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El cameraman (1928)



KISS KISS PAF PAF

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Cuenta la leyenda que el productor Irving Thalberg adjudicó el fracaso de Sopa de ganso de los Hermanos Marx (fracaso hasta ahí, fue la sexta película más vista en Estados Unidos durante 1933) al hecho de que hay un montón de chistes, pero no hay una historia de amor, algo con lo que el espectador pudiera identificarse. Eso es algo, precisamente, que no se le podía reprochar a Buster Keaton, que sabía perfectamente lo que su público buscaba y apostaba por historias simples en algún sentido que le permitieran demostrar sus habilidades cómicas. La complejidad en el cine de Keaton era un asunto de la puesta en escena, incluso de su mirada sobre lo que el cine representaba como elemento social y que discurría en sus películas como un elemento, además, surrealista. Pero Buster sabía que el cine era Kiss Kiss Bang Bang. O cambie Bang por la onomatopeya que guste, la que represente mejor los golpes y porrazos que se daba con peculiar pasión. Y El cameraman, lo que la hace poner a andar, es precisamente eso: el enamoramiento del clásico y torpe personaje keatoniano, que lo lleva a trabajar de camarógrafo para los noticieros del cine por el sólo objetivo de estar cerca de la chica.

Como siempre en las películas del comediante, lo extraordinario surge del caos. El caos interior a la historia, pero también el externo, ese que Keaton aprovechaba para construir enormes proezas físicas que tenían la precisión del satirista. Aquí ese caos estaba dado por el hecho de ser la primera película del actor financiada por la MGM, en un arreglo muy provechoso desde lo económico pero que terminó lastrándolo creativamente: ahora era la compañía la que tomaba las decisiones y su mirada quedaba un poco relegada. Sin embargo, incluso en ese contexto desfavorable, El cameraman contiene algunos de los más perfectos momentos cómicos del cine de Buster, algunos de ellos verdaderas invenciones. Hay secuencias que surgen de la más pura improvisación, como aquella en el vestuario de una pileta de natación, donde dos hombres en el reducidísimo espacio del vestidor se cambian. El plano se sostiene y uno piensa mientras ve esa batalla corporal cuánto pueden estirar el límite de esa situación. Como siempre en Keaton, finalmente triunfan las reglas que rompen lo posible más allá de que su cine sea la lucha constante entre los límites que imponen las cosas y la ruptura del cuerpo esmirriado del comediante.

Seguramente la clave del cine de Keaton esté en el último acto de sus películas, allí donde por la fuerza de la acumulación termina construyendo piezas humorísticas no sólo perfectas, sino grandilocuentes, enormes y por fuera de toda razón. Uno imagina que sus películas nacen ahí, en una imagen o en una situación, y el trabajo del artista será unir los puntos que conduzcan a ese lugar. Con el fracaso a cuestas por su impericia para ser un buen camarógrafo, Keaton termina azarosamente (y el azar siempre juega un rol importante en su cine) convirtiéndose en el mejor en lo suyo. Eso sucede cuando sin querer queda en medio de una disputa entre la mafia china y registra todo con su cámara. La secuencia es antológica, con gente corriendo de aquí para allá y cosas sucediendo en cada rincón del plano. Y, en medio de todo eso, Keaton -y un mono, personaje clave- capturando con su ojo/cámara lo inasible, lo inesperado. Eso era el cine para Buster Keaton y eso mismo queda plasmado a cada paso en esta película genial.


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