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Aniceto

Puede fallar

Por Mex Faliero

Leonardo Favio no filmaba un largo desde 1993, con Gatica el mono, aunque en el medio haya realizado el mega documental Perón, sinfonía de un sentimiento. Sin embargo su obra, su nombre y su presencia son como una sombra para el cine nacional. Es considerado, desde lejos, el gran autor de nuestro cine por una parte importante del periodismo cinematográfico vernáculo. Tendencia de la que no puedo sentirme partícipe, vale aclararlo, aunque me merezca todo su respeto.

Es interesante, pero casi todas las críticas que ha recibido Aniceto, las que están a favor o en contra, arrancan con una especie de confesión de partes de los autores. Pareciera que acercarse a la obra de Favio requiere un cuidado y una protección mayúscula. Y en este caso no hemos podido torcer este rumbo.

Cuando uno ve la versión de su propia película (El romance del Aniceto y la Francisca) de 1966 que hace el director, sale con la certeza de que hubo momentos en los que el film merecía esta revisión y otros en los que se torna inútil, innecesaria. Uno se pregunta ¿para qué Favio volvió a su película? Así de fallido puede ser este asunto.

Pero luego recuerda una de las primeras líneas del film, cuando una voz en off de narrador, el propio Favio, dice: “de todas las historias que rondan por mi cabeza, siempre retorno a la del Aniceto». Y tal vez la película recupere ahí su sentido fantasmal, el peso físico de esa presencia espectral que siempre significa el recuerdo. No es inocente que aparezca esta frase en boca del propio Favio. Y ahí va a contar nuevamente la historia trágica de este malevo de pueblo, que seduce a dos mujeres mientras aprovecha las virtudes de su gallo de riña.

Pero Aniceto, a diferencia de la versión anterior, es esta vez un musical. No el clásico de Hollywood, sino una representación en ballet de aquella historia. Por eso en vez de Federico Luppi, Elsa Daniel y María Vaner, tenemos a Hernán Piquín (Aniceto), Natalia Pelayo (La Francisquita) y Alejandra Baldoni (La Lucía), todos ellos bailarines.

La apuesta es arriesgada entonces. Ahí se notan los destellos de genialidad de Favio y la película reclama su importancia. Pero también en algunas imágenes sumamente intensas, en el uso de las luces y las sombras, en los planos sostenidos que demuelen a los personajes, en la puesta en escena artificiosa y excesivamente escenográfica hay una toma de posición. Es cine de ideas. “Todo depende de la ideología ¿no?”, como dice reiteradamente Aniceto.

Si uno tenía cierto temor ante Aniceto, era porque intuía que la utilización del baile podía resultar un lastre absoluto. Y si bien hay un par de atractivos cuadros, el problema es que el peso de las emociones de los personajes está tan depositado en esos instantes, que depende la relación que cada uno entable con la danza para su resultado. Sin embargo, acierto del director, aquí el baile no es una alegoría pedante, de alta cultura, sino una herramienta más para expresar emociones.

Pero hay algo interesante también en cómo Favio mira el ballet. La puesta en escena de los bailes, por ejemplo, es sumamente teatral. La cámara está de frente, y casi ni se mueve, un plano completo que capta en esencia todo el movimiento del cuerpo y permite que el espectador aprecie cada expresión. Esto, indudablemente, va en contra de las formas actuales que tiene de representarse la danza en cine, construida a partir de cortes y edición. Pero además de este acierto formal, hay también una necesidad de quitar el peso de la solemnidad y reconocer que de Julio Bocca para aquí, el ballet se ha transformado en algo masivo y popular, por eso lo mezcla con cumbia, lo mezcla con tango. Efectivamente Aniceto es una película popular sin hacer gala de ello.

Pero así como los aciertos formales son varios, hay una frontera infranqueable que el film no puede salvar. Si Piquín, Pelayo y Baldoni son excelentes bailarines, actuando no sobresalen. Y una película como esta requiere encarecidamente que sus intérpretes respondan con el cuerpo. Claro, ellos responden -y cómo- con la danza, pero a la hora de bancarse esos planos largos, silenciosos y fijos de Favio, no lo logran. Sus rostros no transmiten lo que sus cuerpos y las emociones de Aniceto se escurren.

Y allí, en la poca expresividad de sus intérpretes, se esfuma también la fuerza dramática del film, que sólo quedará a interpretación de los números musicales. Como aquel del 66, Aniceto es una tragedia en el más puro sentido. El problema es que los pasos de la estructura genérica están, pero no la fuerza de cada hecho ni el desarrollo de cada situación. Sólo el primer encuentro entre Aniceto y La Francisquita, o el baile sexual entre el primero y La Lucía, logran transmitir un sentido y un rumbo, para una película que muchas veces se torna morosa más por impericia que por necesidad expresiva.

Decididamente Aniceto es un film hecho con pasión, pero sin pasión en su desarrollo, popular, plagado de ideas, pero a la vez redundante y parsimonioso en exceso. Eso sí, si algo es y a mucha honra, es honesto. Que las alabanzas e indulgencias de los críticos hablan más de ellos mismos que de Favio en sí. Aquí nos encontramos con un producto intenso por momentos y demasiado imperfecto por otros, pequeño, simple y popular. Y tan, pero tan humilde, que se da el gusto de reconocerse en sus limitaciones y demostrarle a los aduladores profesionales que sí, que se puede fallar.

5 puntos

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