
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Primero que nada, vamos a dejar de lado todas las interpretaciones seudo ideológicas sobre El Eternauta, que van desde las que se cuelgan de los slogans -ya gastadísimos- tipo “nadie se salva solo” y “el héroe colectivo”, hasta las que reivindican a la serie como una demostración de que “nosotros también podemos hacerlo”, pasando por las que quieren utilizarla en la supuesta “batalla cultural” contra el gobierno de Milei. No solo porque ese tipo de argumentaciones son exageradas, banales o directamente inadecuadas, sino directamente deprimentes, una demostración cabal de que hay un sector intelectual progresista argentino cuya derrota política es absoluta y lo único que le queda es convertir un hecho artístico en uno partidario durante un par de semanas. Por eso, vamos a concentrarnos en lo que corresponde, es decir, en cómo funciona la adaptación pergeñada por Bruno Stagnaro del cómic de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López en relación con el material de origen y como serie en sí misma. En mi humilde opinión, lo que hizo grande a la novela gráfica no es solo su capacidad para utilizar los moldes de la ciencia ficción para construir una progresión narrativa propia, de ritmo implacable; su mixtura dramática que abarca lo individual, lo familiar, lo comunitario y la noción de amistad; o la forma en que reconfiguraba los espacios cotidianos para introducir lo extraordinario. El gran, notable logro de la dupla Oesterheld-Solano López (creo que más del primero que del segundo) consistía en dejarnos en claro, casi desde la primera página, que lo que íbamos a leer era una tragedia. Y una donde tanto el terror (como sensación que se anticipa ante una amenaza) y el horror (en el sentido de la repulsión por lo que se contempla) son normas dominantes. En cada cuadro de El Eternauta se puede palpar el miedo e incluso el pánico de los protagonistas, algo que en la serie de Stagnaro no termina de aparecer, salvo en contados pasajes, ubicados más que nada en la segunda mitad de esta primera temporada de seis episodios, que abarca, simplificando un poco, el primer tercio del cómic original. Stagnaro, hay que decirlo, toma un par de decisiones arriesgadas y a la vez lógicas: trasladar la acción a nuestro presente, dejando de lado la recreación de época; y tratar de contar la misma historia, pero por caminos narrativos distintos, repensando algunos personajes, eliminando otros e introduciendo nuevos, para así interpelar nuestra contemporaneidad. Los resultados de esa apuesta son, sin embargo, desparejos: al relato le cuesta una enormidad arrancar, a tal punto que queda muy patente la sensación de que lo que cuenta en los tres primeros capítulos podría haber entrado sin problemas en uno solo. Del mismo modo, personajes nuevos como Omar, interpretado por Ariel Staltari, no terminan de encontrar una verdadera funcionalidad narrativa. Y si vamos a las figuras emblemáticas, da para preguntarse si la necesidad de darle el protagónico a Ricardo Darín no lleva a que Juan Salvo, ese tipo común que eventualmente pasará a ser conocido como “El Eternauta”, pase a ser más Darín que Salvo. Un interrogante similar surge en lo que respecta a otros personajes fundamentales, como Favalli, Elena, Lucas o Pablo, que no solo dejan de ser reconocibles, sino con los cuales es difícil empatizar a pesar de que cargan con conflictos fundamentales vinculados con la supervivencia y la preservación del núcleo afectivo cercano. Es cierto que, a partir del cuarto episodio, Stagnaro pareciera amigarse con las reglas genéricas y encuentra secuencias e imágenes potentes, más allá de la necesidad algo cansadora de aclarar en cada plano que esto pasa en Argentina mediante toda clase de referencias. Eso le permite hilvanar, finalmente, un último capítulo ciertamente inquietante, que encima deja todo abierto y que consigue enlazarse de forma fluida con la iconicidad del cómic. De ahí a que se hagan comparaciones con el cine de John Carpenter hay un trecho demasiado largo y ese análisis que hicieron varios críticos es, de mínima, demasiado entusiasta. Lo cual deja abierto otro interrogante: cuán preparado está todo ese conjunto de cineastas nacionales que se inscribió en el llamado Nuevo Cine Argentino para abordar una historia de género como esta, teniendo en cuenta que no han demostrado tanto amor por el cine clásico. En esta primera temporada de El Eternauta el clasicismo solo apareció a cuentagotas. Por ahora, solo tenemos una ficción muy profesional y correcta, pero tampoco muy diferente a otras que se ven con frecuencia en las plataformas. Igual el crédito sigue abierto.
-Los seis episodios de la primera temporada de El Eternauta están disponibles en Netflix. Ya está confirmada una segunda temporada.
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