Por Cristian A. Mangini
El pasado 1 de marzo murió Akira Toriyama, a pesar de oficializarse una semana después entre medios temerosos de confirmarlo, en particular en una época donde las fake news están al acecho. Pero lo cierto es que sí, murió, y hay innumerables artículos en internet detallando las causas de muerte, posibles motivos y las reacciones que aún continúan suscitándose en el medio, incluso en espacios tan dispares como el deporte o los videojuegos en todos los rincones del planeta. También se detuvieron en su biografía, pero este artículo sobre Toriyama no tiene esa finalidad.
Toriyama fue en muchos momentos el refugio de quien escribe, así como lo fue para muchas generaciones que vieron Dragon Ball. Porque podemos hablar de Dr. Slump, mangas geniales desconocidos que demuestran la creatividad del mangaka e incluso su cuidada dirección artística en múltiples videojuegos. Pero Dragon Ball es Dragon Ball. Era el espacio donde uno podía desconectar su capacidad crítica por un momento y disfrutar de la épica de personajes queribles realizando hazañas imposibles. El principal mérito de Toriyama era gestar iconos y diseñar personajes con un background más o menos elaborado y abrevarse de un pastiche espiritual y de artes marciales que le daba vida. Y vaya que funcionaba; porque de la misma forma que planteaba enfrentamientos titánicos en planetas distantes con coreografías imposibles, daba lugar a pequeños momentos emotivos y la cotidianeidad con que esos personajes convivían con la muerte.
Porque lo que en su génesis era la adaptación de una novela épica china con varias libertades creativas, un tono pícaro y humorístico -que le da un tono adulto y problemático en la actualidad por su contenido erótico y las obsesiones del maestro Roshi- se fue volcando a un relato de superación con tintes épicos cada vez más retorcidos y villanos intergalácticos con objetivos maquiavélicos. Una mitología cada vez más compleja hizo que se vaya perdiendo el relato de aventuras inicial que podíamos ver en Dragon Ball para tornarse en una épica con escalas de poder que por momentos hacían olvidar la esencia de los personajes. Aún con repetición de patrones narrativos y personajes que se desdibujaban -algunos incluso olvidados, como lo reconoció el propio autor-, Dragon Ball Z entrega a lo largo de sus sagas algunos momentos memorables: ¿cómo olvidar el momento en que Gohan reacciona ante la muerte del androide Número 16 o la transformación de Goku en Super Saiyajin durante la intensa batalla con Freezer? ¿O la muerte de Goku tras el desafortunado encuentro con su hermano? Que esos momentos quedaran grabados en la retina era mérito de una cuidada construcción del drama en los paneles del manga, que luego fueron trasladados al animé.
Por otro lado Toriyama incursionó en la dirección artística de videojuegos y logró un trabajo notable con la saga madre de los JRPG, Dragon Quest. Sin embargo, fue Chrono Trigger con el que es imposible no asociar el cuidado trabajo de personajes y escenarios como uno de los elementos superlativos del juego, obviamente junto a la legendaria banda sonora de Yasunori Mitsuda y Nobuo Uematsu. El hecho de que se trate de uno de los videojuegos más reconocidos es también mérito del diseño de personajes con las marcas de autor de Toriyama: cabellos puntiagudos, criaturas pseudo humanas, un detallado trabajo sobre vehículos y robots, antagonistas con rasgos reptiloides y llamativos personajes femeninos. Es un juego que cautiva desde el magnetismo de su apartado visual y quién lo ha jugado puede reconocer fácilmente que el dibujo es de Toriyama.
Pero, sobre todo, Toriyama daba con Dragon Ball un espacio lúdico con un protagonista ingenuo pero de buen corazón con una voluntad inquebrantable (¿quién no conoce a Goku?), que tocaba la infancia con el insoportable suspenso que generaban sus tramas. Porque Dragon Ball no era sólo la obra de un mangaka japonés emitida por primera vez en 1986, era también quedarse hasta la madrugada para poder ver el próximo episodio o el desayuno antes de ir a la escuela para hablar de lo sucedido con los compañeros, era jugar a tener superpoderes y reírse de las colosales consecuencias que tenían, era tratar de identificarse inútilmente con algunos de los personajes. Dragon Ball era para muchos ese olor a infancia o adolescencia, recordando las emisiones en canales que ya no existen. Y entre el olor a leche hervida, las carpetas desperdigadas sobre la mesa, el frío rocío de las mañanas, los útiles y las pocas presiones de un mundo que ya no vuelve para los que crecimos viéndolo, se entiende por qué este animé fue tan importante y es inevitable derramar una lágrima al enterarnos de la muerte de su padre. Buena jornada a través del Camino de la Serpiente.
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