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MAR DEL PLATA 2023: Competencia Internacional – Día 2


No voy a pedirle a nadie que me crea de Fernando Frías de la Parra / 7 puntos


Puede que el principal mérito haya que buscarlo en su carácter impredecible, que no es lo mismo que dispersión. La trama se construye a partir de la idea de una especie de random e incluye una galería de personajes multiculturales en diversas situaciones, aunque el propio concepto de multiculturalismo aparezca encerrado en el mismo juego satírico de la película. Cómo se llega desde un hombre que encuentra un manuscrito tirado en un contenedor, pasando por unos chicos mirando una película porno (de acá sale el título) en México, hasta el final en Barcelona, sin desbarrancar, es gracias a Frías de la Parra que nos mantiene en viaje siempre y adapta una novela (no menos impredecible) de Juan Pablo Villalobos. Como en todo viaje hay paradas muy divertidas, otras amargas, y algunas que dan ganas de descansar. Y como en toda película/viaje las modalidades genéricas se mixturan. El protagonista kafkiano es Juan Pablo, un estudiante de literatura con un proyecto de tesis sobre el humor, que ha obtenido una beca para estudiar en Barcelona. La primera de las paradojas es que deberá enfrentar un muro de pedantería académica que terminará riéndose de él. La mirada sobre el nicho universitario destroza las poses y la discriminación disfrazada de los catalanes hacia los latinos, pero siempre dentro del marco del absurdo y sin sobrepasarse para caer en la banalidad. La otra paradoja es que el destino de Juan Pablo está determinado como en una tragedia griega, salvo que los dioses de este mundo lo interpretan mafiosos de una organización criminal que lo eligen para cumplir sus propósitos. Esto incluye a su novia Valentina, la principal damnificada y la figura que mejor expresa esta condición de migrante a la fuerza, perdida por las calles de Barcelona sin mucho que hacer, viviendo de prestada en el departamento de un argentino canchero (bastante estereotipado, interpretado por Juan Minujín) y compartiendo una botella de cerveza con otro italiano que vive de prestado. Además, su participación equilibra el eje del tonto aspirante a escritor e incapaz de conectarse con el placer, enredado en la lógica desquiciada de un mundo de colores pálidos. Porque si la realidad es absurda, el mundo académico lo es el doble (en una de las mejores escenas, de las más divertidas, un experto habla de la opresión del falo con una muestra de goma mientras el auditorio observa expectante). Puede que la película en su conjunto se vea afectada por ese mal posmoderno por antonomasia que se llama la anhedonia, la incapacidad o dificultad para expresar el sentir, pero también es interesante reparar en que se pueden referir temáticas propias de un cine latinoamericano saliendo de los lugares previsibles y apostando al azar como principio narrativo, con el respaldo de los géneros que, bien trabajados, nunca fallan. Guillermo Colantonio


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