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24 líneas por segundo: Algunos apuntes sobre Oppenheimer

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Esta no será una crítica sobre Oppenheimer (hay una de Rodrigo Seijas, y muy buena, aquí en la web), pero es indudable que la película de Christopher Nolan genera cierta necesidad de decir cosas, para bien o para mal. Luego de varios días de no conseguir entradas, finalmente vi el film del director Memento. Primer detalle: Es para sacarse el sombrero con lo que logró Nolan (porque intuyo que sólo su firma obró el milagro), una película de tres horas, repleta de diálogos sobre la política norteamericana de mediados de Siglo XX, que es uno de los grandes éxitos comerciales del año. Una película, por otra parte, que arrastra masivamente a ese público (al que podemos estereotipar como “adulto”) que era el que más había dejado de ir al cine luego de la pandemia. Eso, como positivo, pero por fuera del cine. Mientras miraba Oppenheimer pensaba una cosa: Es la típica película norteamericana (y es la película más norteamericana de Nolan a la fecha) sobre un individuo que se opone a un sistema que lo limita, y triunfa. Claro, el triunfo aquí es la invención de la bomba atómica y el posterior bombardeo a Japón. Por lo tanto Oppenheimer no se podía dar el lujo de terminar con el científico llevado en andas, con la bandera de fondo, como un triunfo más del espíritu americano musicalizado con violines. Al fin de cuentas la película de Nolan es eso, y es otras cosas. Y ahí ingresa uno de los puntos más débiles del film, la construcción de un villano en el Lewis Strauss de Robert Downey Jr. Convencional como es, Oppenheimer necesita que el espectador empatice con su protagonista, pero es un personaje tan ambigüo y cuestionable, que precisa darle espacio a una subtrama que lo tiene a Strauss como protagonista con el fin de convertirlo en el verdadero malvado de esta historia. Perfecto, Oppenheimer inventó la bomba, pero el verdadero guacho es este. En sí, en términos dramáticos, no está mal, pero sí que construye esa rivalidad en torno a una escena (como la de la charla entre Oppenheimer y Albert Einstein) que es pura especulación. Otra cosa que sobresale al ver la película es el innecesario exhibicionismo del director, que aquí alcanza diversos aspectos como el sonido, la música y la fotografía. Una escena ejemplar en ese sentido es un diálogo sobre el final, entre el propio Oppenheimer (Cillian Murphy) y el asesor especial de la Comisión de Energía Atómica, Roger Robb (Jason Clarke). Allí, Robb lo apura inteligentemente al científico respecto de su límite moral con la bomba atómica. El diálogo, repito, es muy bueno, porque va al centro del asunto de la película. Ahora, Nolan no puede registrar eso sin meter mano a diversos recursos, como un sonido que satura y una luz que simula una explosión nuclear, lo que hace perder un poco la fuerza del debate porque le estamos prestando atención a otras cosas. No a lo que importa. Eso mismo es lo que hace el director con saltos temporales innecesarios, en una historia que funcionaba perfectamente si era contada de manera lineal. Oppenheimer tiene un personaje atractivo, una historia fascinante, y para los parámetros de Nolan logra ser bastante interesante. El problema son los gestos ampulosos con los que se quiere mostrar siempre por encima del relato y que lastran la fluidez. Y es curioso por cuanto un personaje, Jean Tatlock (Florence Pugh), lo dice bien claro en la película: “Las cosas (o la gente, no recuerdo bien) son más sencillas de lo que parecen”. El gran problema de Nolan sigue siendo esa culpa que le da el hecho de contar sencillo, simple, directo. Pero no, enrosca tanto las cosas que tiene que terminar sobre-explicando. Más allá de eso, es noble decirlo (para alguien como yo que no gusta mucho de su cine) Oppenheimer debe ser una de sus mejores películas.


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