un enfrentamiento con la autoridad durante la década del ’20 si no fuera por un arco narrativo que agiliza la película, dándole esa dinámica de thriller que la película de Eastwood necesitaba para sobresaltar y sorprender al espectador. El siniestro giro explica como sucedieron las cosas y se sostiene en las excelentes actuaciones de tres personajes que están fuera del cartel pero son los encargados de vigorizar la película: el detective Lester Ybarra (Michael Kelly), Jason Butler Harner (Gordon Northcott) y Sanford Clark (Eddie Alderson, el familiar de Northcott).
Hay rasgos de Clint Eastwood que demuestran la capacidad expresiva a las que llega con el encuadre sin ser demasiado solemne o artificioso en la puesta en escena: el poder anticipatorio de algo oscuro está subrayado desde el comienzo de la película, en esos espacios domésticos del hogar donde abundan las sombras y la figura de la Sra. Collins y su hijo Walter aparecen pequeñas, en planos generales. Lo mismo sucede con el último travelling antes de ver a su hijo por última vez, en el que vemos a Angelina Jolie alejándose de su casa mientras la imagen permanece fija unos instantes, como testigo del niño observando a través de la ventana, logrando una imagen despersonalizada pero justificada (lo mismo sucedía en la introducción de Río Místico, cuando se terminaban llevando al niño que luego sería interpretado por Tim Robbins y sus compañeros se quedan contemplándolo por unos segundos). También hay, como parece lógico en un drama de estas características, un uso de las sombras que refleja cada rostro, a veces de manera lograda y natural, otras veces de manera fallida y poco cuidada, aunque hay que decir que el tono general que define al film es sombrío. La imagen también permanece fija al final, pero en ese trabajo estilizado, tornando la imagen al blanco y negro, está la búsqueda de quedarse con las últimas líneas de Collins (el leitmotiv de la película), como si el film hubiera sido un enorme flashback que dialoga con ese comienzo, también en blanco y negro. Y si, durante el desarrollo, una vez queda abierto ese arco narrativo que le da un nuevo aire a la narración, también hay un registro cercano al horror que demuestra la calidad del director para trabajar la violencia.
Pero también hay cosas flojas: los diálogos, por ejemplo, llegan a picos insoportablemente ridículos en función de fijar cosas que la imagen ya ha dicho. Es un error común a varias películas actuales, pero alarma ver algunas líneas absurdas como el dialogo entre la madre de uno de los niños desaparecidos y Collins hacia el final de la película en la secuencia del juicio. O algunas del reverendo que parecen sacadas de un libro de autoayuda. Pero también hay diálogos brillantes entre Ybarra y Clark que se sostienen en actuaciones y silencios, con palabras que no evidencian demasiado, a veces cargadas de cierta religiosidad que comparten los personajes de Northcott y Clark en torno a la idea del pecado (sí, otro punto en paralelo a Río Místico). La duración puede llegar a mostrarse injustificada, especialmente en la suma de saltos narrativos (elipsis) de los que la película es víctima hacia el final, para dar una conclusión que ate todos los cabos sueltos, pero no dejan de aportar información que pretendan dar un verosímil a la película. Por supuesto, hay momentos en lo que este verosímil flaquea para dar lugar a secuencias de cine puro, como cierto montaje paralelo bastante intenso durante la estadía de Christine Collins en el manicomio, que es el único fragmento de la película que no parece tener un documento que la justifique. Pero, ¿importa?, la secuencia es sólida y le da otra dimensión a la relación de los personajes de Jolie y Malkovich. Por otro lado, también hay algunas caricaturizaciones, como la del capitán Jones, que a pesar de todo y gracias a la actuación de Jeffrey Donovan tiene varios matices que lo resguardan de ser un personaje unidimensional y chato.
Oscura y pretenciosa sin ocultarlo, con giros sorprendentes y personajes memorables, Eastwood nos da otro buen film que, si bien no llega al nivel de las películas más importantes de su carrera, no deja de ser otro gran acierto. La prueba más evidente la tendrán cuando vayan al cine o vean la película con varias personas: luego del giro que el film pega en el desarrollo es imposible alejar los ojos de la pantalla para reconstruir los hechos y armar las piezas.