Título original: Unfrosted
Origen: EE.UU.
Dirección: Jerry Seinfeld
Guión: Jerry Seinfeld, Spike Feresten, Andy Robin, Barry Marder
Intérpretes: Jerry Seinfeld, Melissa McCarthy, Rachael Harris, Christian Slater, Jim Gaffigan, Hugh Grant, Nelson Franklin, Sarah Cooper, Kyle Mooney, Mikey Day, Amy Schumer, Max Greenfield, Cedric The Entertainer, Bailey Sheetz, Eleanor Sweeney, Adrian Martinez, Jack McBrayer, James Marsden, Dean Norris, Peter Dinklage, Bill Burr, Jon Hamm, John Slattery, Fred Armisen, Darrell Hammond, Dan Levy
Fotografía: Bill Pope
Montaje: Evan Henke
Música: Christophe Beck
Duración: 97 minutos
Año: 2024
Plataforma: Netflix
8 puntos
¡ASÍ SE HACE COMEDIA!
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
En tiempos donde el movimiento woke ha condicionado, mayormente para mal, tanto la producción como la crítica y recepción de la comedia norteamericana -el éxito de Barbie, con toda su corrección política a cuestas, es un ejemplo de esto-, aparece Jerry Seinfeld (nada menos que con su ópera prima cinematográfica) para ir contracorriente y alegrarnos la vida un poco. Sin glasear (disponible en Netflix) es una película que recupera el objetivo primario del género, que no es decir cosas “importantes” o lo que le resulte cómodo al público, sino hacer reír de la forma que sea, incluso (y especialmente) incomodando.
Situada en Michigan, en 1963, Sin glasear se centra en la competencia que entablan las empresas rivales Kellog´s y Post por crear el pastel perfecto para el desayuno diario de los norteamericanos, lo que podría cambiar el destino de ambas compañías para siempre. En el centro de esa disputa están, por un lado, Bob Cabana (Seinfeld), ejecutivo de Kellog´s; Edsel Kellog III (Jim Gaffigan), heredero del imperio familiar, y Donna Stankowski (Melissa McCarthy), una científica que deja su trabajo en la NASA -porque no es tan importante ni posible llevar al hombre a la Luna- para volver a Kellog´s. Por el otro, Marjorie Post (Amy Schumer), a cargo de su propia herencia, y su secretario Rick Ludwin (Max Greenfield). Pero también habrá otros personajes girando alrededor del conflicto, cada uno con sus propios intereses, amenazados por esta posible gran invención, que van desde un sindicato de lecheros hasta un grupo de individuos que se encarga de interpretar a los personajes identificados con las distintas marcas de cereales. Si alguien se pregunta cuán real es todo esto, la duda es válida, porque solo algunas situaciones lo son. Si alguien se pregunta cuánto sentido tiene, la duda también es válida, porque casi todo es ficción llevada al extremo, buscando lo absurdo a cada minuto.
Llama la atención que buena parte de la crítica estadounidense cuestionó a Sin glasear con el argumento dominante de que es una comedia superficial, que es pura cáscara y sin mucho sentido. Parece que se olvidaron de dos detalles muy importantes. Primero, que Seinfeld siempre practicó un tipo de comedia asentada en el sinsentido, sin búsqueda de mensaje o de reflexión específica: por algo su emblemática sitcom era “sobre nada”. Segundo, que la comedia no tiene por qué ser contenidista o mensajística, sino incluso todo lo contrario, porque su meta es lograr la carcajada del espectador, no enseñarle cómo es o debe ser el mundo. En cierto modo, lo de Seinfeld interpela el recorrido de cineastas como Adam McKay, porque lo que vemos es lo más parecido a El reportero que dio la comedia estadounidense en los últimos tiempos: un film libre y anárquico, despreocupado de cualquier convención social y alejado de cualquier tipo de pretensión de prestigio.
En apenas algo más de hora y media, Sin glasear nos pasea por un mundo donde puede pasar cualquier cosa, en el cual hay todo tipo de ideas disparadoras para la sátira, la parodia o el delirio sin límites. Un mundo que establece conexiones con el cine de Mel Brooks, los ZAZ, de la primera etapa de McKay -esa donde no estaba preocupado por mostrarse preocupado- y la obra del propio Seinfeld. Uno repleto de referencias culturales y que retuerce todo lo que puede cuanta estructura discursiva se cruza, y que por ende permite que todos los nombres involucrados -un montón, porque la película tiene un elencazo- se sientan con total libertad de hacer lo que se les canta. Y en el que Seinfeld, como director de orquesta, construye una sinfonía cargada de estímulos y que no le teme a nada. Así se hace comedia: sin miedo, sin mensajes y con absoluta voluntad caótica, porque desde ahí es donde sale la verdadera creatividad.
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