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Oppenheimer

Título original: Ídem
Origen: EE.UU. / Reino Unido
Dirección: Christopher Nolan
Guión: Christopher Nolan, basado en el libro de Kai Bird y Martin Sherwin
Intérpretes: Cillian Murphy, Emily Blunt, Matt Damon, Robert Downey Jr., Alden Ehrenreich, Scott Grimes, Jason Clarke, Kurt Koehler, Tony Goldwyn, John Gowans, Macon Blair, James D´Arcy, Kenneth Branagh, Harry Groener, Tom Conti, Matthias Schweighöfer, Josh Hartnett, Alex Wolff, Josh Zuckerman, Michael Angarano, Florence Pugh, Sadie Stratton, Jefferson Hall, Guy Burnet, Matthew Modine, Matt Damon, Dane DeHaan, Josh Peck, Rami Malek, Olivia Thirlby, Casey Affleck, James Remar, Steve Coulter, Gary Oldman
Fotografía: Hoyte Van Hoytema
Montaje: Jennifer Lame
Música: Ludwig Göransson
Duración: 180 minutos
Año: 2023


6 puntos


UN DIRECTOR CHOCANDO CONTRA UNA BIOGRAFÍA

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Esta semana llegaron a las salas dos películas donde las historias y conceptos están tensionados por las agendas de sus respectivos directores. Por un lado, Barbie, a la que Greta Gerwig quiere convertir en un vehículo entre matriarcal y complaciente, lo que conduce a un desastre estético, narrativo y hasta político de proporciones considerables. Por otro, Oppenheimer, un biopic sobre una figura potente y polémica, con una gran carga de ambigüedad, pero al que se le aplica una lectura ideológica nítida y transparente, que está atravesada por el propósito esencial que se ha planteado su director y guionista, Christopher Nolan, a lo largo de toda su carrera: explicar todo, absolutamente todo, como para no quede ninguna clase de duda en el espectador.

La vida de Robert J. Oppenheimer puede calificarse con toda clase de adjetivos: apasionante, luminosa, trágica, terrible y un largo etcétera. Fue también un personaje cuyo recorrido individual supo hacer confluir distintas interpretaciones sobre comportamientos y trayectos culturales y políticos. Es decir, fue un hombre que ayudó a definir su presente, pero también el futuro, no solo por lo que generó, sino también por lo que le pasó y le hicieron. Y por eso es que, por más que abordar su vida desde el cine presentaba unos cuantos desafíos, también había que ser muy mediocre para no entregar una película mínimamente interesante. Nolan no es un mediocre: tiene cierta habilidad para narrar e introducirle un sesgo personal a los conceptos que trabaja, además de un conocimiento innegable de ciertos dispositivos específicos vinculados a lo audiovisual. Pero también es alguien que suele ser más astuto que inteligente, que se deja llevar por el cálculo y la precisión hasta el punto de deshumanizar lo que cuenta y no dejar atisbo alguno para la incertidumbre. Por eso es que Oppenheimer es una película interesante, pero a la vez fría y poco desafiante -más allá de su duración un tanto excesiva-, que rara vez conmueve más allá de su excelencia técnica.

Basándose en el libro Prometeo Americano: el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, Nolan se propone profundizar en dos aspectos centrales de la vida del famoso físico. Por un lado, su formación y ascenso en los círculos académicos y científicos, que eventualmente lo llevaron a ser elegido para liderar el Proyecto Manhattan, a través del cual Estados Unidos construyó las primeras bombas atómicas. Por otro, su trayectoria política, que incluyó diversos vínculos personales -de amistad, intelectuales y románticos- con sectores del comunismo estadounidense, que más tarde, en la posguerra, lo hicieron caer en desgracia y ser perseguido por distintos sectores anticomunistas y de la burocracia estatal norteamericana. Nolan entiende -con bastante razón- que ambas ramificaciones se complementan entre sí, que hay ahí dos historias de ascenso, caída y (leve) redención, pero también -y acá no tiene tanta razón- que debe apelar a idas y vueltas temporales para que no haya linealidad y todo parezca demasiado simple. Y, principalmente, que todo ese andamiaje narrativo, temático, biográfico y político debe ser explicado al detalle, hasta casi convertirse en una clase de Historia, Ciencia y Política.

Hay abundantes ejemplos representativos del didactismo al cual apela Nolan en Oppenheimer, pero nos podemos quedar con un par de casos. Ahí tenemos al asesor del Senado que interpreta Alden Ehrenreich, que acciona como el personaje de Joseph Gordon-Levitt en El origen: no solo explica algunos de los sucesos y situaciones que se exhiben, sino que también enuncia el punto de vista ideológico y moral que desea transmitir el realizador. O una secuencia donde Oppenheimer (Cillian Murphy) debe explicar frente a un comité las implicancias del vínculo que tenía con su amante Jean Tatlock (Florence Pugh), con su esposa Kitty (Emily Blunt) como testigo, con la puesta en escena de Nolan apelando a un desnudo para resaltar la incomodidad de todo el asunto. Es un recurso entre torpe e impúdico, que da para pensar cómo no hubo nadie que le señalara al director que era absolutamente innecesario. Es que Nolan podrá querer disfrazar a este biopic de complejo e inteligente, pero en verdad no termina de confiar en sus espectadores: por eso la necesidad de la remarcación constante, que incluso se traslada a diversos aspectos técnicos, como la banda sonora -atractiva, pero omnipresente hasta el hartazgo- o el sonido, utilizado inteligentemente en algunos tramos, pero aturdiendo en otros.

En Oppenheimer, que es también una historia sobre profesionales extraordinarios, que se llevaron a sí mismos hasta romper con toda clase de límites y colocarse frente al abismo del horror de Hiroshima, Nagasaki y la carrera armamentística de la Guerra Fría, se nota la pulsión obsesiva por llevarse el Oscar. No solo por parte de Nolan-que vuelve a tener chances claras en los rubros de dirección, guión y película-, sino también de Robert Downey Jr., que para el papel de Lewis Strauss (el verdadero villano del film) se carga de maquillaje y monta un show gestual que muy posiblemente le termine haciendo ganar el Premio de la Academia al mejor actor de reparto. Sí hay que admitir que Murphy, en un rol sumamente desafiante, consigue una interpretación comprometida y medida a la vez, aunque haya pasajes donde queda al borde de la sobreactuación. Esto último no deja de ser un hallazgo llamativo en un biopic que, por más que se pretenda como la película definitiva sobre la bomba atómica y sus implicancias, solo se limita a disfrazar sus convencionalidades con pomposidad y auto-importancia. Nolan sigue fiel a sí mismo y su egocentrismo, y por eso Oppenheimer es una película ciertamente atractiva por todo lo que cuenta, pero no por la mente narrativa que está detrás de ella.


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