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Funcinema

24 líneas por segundo: El cine animado y la fábrica de chorizos

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Esta semana se estrenó de forma online el film animado La familia Pie Grande, nueva producción europea del belga Ben Stassen (acá pueden leer una buena crítica de Franco Denápole). Stassen es uno de los más prolíficos realizadores de cine animado en el presente, aunque en verdad no hizo ninguna obra maestra ni siquiera una película que supere al menos una media aceptable de cine industrial. Pero el tipo filma mucho y mantiene en sus historias cierto aire clásico, de historia mínima narrada con profesionalismo y sin caer en demasiados efectismos de la animación postmoderna: Las aventuras de Sammy, Las locuras de Robinson Crusoe, Trueno y la casa mágica -tal vez su mejor película-, todas filmadas en pocos años, son muestras de su extensa producción. Ahora bien, en su crítica Franco hace mención a que La familia Pie Grande es una secuela de El hijo de Piegrande (sí, hay diferencias en cómo escriben Pie Grande, misterios de la distribución) y de ahí el motivo de este texto; y del título de este texto. Yo vi La familia Pie Grande y en ningún momento recordé la existencia de aquella primera parte. Y el problema es que buscando en el archivo de Funcinema no solo queda claro que vi El hijo de Piegrande, sino que además escribí la reseña para esta web. Es decir, la película (de la que dije cosas parecidas a las que podría decir con la secuela) es otro de estos ejemplos repetidos de cine animado industrial carente de toda personalidad y producido como una tira de chorizos. No es solo un olvido (la primera parte tampoco es tan vieja, es de 2017), es una demostración de cómo este cine animado, industrializado, homogenizado y pasteurizado se construye alrededor de imágenes que se parecen a otras imágenes, y que se confunden fácilmente entre sí. Y esta es la síntesis de gran parte de la producción audiovisual que cada vez apuesta menos a la sorpresa y el riesgo, y se queda en una medianía donde cada espectador recibe un poco lo que espera. Y uno ya no sabe si es puro conformismo del que mira o pánico a la novedad por parte de los que producen. Como fuere, el cine cada vez se parece más a una masa uniforme de figuritas intercambiables, a un pantalón de moda que en dos semanas ya no servirá más, y que uno puede comprar en el mismo shopping donde proyectan (o proyectarán, que todavía faltan unas horas para que reabran los cines) La familia Pie Grande, El hijo de Piegrande o cualquiera que se le parezca. Y en el cine animado es donde más fácil se observa esta crisis creativa.

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