Mater

(@maryputrueli)

El nombre de Claudio Tolcachir es sinónimo de teatro, de buen teatro. Son muchas las obras (de su autoría y ajenas) que han pasado por las tablas nacionales e internacionales con su ojo afinado y estilizado en la dirección de las mismas. La obra El viento en un violín, estrenada varios años atrás, da prueba de que no sólo estamos frente a un sensible dramaturgo y director, sino también ante un trovador, un poeta de la palabra, esa palabra que hoy, gracias a la película Mater, puede convertirse en imagen.

Y es que el mérito de la belleza cinematográfica que propone Mater reside en un triángulo perfecto: el alma y la pluma de Tolcachir, la visión y el sentimiento de Pablo D’Alo Abba (director de la película) y la carnadura y talento del elenco que logra contar la misma historia (en teatro y en cine) provocando lo mismo en cada espectador: disfrute, emoción y reflexión.

El argumento nos pone de cara con Darío (Lautaro Perotti), un joven de 32 años, quien no tiene muy claro el rumbo que pretende darle a su vida: está ahí más para reaccionar frente a lo que le pasa que para accionar en busca de algún objetivo cierto. Vive con su madre Mecha (Miriam Odorico), una abogada dura, cruel, avasallante, capaz de llevarse puesto el mundo con tal de lograr lo que desea e incapaz de conectar con nada ni nadie, ni siquiera con su propio hijo.

Por otro lado, una pareja de mujeres busca lograr que una de ellas quede embarazada. El deseo imperioso de ser madres y formar una familia, las lleva a cometer un crimen, y forzar una violación para lograr lo deseado. Támara Kiper e India Lavalle, componen con una compleja sencillez a estas mujeres incompletas e inseguras.

Así entonces el relato cruza las vidas de estas personas, las necesidades de cada uno, los miedos, la violencia manifestada y silenciosa que vive en cada uno, las clases sociales diferentes que cada uno vivencia y los aúna en una búsqueda absoluta y constante: ser felices.

El director logra con creces trasladar y mantener el espíritu de la obra teatral que da origen, y consigue con dinamismo y fluidez una narrativa precisa, incómoda, necesaria.

Los personajes son expuestos, pero no juzgados, sus realidades pueden ser las de cualquier otro; allí la empatía triunfa, y ese viento que se esconde en un violín se asemeja a los rincones del mundo donde a veces es necesario refugiarse.

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