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Hemshej

Título original: Ídem
Origen: Argentina / Polonia
Dirección: Julieta Lande
Guión: Julieta Lande
Cámara: Julieta Lande, Pablo Linietsky
Sonido: Julieta Lande, Pablo Linietsky
Montaje: Miguel Goya
Duración: 71 minutos
Año: 2023


5 puntos


LAS OBVIEDADES IMPONIÉNDOSE A LOS HUECOS DE SENTIDO

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Los documentales personales o sobre historias de las propias familias ya son a esta altura un subgénero con peso propio dentro de la producción de cada año del cine argentino. Quizás demasiado, aunque haya entregado joyitas como Esquirlas, de Natalia Garayalde. Y tiene, a veces, una contra adicional, que es una dimensión un tanto extorsiva, que no permite el cuestionamiento porque lo que se narra es muy íntimo y subjetivo, y por ende hay que respetarlo casi obligatoriamente, por más que no sea tan interesante. Hemshej, ópera prima de Julieta Lande, se suma a esta larga lista y exhibe unas cuantas arbitrariedades, que están dadas no tanto por sus búsquedas, sino por algunas conclusiones que tiene preparadas de antemano.

El film parte de una sucesión de eventos reales en los que intenta profundizar: en 1939, los abuelos de Lande, Joel y Jana, ante la llegada de los nazis, escapan del pueblo polaco en el que vivían, siendo los únicos sobrevivientes de su familia. Su huida los termina llevando a la Argentina, donde tienen un hijo, al que apodan Hemshej, un término que en idish y hebreo significa “continuidad”. Ya en el presente, la realizadora, inquieta ante los silencios y evasivas de su padre, indaga en su historia familiar previa, con la sospecha de que hay partes que no le han contado. Esa pesquisa la llevará a Polonia, pero también a Israel, en una investigación de carácter indudablemente íntimo, pero que luego tendrá resonancias más relacionadas con lo socio-histórico.

Lo más atractivo de Hemshej está en sus huecos de sentido, en lo que está silenciado, olvidado o deformado por las arbitrariedades de la memoria, que es, al fin y al cabo, una forma de olvido. Por eso los personajes más interesantes son, paradójicamente, el padre y el tío de Lande, que se comportan como un muro casi inexpugnable frente a las preguntas de la realizadora. No hay crueldad o rechazo, sino más bien frialdad y desconexión, o quizás cierta necesidad de no volver a un pasado marcado por el horror, que contrasta con las demandas de la generación más reciente. Y un factor adicional, que la puesta en escena de Lande no llega a captar del todo -en parte porque no pareciera interesarle tanto-, que es lo que se elige recordar y transmitir, de generación en generación, y lo que no. Es que, si se lo piensa mínimamente, es claro que ninguna historia familiar está completa, que siempre hay omisiones en lo que respecta a personas o situaciones, así como versiones que se imponen. Por algo las fotos casi siempre muestran los momentos felices y no los tristes.

Sin embargo, a Lande pareciera no bastarle con su búsqueda identitaria y por eso va introduciendo, de manera muy forzada, una serie de conclusiones en las que asevera que el Estado de Israel construyó una narrativa histórica dominante que oculta a los palestinos o a lo sumo los coloca en un lugar de otredad. Lo dice como una especie de verdad revelada y como si fuera algo que solo lo hiciera el Estado israelí, cuando ya es harto sabido que todos los Estados Nación lo vienen haciendo hace cientos de años y que lo mismo cuenta para toda clase de etnias y culturas. Lo hace Israel, lo hace Argentina, lo hacen Estados Unidos y China, lo hace Palestina. Lo hace Hamás y bien que le sirvió ese ensamblaje discursivo -donde la otredad son los judíos, que ni siquiera merecen existir- para perpetrar una masacre de enorme crueldad hace tan solo seis meses. Todos tenemos narrativas dominantes, todos construimos otredades, para bien y para mal. Esa hipótesis sociopolítica e histórica que arroja Hemshej, además de obvia, deja en un segundo plano lo realmente importante, que es la identidad personal y familiar.


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