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Llegando tarde…


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Una conquista tardía del oeste. Parte 1

Por Matías Gelpi

(@matiasjgelpi)

El western (es decir el conjunto de películas sobre el lejano y salvaje oeste) es el género estadounidense y cinematográfico por excelencia. Durante los primeros 80 años de existencia del séptimo arte fue realmente relevante, es decir, no se reducía tan solo a una remake aislada de los hermanos Coen, a algún homenaje de Tarantino, a una reformulación de Carpenter, o a un intento de volver a las fuentes de Clint Eastwood. Su era se ha terminado y hoy su tiempo nos parece mitológico.

Aunque esquivaremos el rigor histórico y onomástico, hay infinidad de nombres ineludibles en la historia del género: Howard Hawks, Anthony Mann, Raoul Walsh. Pero aquí nos encargaremos particularmente de John Ford, de cómo vemos hoy algunas de sus películas; y de como él, que prácticamente estabilizó las constantes del género, fue quien empezó a clausurar su época apoyándose en la fuerza de la presencia de John Wayne y el poderío poético del Monument Valley.

John Ford clausura el oeste.

LA LLEGADA DEL CREPUSCULO…

Para cuando el sonido llegó al cine, John Ford ya había hecho una cantidad insalubre de películas del Oeste, había explorado la mayoría de sus variantes y también había dejado que la historia norteamericana se inmiscuyera entre sus comedias cotidianas y la acción vertiginosa de los vaqueros. Por eso, cuando filma La diligencia (Stagecoach) en 1939, ya estaba casi todo dicho. Esta película es un archiconocido punto de inflexión en su carrera y en la historia del cine (porque así hablamos los que vemos todo a través del criterio del diario del lunes).

La diligencia es un compendio arquetípico de temas, personajes y paisajes del oeste. Combinados en un viaje de redención final, bajo la amenaza de ser destruidos por un ataque de apaches furiosos, los personajes nos hablan de sus esperanzas para el futuro y el de su país naciente. Esperanzas de paz y civilización que aún hoy están en pugna. Este western gigantesco ya muestra signos de melancolía autoconsciente: Wayne interpreta a un hombre relativamente joven que quiere resolver a los tiros las cuentas pendientes con su pasado, para luego retirarse a su rancho a vivir con la mujer que acaba de conquistar para la posteridad.

La diligencia es una película perfecta cuya consecuencia directa es que Ford comenzará a filmar la tercera edad del género que lo convirtió en un verdadero autor. El western comienza a ser crepuscular, algo relativo para nosotros que hemos visto el final de casi todas las tendencias felices e infelices en el mundo del cine.

LA MEJOR PELICULA DE TODOS LOS TIEMPOS

Para cada etapa de la vida tenemos una película que considerar como “la mejor de todos los tiempos”. Hoy ese puesto lo ocupa Más corazón que odio (The searchers, 1956).

Esta obra maestra cuenta principalmente la intención del veterano Ethan Edwards (otra vez Wayne) por encajar en el mundo post-Guerra de Secesión, un mundo que ya no necesita justicieros y pistoleros sino que espera con ansias la llegada definitiva de la civilización. Una tragedia familiar lo obliga a salir a la aventura nuevamente, en una búsqueda interminable de su sobrina que fue raptada por un jefe comanche.

La situación dura más de cinco años en los cuales Ethan, que sabe cómo enfrentar el peligro gracias a las experiencias violentas de su pasado, sigue posponiendo su inserción en el nuevo mundo civilizado. La historia transcurre bajo la sombra de Monument Valley otra vez, la combinación es emocionante, la trama se vuelve épica y hasta mitológica.

El plano final, donde todos ingresan a una cabaña donde espera el porvenir, y donde por supuesto John Wayne no puede entrar, es de una belleza casi inexplicable. Es un momento del arte donde confluyen todos los elementos que componen el absoluto. El ojo certero de Ford, la mirada de Wayne que es melancolía, tristeza y comprensión, componen un momento irresistible y conmovedor comparable en términos contemporáneos a la secuencia final de Un gran dinosaurio (The good dinosaur, Peter Sohn, 2015) cuando la madre de Arlo lo confunde con su padre muerto.

VENGADOR ANONIMO

En Un tiro en la noche (The man who shot Liberty Valance, 1962), Ford explora las tensiones de la vieja dicotomía civilización o barbarie. De un lado James Stewart, que interpreta a Ransom Stoddard, un abogado que directamente llega al pueblo de turno a instaurar leyes y educación, es decir, trae consigo la civilización. Y del otro lado, como no podía ser de otra manera, John Wayne interpretando a Tom Doniphon, un ranchero bien instalado representante de los restos de un viejo orden que está desapareciendo. Estos dos hombres se disputan el mundo, buscan el amor de la misma mujer y tienen el mismo enemigo: Liberty Valance (Lee Marvin). Mantienen una relación cordial a pesar de sus cosmovisiones opuestas y de las obvias tensiones.

Luego llega el giro final que resignifica todo (alerta de spoiler), porque todos estos grandes dilemas se reducen a saber quién mató al villano Liberty Valance. Parece que fue Stewart pero se nos devela que en realidad fue Wayne. Así las cosas, Ford prefigura el final de Batman: el caballero de la noche (The dark knight, Chirstopher Nolan, 2008), manipulando el mito en pos de un supuesto bien mayor, profundizando heridas que nunca cerrarán entre estos personajes, y dejando además una de las mejores frases de la historia del cine: “esto es el Oeste, y cuando la leyenda se convierte en realidad, se imprime la leyenda”.

La civilización inevitablemente llega ocupando todos los espacios del viejo orden; John Wayne termina representando ese componente ambiguo, bárbaro y feroz escondido en el centro de toda historia oficial o mito reluciente.

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