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Los caballeros las prefieren rubias (1953)



HACER FÁCIL LO DIFÍCIL

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Convengamos que Los caballeros las prefieren rubias está lejos de ser la mejor película de Howard Hawks. De hecho, la podemos ubicar por detrás de, por caso, Río Rojo, Río Bravo, Tener y no tener, La adorable revoltosa, El sueño eterno y Solo los ángeles tienen alas. Pero, al mismo tiempo, es un ejemplo cabal del enorme talento del director para hacer fácil lo difícil, para construir un verosímil sólido a partir de una premisa antojadiza y llevar al espectador de las narices exactamente por el camino que él se planteó de antemano. Hawks podía vender cualquier argumento si contaba con cierto margen de libertad para manejarse, y más aún si encima contaba con la ayuda de dos estrellas notables como Jane Russell y Marilyn Monroe.

De hecho, ya el argumento en sí mismo tiene componentes que abren la puerta al absurdo, pero también al inverosímil si no hay una mano firme para delinear la puesta en escena. El relato se centra en unas coristas, Lorelei Lee (Monroe) y Dorothy Shaw (Russell), que se embarcan en un crucero rumbo a París, en lo que podría ser un viaje de diversión pero también de compromiso. A ambas las sigue un detective privado (Elliott Reid), contratado por el millonario padre del prometido de Lorelei, quien desconfía totalmente de las intenciones de ella. Además, en el medio de la travesía se cruzan con un hombre mayor (Charles Coburn), también con una cuantiosa fortuna gracias a las minas de diamantes de las cuales es propietario; un niño que habla y se comporta como un ceremonioso adulto; y hasta un equipo de atletas que, obviamente, se convierten inmediatamente en un equipo de admiradores. Y eso cuando todavía Lorelei y Dorothy todavía no llegaron a la capital francesa, donde las esperan todavía más enredos.

Con todo eso, Hawks va hilvanando una trama a la que, si le prestamos atención, durante más de la mitad del metraje no parece ir a ningún lado: todos los conflictos son de medio tono y, aún en medio de las idas y vueltas, una atmósfera de liviandad invade la pantalla. A tal punto es así, que Monroe y Shaw tienen todo el tiempo del mundo para protagonizar unos números musicales plagados de sensualidad y sexualidad. ¿Nos afecta eso mientras miramos la película? En lo más mínimo, porque claramente el argumento es apenas una excusa para que Hawks monte todo no solo para el show de las protagonistas, sino también de los otros personajes. La comedia y el musical no necesitan de una sólida coherencia argumental, parece decirnos el realizador, sino de vocación por la diversión, el humor y el disparate. Por eso el film salta de una situación a otra sin justificar ni justificarse, dejando en claro que todo es una aventura continua en el mundo que habitan Lorelei y Dorothy.

Recién en la última media hora es que Los caballeros las prefieren rubias se traza a sí misma un conflicto más patente y definido, lo cual no implica una resignación del absurdo y el retorcimiento de una realidad a la cual sacude a cada plano. Y si la resolución -analizada superficialmente- puede sonar conservadora si nos quedamos con lo que deja el último plano, lo cierto es que es todo lo contrario. Mujeres naturalmente independientes, Lorelei y Dorothy tendrán sueños de vida en pareja y casamiento, desearán ser miradas y deseadas, pero jamás resignan lo que son. Ellas hacen lo que quieren, incluso cuando se tienen que topar con la reprobación ajena de forma explícita. A la vez, no necesitan estar diciendo todo el tiempo cuán autónomas son, porque con sus acciones y gestos -más algunos diálogos puntuales-, todo queda claro e irrevocable para los demás personajes y los mismos espectadores. Con la seguridad, pero también la sensibilidad de Lorelei y Dorothy es que avanza Los caballeros las prefieren rubias. Y lo hace a toda velocidad, con una musicalidad y su Technicolor que nos envuelven en un mundo donde la felicidad siempre triunfa.


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