
Título original: Sinners // Origen: EE.UU. // Dirección: Ryan Coogler // Guión: Ryan Coogler // Intérpretes: Michael B. Jordan, Miles Caton, Saul Williams, Andrene Ward-Hammond, Jack O´Connell, Tenaj L. Jackson, David Maldonado, Lola Kirke, Peter Dreimanis, Yao, Sam Malone, Li Jun Li, Delroy Lindo, Jayme Lawson, Hailee Steinfeld, Wunmi Mosaku, Omar Benson Miller // Fotografía: Autumn Durald Arkapaw // Montaje: Michael P. Shawver // Música: Ludwig Göransson // Duración: 137 minutos // Año: 2025
5 puntos
UNA DE VAMPIROS, PERO RE SERIA
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Ya han quedado demasiado lejos Fruitvale Station y Creed: corazón de campeón, las dos primeras películas de Ryan Coogler y Michael B. Jordan, una dupla director-actor que por ahora parece inseparable. Eran dos films realmente muy buenos, de altísimo poder dramático, narrados con ambición pero sin impostura, y con una sensibilidad muy atinada en lo que respecta a sus personajes e historias. Pero ahora ambos son estrellas consolidadas en el firmamento hollywoodense y parecieran querer mostrarse como las Spike Lee y Sidney Poitier, respectivamente, cuando claramente no lo son. Y ahora se reúnen para un film como Pecadores, que no es tan irritante como Pantera Negra: Wakanda por siempre, pero que se muestra demasiado creído de sí mismo.
Cuando se corre toda la pirotecnia verbal/metafórica/política/sociológica, Pecadores es simplemente una de vampiros situada en el Mississippi de la década del 30, sobre una noche de diversión que deriva en tragedia cuando arriban esas criaturas de la noche. O a lo sumo un drama sobre dos hermanos gemelos que, luego de un largo tiempo de andanzas criminales, retornan a su pueblo origen para tratan de mostrar (y mostrarse) que pueden dejar el pasado de miserias y pérdidas atrás, y construir un futuro propio, aunque los hechos les demostrarán lo contrario. Cualquiera de esas dos tramas -o el entrelazamiento entre ambas- podrían haber funcionado, sino fuera por eso de la pirotecnia. De hecho, Pecadores podría haber durado tranquilamente noventa minutos, pero quiere ser mucho más, porque su horizonte de espectador es uno que no disfruta de una simple película de terror o un drama conciso, sino que quiere sentirse “importante” y ver algo “complejo” en la pantalla.
Por eso es que el guión y la puesta en escena de Coogler introducen una multitud de elementos adicionales en el relato, hasta convertirlo en una mescolanza difícil de digerir. En Pecadores hay alusiones al racismo sistémico, el dogmatismo de los discursos religiosos, el poder de las creencias espirituales y la incidencia cultural, histórica, afectiva y comunitaria de las artes musicales. Esto se entrecruza con subtramas y conflictos dignos de un folletín, que van desde amores frustrados y prohibidos, hasta hijos perdidos, pasando por paternidades violentas y otras desgracias. Y todo está explicado y subrayado, como para que no queden dudas de que los protagonistas son gente excluida y marginada, aunque con sentido comunitario y que solo quiere ser libre en una sociedad que los oprime, y que el arte es el único medio de liberación con el que cuentan. Hay una escena que es ejemplar en este sentido: un plano secuencia que quiere reflejar cómo los ritmos musicales de distintas épocas y lugares están conectados entre sí, pero que lo hace trasladando la metáfora al terreno de lo literal, en un gesto estético -por decirlo de algún modo- que hubiera sonrojado a Eliseo Subiela. Ahí es donde da para preguntarse cuál es la supuesta complejidad de lo que se está viendo cuando la imagen reduce todo a un solo sentido posible.
Convengamos que no todo el tiempo Pecadores es así de impostada en su parafernalia discursiva. Por momentos, Coogler se da cuenta de que todo lo que está contando es un absoluto disparate, que hay decisiones o actitudes de los personajes que solo pueden aceptarse dentro de un subgénero muy flexible como es el de los films con vampiros y que bueno, los negros en el Mississippi de los treinta no solo se dedicaban a cosechar algodón, ser oprimidos e ir a la Iglesia, sino que también tenían tiempo para emborracharse, bailar, divertirse y coger sanamente. Ahí es donde también Jordan muestra que tiene aptitudes para otros tonos genéricos como el terror o la comedia. Pero son solo eso, momentos, en un film caro y prepotente, que debería haber sido mucho más ligero y divertido.
Si disfrutás los contenidos de Funcinema, nos gustaría tu colaboración con un Cafecito para sostener este espacio de periodismo independiente: