
Título original: One battle after another // Origen: EE.UU. // Dirección: Paul Thomas Anderson // Guión: Paul Thomas Anderson, basado en la novela Vineland, de Thomas Pynchon // Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Sean Penn, Teyana Taylor, Regina Hall, Wood Harris, Alana Haim, Shayna McHayle, Starletta DuPois, Joe Silva, Chase Infiniti, Benicio Del Toro, Tisha Sloan, Tony Goldwyn, James Downey, Kevin Tighe, D.W. Moffett, Steve Knoll, Sam Hunter // Fotografía: Michael Bauman // Edición: Andy Jurgensen // Música: Jonny Greenwood // Duración: 161 minutos // Año: 2025
7 puntos
UN MUNDO DE LOCOS
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Da para preguntarse cómo demonios Paul Thomas Anderson consiguió que Warner le financiara este proyecto de 130 millones de dólares -costo para mí exagerado, incluso con las estrellas involucradas-, basado en una novela de un autor célebre pero no necesariamente popular como Thomas Pynchon, y con un planteo argumental y temático que, aunque polémico, está lejos de garantizar un gran suceso comercial. Quizás la presencia de Leonardo DiCaprio en el protagónico haya abierto las puertas indicadas, porque lo cierto es que el Hollywood actual, tan aferrado a las fórmulas conocidas -incluso con films supuestamente que se la dan de disruptivos, pero que en realidad son bastante previsibles, como Pecadores-, una película como Una batalla tras otra, aún con sus concesiones y fallas, no deja de ser excepcional, un objeto raro y que hace ruido a partir de cómo retrata precisamente un entorno social ruidoso.
La de Una batalla tras otra es una historia de gente fracasada y/o aferrada a un momento particular de sus vidas, cuyos pasados se vuelven a hacer presentes a partir de eventos que un poco construyen por sí mismos y mayormente los superan o trascienden. El relato se centra principalmente en Bob (un DiCaprio desatado, pero para bien, un poco en clave Jeff Bridges en El gran Lebowski), que supo ser integrante de una organización guerrillera de izquierda llamada “French 75” que fue desbaratada hace 16 años y que en la actualidad está recluido en un pueblito. Su vida transcurre entre las drogas recreativas, la preocupación paranoica por su hija Willa (Chase Infiniti) y la inercia absoluta, hasta que reaparece el Coronel Steven J. Lockjaw (Sean Penn, al borde de la autoparodia), un antiguo enemigo que viene a saldar cuentas. A partir de ahí se desata una carrera frenética, en la que conviven la huida, la búsqueda y la persecución, y en la que el objetivo final es rescatar y salvar a Willa.
El primer tramo de Una batalla tras otra, donde se narra el auge y la caída del “French 75”, es una prueba más de las capacidades narrativas de Anderson, pero principalmente de que como realizador no tiene miedo a incomodar. Porque lo que vemos ahí es a un grupo de personas tan convencidas de sí mismas como desquiciadas, que en sus acciones muestran que los motiva tanto su voluntad de cambiar el mundo como de simplemente ejercer la violencia armada, física y hasta psicológica. Particularmente incómodo es el personaje de Perfidia (Teyana Taylor), la pareja de Bob y madre de Willa, una mujer que solo se reconoce a sí misma como revolucionaria, que no consigue hallarse en el rol maternal, entabla un vínculo enfermizo con Lockjaw y termina teniendo un recorrido que guarda similitudes con el personaje de Ray Liotta en Buenos muchachos. Claro que ahí ya se pueden intuir algunos problemas en la construcción de los personajes, particularmente en el caso de Lockjaw, con un patetismo un poco pasado de rosca por parte de Penn.
En Una batalla tras otra, el comportamiento lunático, como en una burbuja apartada del resto del mundo, va de izquierda a derecha. Ahí tenemos las llamadas telefónicas y las contraseñas que tiene que enunciar Bob para poder comunicarse con sus antiguos camaradas, que se convierten en trámites burocráticos donde se pone en juego el conocimiento y la fidelidad al dogma. O los rituales de la insólita pero poderosa sociedad secreta ultra fascista y racista a la cual quiere unirse Lockjaw. Pero, por más que ambos lados estén unidos por sus construcciones de realidades paralelas, Anderson no puede evitar mirar con más simpatía el romanticismo entre violento e ingenuo de los “French 75”. En parte porque, más que un retrato político -su aspecto más desparejo-, Una batalla tras otra es un drama familiar, uno construido en dualidades, en duplas conflictivas, donde Willa es quizás la verdadera protagonista.
Ese drama, como en gran parte de la filmografía de Anderson, adquiere en Una batalla tras otra connotaciones ciertamente cómicas, porque al fin y al cabo estamos en un universo poblado por desquiciados. Sin embargo, la película su nivel más alto, no solo estético, sino también narrativo, en la última media hora, que se zambulle sin vueltas en el thriller y que cuenta con una larga secuencia en una ruta que es un prodigio de puesta en escena a partir del uso de la profundidad de campo y el raccord de mirada. Ahí es donde se nota también que, como pocas en la actualidad, esta es una película hecha para ver en un cine con la pantalla lo más ancha posible. Eso compensa en buena medida unos minutos finales donde el relato borra un poco con el codo lo insinuado en la primera media hora del metraje. Una batalla tras otra está lejos de ser la mejor película de Anderson, pero aún así ratifica que es de los mejores realizadores que ha dado el cine norteamericano en los últimos treinta años.
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