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Funcinema

22 de julio

Título original: 22 July
Origen: Noruega / Islandia / EE.UU.
Dirección: Paul Greengrass
Guión: Paul Greengrass, basado en el libro de Åsne Seierstad
Intérpretes: Anders Danielsen Lie, Jonas Strand Gravli, Jon Øigarden, Maria Bock, Thorbjørn Harr, Seda Witt, Isak Bakli Aglen, Ola G. Furuseth, Marit Andreassen, Øystein Martinsen, Valborg Frøysnes
Fotografía: Pål Ulvik Rokseth
Montaje: William Goldenberg
Música: Sune Martin
Duración: 143 minutos
Año: 2018


6 puntos


UN FRESCO SOBRE EL HORROR DEL TERRORISMO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Si bien Paul Greengrass es más conocido por la saga de acción de Jason Bourne, lo suyo en verdad son los docu-dramas como Vuelo 93Capitán Phillips, films basados en hechos reales a los que el director registra con una cámara que apuesta a quitar cualquier velo ficcional o artificioso. Hay ficción y está claro (siempre hay una reinterpretación de hechos y circunstancias), pero también cercanía hacia los personajes y hasta un intento por despojar la carga sentenciosa en la mirada sobre sus criaturas, incluso sobre seres cuestionables como el Anders Behring Breivik de 22 de julio, su película recientemente estrenada por Netflix. Breivik es un fascista de extrema derecha que el 22 de julio de 2011 generó un atentado contra un edificio del Gobierno noruego y además mató a casi 70 jóvenes que participaban de un campamento de verano con orientación política. El extenso film de Greengrass narra el accionar del terrorista, pero además las consecuencias de sus actos en un grupo muy puntual de personajes.

Lo mejor de 22 de julio es precisamente eso donde el director suele brillar. Los primeros 40 minutos de película son perfectos, fascinantes, más allá que podamos discutir aspectos éticos como el del registro de la masacre perpetrada por Breivik contra adolescentes y niños. Si bien es cierto que Greengrass hace todo lo posible para que su relato sea seco y directo, quitando cualquier posibilidad de convertirlo en un espectáculo, algunos juegos con el suspenso podrían haberse evitado. De todos modos, el uso del montaje paralelo y una cámara nerviosa que se mueve sin mayores subrayados recuerdan lo notable narrador que es, seguramente uno de los mejores del cine contemporáneo. En ese arranque demoledor, Greengrass nos pone de frente ante el horror y nos deja latente una pregunta que tratará de responder en la más de hora y media que sigue: ¿Cómo debemos actuar ante una situación como esta? ¿Cómo se inscribe dentro de lo humano un comportamiento como el de Breivik?

Está claro que si Greengrass decide “resolver” esta situación en poco más de media hora de una película que dura 143 minutos, el objetivo del film va por otro lado. Una vez que se perpetúa la tragedia, el relato se abre hacia un abanico de personajes que desde su individualidad serán síntesis de un registro mayor: el de la sociedad, encima una que gozaba de una tranquilidad bastante particular como la noruega, ante el horror. Entonces seguimos: la rehabilitación de uno de los sobrevivientes y la relación crítica con sus padres y su hermano (también sobreviviente); los pasos que da el Primer Ministro noruego y las decisiones políticas que debe tomar; el pragmatismo del abogado que debe defender a Breivik a pesar de sentir cierto desprecio por su cliente; y la forma en que el propio Breivik organiza su defensa y las curiosas estrategias que adopta. Si bien podemos acusar a Greengrass de caer en el mal del que quiere abarcar mucho y termina apretando poco, lo cierto es que el mayor problema de la película es que luego de un arranque tan intenso en términos dramáticos, se va licuando entre algunas repeticiones y una forzada demostración del director por dejar en claro que su intención es la de aportar la mayor cantidad de puntos de vista. 22 de julio terminará desembocando hacia la película de juicio, con Breivik enfrentándose a varias de sus víctimas. Y ahí aparecerá ese humanismo clásico de Greengrass con el que busca resolver las cosas por medio de un acuerdo moral un poco simplista. El foco excesivo sobre las víctimas, dentro de una película que pretende tener una mirada política sobre el tema del terrorismo (tal vez su mayor acierto sea el de correrse del terrorismo islámico), le quita complejidad y queda abierto a las emociones más básicas (es puntual lo lineal que resulta la subtrama del Primer Ministro). Dado que Greengrass es un director particularmente seco, el film no se desbalancea demasiado aunque deja flotando la idea de que este fresco sobre el horror del terrorismo se queda a mitad de camino.

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