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Beau tiene miedo

Título original: Beau is afraid
Origen: EE.UU. / Reino Unido / Finlandia / Canadá
Dirección: Ari Aster
Guión: Ari Aster
Intérpretes: Joaquin Phoenix, Patti LuPone, Amy Ryan, Nathan Lane, Kylie Rogers, Denis Ménochet, Parker Posey, Zoe Lister-Jones, Armen Nahapetian, Julia Antonelli, Stephen McKinley Henderson, Richard Kind, Hayley Squires, Julian Richings, Bill Hader, Alicia Rosario, James Cvetkovski, Michael Gandolfini, David Mamet
Fotografía: Pawel Pogorzelski
Montaje: Lucian Johnston
Música: The Haxan Cloak
Duración: 179 minutos
Año: 2023


4 puntos


UN EXCESO INCONDUCENTE

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

La ópera prima de Ari Aster, Hereditary (acá se conoció con el inapropiado título de El legado del diablo), era una obra notable: una muestra cabal de cómo contar un gran drama familiar, trágico y desolador, a través de la estructura narrativa de un horror profundamente inquietante. Sin embargo, Midsommar, su segundo film, ya insinuaba algunas falencias en el andamiaje estético del cineasta, a partir de cómo convertía a sus protagonistas en meros vehículos para un despliegue ideológico algo superficial. Y ahora llega Beau tiene miedo, que demuestra que Aster se la creyó demasiado y que los fuegos de artificio que pone frente al espectador a cada minuto solo esconden un simplismo un tanto alarmante.

El propósito que se plantea Aster es, a priori, desafiante: ponernos a nosotros, espectadores, a seguir a un perdedor nato, alguien que, por acción u omisión (mayormente por lo segundo), se autoboicotea todo el tiempo. Beau (Joaquin Phoenix en un sufrido papel hecho a su medida) es un tipo con una vida miserable, que está apabullado por paranoias y que encima está rodeado por un contexto totalmente hostil: el edificio en el que vive es de lo peor y la ciudad que habita parece plagada de seres entre siniestros y quebrados mentalmente. No parece haber salida para su situación marcada por el miedo y la soledad, hasta que se entera que su madre ha fallecido súbitamente y que debe viajar a su antiguo hogar para que pueda hacerse el funeral. Ese evento será un punto de quiebre para él, porque el viaje que emprenderá, completamente accidentado y plagado de vicisitudes, implicará una revisión de su propia existencia y los traumas que lo aquejan.

El conflicto central de Beau tiene miedo podría contarse fácilmente en una hora y media. De hecho, por algo está basada en un cortometraje del propio Aster. El hecho de que el metraje termine rozando las tres horas obedece esencialmente a un capricho del realizador. Decimos capricho porque Aster construye una narración totalmente derivativa y estirada, donde la acumulación de situaciones rara vez encuentra una forma de consistencia. Es cierto que el film procura apoyarse en la comedia absurda para de esa forma sostener el seguimiento permanente a un protagonista marcado por el patetismo, pero también que los tonos que despliega Aster -que coquetean en unos cuantos pasajes con el drama y el suspenso, además de una reflexividad filosófica poco inspirada- nunca encuentran una razón de ser que los sustente más allá de cierta vocación provocadora. Si Aster pareciera querer generar polémica a partir de bruscos giros en la historia, lo que logra eventualmente es cansancio y hasta indiferencia.

Luego de dar muchas vueltas y someter a su protagonista a toda clase de vejaciones y manipulaciones, Beau tiene miedo, en su última media hora, abandona toda vocación anárquica, para mostrar todas sus cartas y dejar bien clara su tesis. Allí es donde surge un cambalache de sentencias sobre los lazos materno-filiales y los traumas infantiles, además de las implicancias del artificio artístico y el impacto en las audiencias, que son entre obvias y superficiales. Y que, encima, van de la mano de un imaginario apoyado en el feísmo, pero que solo busca asquear por el asco mismo. En Beau tiene miedo, Aster amaga con hablar sobre sus propios miedos, pero lo puede más la pedantería. Por eso solo queda una reflexión vacía y agotadora.


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