
Título original: The Ministry of Ungentlemanly Warfare
Origen: EE.UU. / Reino Unido / Turquía
Dirección: Guy Ritchie
Guión: Guy Ritchie, Paul Tamasy, Eric Johnson, Arash Amel, basado en el libro de Damien Lewis
Intérpretes: Henry Cavill, Alan Ritchson, Alex Pettyfer, Eiza González, Babs Olusanmokun, Cary Elwes, Hero Fiennes Tiffin, Henry Golding, Rory Kinnear, Til Schweiger, Freddie Fox, James Wilby, Henrique Zaga, Matthew Hawksley, Simon Paisley Day
Fotografía: Ed Wild
Montaje: James Herbert
Música: Christopher Benstead
Duración: 120 minutos
Año: 2024
Plataforma: Prime Video
6 puntos
MANUALES GENÉRICOS Y ESTÉTICOS
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
La sucesión de eventos en los que se basa Guerra sin reglas es, desde todo punto de vista, apasionante. Lo es por los hechos en sí, a partir de cómo implicaron un cambio de rumbo sideral en la cronología de la Segunda Guerra Mundial. Y lo es también por cómo se aplicaron allí metodologías que serían en las décadas posteriores los cimientos del arte del espionaje, sirviendo a su vez de inspiración para las historias ficcionales (y no tanto) de espías, con James Bond como personaje emblemático. El enigma que surgía era cómo iba a resultar esto en manos de Guy Ritchie: ¿un producto que fuera puro vacío estético y canchereada, como Los caballeros? ¿O algo más lúdico y físico, como El agente de CIPOL?
La respuesta está un poco a mitad de camino de las dos películas mencionadas previamente e incluso en un camino ligeramente divergente. Uno que el realizador ya había insinuado en El pacto, donde el dramatismo y el suspenso iban de la mano con lo patriótico. Para llegar a eso, Guerra sin reglas parte de un momento decisivo de la Segunda Guerra Mundial, cuando nada ni nadie parecían poder ponerle un freno a los nazis y el Reino Unido era el último bastión aliado en Europa, aunque estaba contra las cuerdas. Es entonces que Churchill lanza, ayudado por un puñado de oficiales -entre ellos un tal Ian Fleming, que luego sería el creador del espía con licencia para matar-, la llamada Operación Postmaster, una misión sin autorización oficial y casi suicida por los desafíos que acarreaba. El objetivo: destruir la logística al servicio de los submarinos alemanes, que les permitía a los nazis dominar el Atlántico. Los ejecutores: un grupo variopinto de soldados y agentes unidos por su odio al nazismo, además de por su poco respeto por las reglas de combate habituales. Es que el punto era precisamente llevar a cabo todo de manera clandestina, sin los límites usuales de caballerosidad, con la eventualidad de que, si fallaban, lo que tenían frente a sí era la cárcel o directamente la muerte, ya que no habría reconocimiento alguno de lo que se estaba haciendo.
En Guerra sin reglas podemos detectar, casi sin esfuerzo, buena parte del manual del género bélico y cómo este se puede combinar con los parámetros habituales del cine de espías. Eso funciona como motor y a la vez barrera para todo lo que la película cuenta. Ritchie se permite jugar con el imaginario del 007, pero también con el de Misión: Imposible, a la vez que lo fusiona con el de films como Doce del patíbulo. Y lo hace relativamente bien, exhibiendo conocimiento de todas las superficies genéricas y estéticas que despliega. Pero lo que se ve es un conocimiento un tanto frío, enciclopédico y distante de lo pasional, que no va mucho más allá de lo iconográfico o el retorcimiento de esquemas y estereotipos. En Guerra sin reglas se dan algunas paradojas: por un lado, hay idas y vueltas temporales, además de eventos en paralelo que se suceden a toda velocidad, pero no llega a haber una real tensión y suspenso; por otro, vemos a unos cuantos personajes -como los interpretados por Henry Cavill, Eiza González y Alan Ritchson- que podrían tener películas propias, pero que también son totalmente efímeros. Todos son individuos carismáticos, pero no tienen mucho más para ofrecer que sus respectivos carismas.
Si bien es innegable, a partir de ciertos rasgos de la puesta en escena, que a Ritchie le importa lo que está contando y que no quiere cancherearla como hace en otras películas, también es cierto que en Guerra sin reglas vuelve a mostrar que le cuesta bastante transmitir tensión o un pleno sentido de la aventura. Por eso no pasa de la revisión de una revisión prolija de los manuales genéricos y estéticos, sin involucrar a fondo al espectador.
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