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Funcinema

La elegida

Hay un buen gesto tras un defecto

Por Juan Francisco Gacitua


4 puntos


Mi relación con la película fue la que debieron tener David y Consuela Castillo (¡debe ser latina, che! Por el nombre me di cuenta, qué atento que estuve) para terminar la historia de una manera tan verosímil como la venían manejando.

Es más, cuando la película los emula es que anda derechita. David la seduce, sí, la hace sentir especial, la educa, la deja embobada. Y se arrepiente después de cada encuentro, o un segundo después de que la invita a conocer Europa, porque supuestamente debía cortar la cosa. Y la película histeriquea, parece que quiere definirse –el temor latente de que todo termine en un amor asesino, uno nunca sabe, más si no leyó la obra literaria en la que se basa- y apenas cumple su función física.

Ese primer cuerpo, el del amor como un dolor de cabeza no shakesperiano, donde el problema sea que todo marche bien, es la película en sí misma. El guión empuja a unas geniales actuaciones (¡Bravo, Penélope!) a evitar cualquier clímax, ya que en su frivolidad todo se siente más natural. Vuelta a mi relación con la película: nuevamente, nada demasiado pronunciado, la película se pasea con el encanto de poner a Cruz en gomas sin necesidad de provocar bultos en nuestros jeans.

Y hay un bulto en el final de la película, donde a George le cae toda la vejez junta, a su alrededor. Tres desenlaces ponen el acento en ese sentimiento, dos de ellos (el de Consuela y el de George, amigo de David) derrapan de la manera esperable. Si yo quiero meter una película en Berlín, ¿sí o sí tengo que hablar de cosas importantes?

Aparte: en su blog, Diego Lerer señaló, y sabrán notar, la confusión que provoca la adaptación del título original. Que, sin dudas, es innecesaria: esto es una elegía, no una remake de Lolita.

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