Título original: Ídem // Origen: EE.UU. // Dirección: Ben Leonberg // Guión: Ben Leonberg, Alex Cannon // Intérpretes: Indy, Shane Jensen, Arielle Friedman, Larry Fessenden, Stuart Rudin, Hunter Goetz, Anya Krawcheck // Fotografía: Ben Leonberg // Edición: Ben Leonberg // Música: Sam Boase-Miller // Duración: 72 minutos // Año: 2025
9 puntos
EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Quizás un poco arbitrariamente, quizás no tanto -la expresividad de sus rostros es claramente cinematográfica-, los perros se han convertido en el animal por excelencia del séptimo arte. Superan claramente a los gatos y hasta se imponen a los caballos, otra criatura noble que sabe decir mucho desde la mirada y el movimiento. La contra de esto es que, en buena parte de las películas, los perros están destinados a padecer -y nosotros espectadores con ellos-, porque se convierten en receptores corporales y sensitivos de las cargas dramáticas de las historias. Good boy es un nuevo ejemplo de esto que decíamos, un film de terror y suspenso que genera más angustia que miedo, pero que lo hace con las herramientas y métodos indicados, por más que esté casi siempre rozando el golpe bajo.
Según el propio Ben Leonberg, realizador de Good boy, la película tardó en rodarse unos 400 días a lo largo de tres años, porque, al fin y al cabo, el protagonista es un perro. Y se nota: hay un cuidado en la puesta en escena que va más allá de la mera reproducción de una idea astuta, porque en verdad lo que se ve es amor por lo que se está contando y, especialmente, un cariño inmenso por el protagonista de esa historia, que él mismo pone todo de sí. Porque el planteo es en verdad muy simple: la de una historia de casa embrujada donde todo se narra desde el punto de vista de la mascota de la familia. Para ser más precisos, tenemos a un perro llamado Indy, que acompaña a Todd (Shane Jensen), su dueño, a una casa en el medio del bosque que perteneció a su abuelo y que había quedado abandonada. Allí, mientras que Todd lidia con una enfermedad de gravedad creciente, Indy descubre que hay una entidad sobrenatural y maligna que acecha en el hogar y contra la que se verá obligado a luchar para proteger a su compañero de toda la vida.
La primera mitad de Good boy tiene un hallazgo esencial, que es la consciencia estética de que, al igual que otras mascotas, poseen una sensibilidad extraordinaria, que abarca desde la vista hasta el oído y el olfato, lo que va en contraposición con su falta de habla. O más bien, que utilizan otros medios para “hablar”: los ladridos, gruñidos y gemidos, los ojos, las orejas, la actitud corporal e incluso el pelaje. Por eso la cámara de Leonberg sigue a Indy (que en la realidad es su perro) constantemente, poniéndose a su altura y/o reproduciendo su punto de vista, salvo excepciones muy puntuales, como algunos planos generales que sirven para construir un espacio amenazante y opresivo. Todo esto va de la mano de un trabajo notable con el sonido, el fuera de campo, las luces y las sombras, todos medios expresivos que van a estar en función de explicar audiovisualmente el calvario del protagonista. Porque lo que le pasa a Andy es en verdad un calvario, un progresivo darse cuenta de que está inmerso en una lucha desigual y solitaria, en la que su dueño no va a ser de ayuda, sino incluso lo contrario. De ahí que el film muestre una gran capacidad para generar miedo a medida que la entidad maligna se manifiesta y se conocen detalles de lo acontecido previamente en la casa, pero lo que finalmente se impone es la angustia, la certeza de estar en el lugar de un héroe con medios limitados, pero fidelidad y cariño ilimitados.
Ese tono angustiante de Good boy va creciendo, en particular en su segunda mitad, a partir de cómo la película trasciende la premisa para convertirse en algo más que el relato de un perro luchando contra un espectro. En verdad, lo que terminamos viendo es un drama donde la entidad maligna es una metáfora apenas velada de la autodestrucción en que incurren algunas personas y cómo ese legado autodestructivo es capaz de pasar de generación en generación. Y de cómo, en esas situaciones, las mascotas accionan como pararrayos de todo lo negativo, como esponjas que absorben lo terrible y lo que devuelven es, en cambio, pura bondad y devoción. La película dice todo esto, que parece simple pero no lo es tanto, a puro cine, apoyándose en Indy, que entrega una actuación fenomenal, digna de un Oscar (lo siento por DiCaprio o Paul Mescal, pero es así, no me lo discutan), pero también en una construcción narrativa directa y precisa, que no disfraza el padecimiento de su protagonista, pero tampoco se regodea en él.
Good boy dura apenas algo más de 70 minutos, que sin embargo se sienten eternos a partir del seguimiento obsesivo de Indy y su vínculo con Todd, a quien no le vemos el rostro completo en casi todo el metraje, en una metáfora perfecta de la evolución de esa relación y sus implicancias. Y, por si faltaba algo, el plano final del film es tan maravilloso como conmovedor, no solo por el trabajo con el encuadre y la expresividad de Indy, sino también por la decisión ética detrás de lo que vemos que sucede, teniendo en cuenta la experiencia previa del personaje. Good boy nos deja con un nudo en la garganta y nos recuerda que las mascotas, esos seres repletos de amor, nos cuidan siempre y de todo, incluso de nosotros mismos y nuestros fantasmas.
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