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24 líneas por segundo: Tiburón gigante, entre un artesano y un autor

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Allá por 2018 el estreno de Megalodón fue una agradable sorpresa. Una película que jugaba con elementos vistos miles de veces, una aventura acuática llena de monstruos marinos que confesaba su filiación con el clásico Tiburón (al que homenajeaba en una última secuencia muy divertida), pero que estaba hecha con la convicción necesaria como para que todo eso no impidiera el goce. De paso, era un vehículo más que novedoso para la estancada carrera de Jason Statham. Aquella película estaba dirigida por Jon Turteltaub, uno de esos artesanos sin rasgos significativos pero que son dueños de un pulso confiable para contar cualquier historia. A Turteltaub lo conocimos con la épica deportiva de Jamaica bajo cero, pero transitó géneros y estilos como podemos ver a partir de una rápida recorrida por su filmografía, con películas como Mientras dormías, Instinto o La leyenda del tesoro perdido. No estamos diciendo que todas fueran grandes películas -algunas ni siquiera son aceptables- pero sí que sabe lo que quiere contar y cómo hacerlo. Y, mejor, no teme a la invisibilidad, no precisa dejar su sello en cada toma. Sorpresa fue descubrir que detrás de la secuela Megalodón 2 estaba Ben Wheatley. Al británico lo conocimos mayormente por películas que fueron proyectadas en el Festival de Cine de Mar del Plata, como Feliz año nuevo, Colin Burstead, Fuego cruzado, The duke of Burgundy o Turistas, y más recientemente por su fallida reversión de Rebeca. Wheatley es, claro que sí, un autor festivalero. Bien es cierto que su recorrido es bastante ecléctico, pero cuando aborda una película de género (Fuego cruzado sería el ejemplo más claro) lo hace siempre con una mirada que busca desentrañar los recursos para exponerlos en primer plano. Y si bien en Megalodón 2 no hace eso y un poco se abandona a la suerte de un relato que debería estar por encima de su figura (nadie pedía un autor aquí), confunde aspectos fundamentales como ese débil hilo que lleva la comedia del disparate a la autoconciencia canchera. Es decir Megalodón 1, hecha por un artesano que sabe cómo es un entretenimiento popular, llegaba a la diversión por la vía de la exageración. Megalodón 2, hecha por un autor al que esta película le debe haber llegado por encargo, no respeta la lógica de los personajes, a los que convierte en imbéciles con tal de ganar un chistecito medio pavo (y eso pasa de una primera hora, que es excesivamente solemne y en la que no se entienden las escenas subacuáticas, a una segunda hora en la todo se vuelve una versión más cara de la berreteada soporífera esa de Sharknado). Un ejemplo de la distancia entre la primera película y la segunda es la presencia de un perrito, que en la primera era un gran chiste y que aquí repite, pero con más pereza que creatividad. La exageración, hacia el final, llega con un dejo de autoconciencia y distancia irónica. Y no funciona. Para la tercera llamen a alguien que tenga cariño por lo que cuenta.


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