Título original: Argentina // Origen: Argentina // Dirección: María Laura Berch, Laura Chiabrando // Guión: Laura Chiabrando // Intérpretes: Natalia Oreiro, Pablo Cura, Matilde Creimer Chiabrando, Teo Inama Chiabrando // Fotografía: Diego Poleri // Montaje: María Astrauskas // Música: Diego Vainer // Duración: 68 minutos // Año: 2025 //
7 puntos
LA PESADILLA DOMÉSTICA
Por Guillermo Colantonio
Película que podría haber sido una más en la cadena de historias condicionadas exclusivamente por el mensaje o por el imperativo de una agenda. Por fortuna, hay un notable trabajo cinematográfico para dar cuenta, desde lo formal, de la caída emocional de una mujer encerrada en una estructura familiar asfixiante. Ya en el comienzo, la identidad de Eva, la protagonista sólidamente interpretada por Natalia Oreiro, se ve amenazada, sacudida con la noticia de un posible embarazo. También desde el principio las realizadoras María Laura Berch y Laura Chiabrando ponen en funcionamiento un progresivo juego con los encuadres que marcan perfectamente la tensión y la desintegración durante esa noche, el lapso temporal que enmarca el relato. La sensación de agobio, de sentirse extraña en su propia casa, aumenta la incomodidad propia del carácter siniestro de la situación. Todo se sostiene desde el punto de vista de esta mujer a la que nadie escucha, a la que nadie mira, y la que ya no puede mirar a los demás porque el hogar se ha transformado en un infierno aunque nada estalle. Diversas formas de violencia aparecen escenificadas en actos y gestos que, más allá de algún trazo grueso, están dosificados y arman un cuadro de mandatos. El problema surge cuando alguien se corre de ese libreto y empiezan las preguntas. Y eso es lo que hace Eva. El no repetir la mecánica habitual y satisfactoria para el resto produce el disloque masculino, el caos. Como si fuera una especie de Gregorio Samsa en versión madre, la parálisis emocional despierta el reproche familiar porque es inaceptable la inactividad productiva en términos domésticos y patriarcales.
Una de las virtudes de la película es su carácter permeable. Varias secuencias, enmarcadas siempre en la pesadilla personal de la protagonista, pueden verse en sintonía con un tipo de terror psicológico. Desde el inicio, una cadena de pequeños actos se padece dentro de un paradigma asociado a la obligación. Eva comienza a ver -y nosotros con ella- la realidad desenfocada, dentro de un universo espectral, monstruoso, donde la amenaza se torna insoportable. Y en este contexto, cada indicio visual y sonoro se amplifica para dar cuenta de una subjetividad lógicamente alterada, sobre todo cuando accedemos a la dinámica cotidiana en la casa. Hay un puente que une esta experiencia traumática de Eva con Vero, el personaje de La mujer sin cabeza (Lucrecia Martel, 2008), con la cual dialoga dentro de un imaginario de mujeres que, por diversos motivos, parecen suspender su existencia y vagar como almas errantes.
Como si fuera un viaje al fin de la noche, el inquietante itinerario marca instantes donde todo parece estallar. Sin embargo, la vida continúa. El acierto de la película es no poner en evidencia cómo.
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