Por Mex Faliero
Cuando en 2002 Miguel Bonasso publicó El palacio y la calle: crónicas de insurgentes y conspiradores, el libro que recopilaba el detrás de escena de lo que fue el estallido social de 2001 que terminó con el gobierno de Fernando De la Rúa, todo lo que allí aparecía sonaba entre novedoso y arriesgado. Si bien existía un rumor popular sobre la vinculación del peronismo con los saqueos y el ruido callejero, que una voz reconocida le diera forma oficial al asunto era sin dudas significante. La producción audiovisual argentina, se sabe, es un poco remisa (o tal vez miedosa) a referirse a cuestiones políticas recientes. Por eso, tuvieron que pasar veinte años para que una ficción se anime a mirar aquellos hechos de frente. Claro, a diferencia del relato de Bonasso, esta miniserie de seis episodios ya no suena ni novedosa, ni arriesgada, ni nada que se le parezca. Dirigida por Benjamín Avila (director de Infancia clandestina, uno de los relatos más interesantes y honestos sobre los años de la dictadura) y escrita por Mario Segade, Diciembre 2001 se debate entre sus propias limitaciones estéticas y algunas elucubraciones relacionadas con su objetivo: ¿Por qué en un año electoral? ¿Por qué antes de las elecciones? ¿Por qué arrancar la ficción con la asunción de Ricardo López Murphy y por ejemplo lo de la Banelco, comienzo de la crisis del gobierno, se menciona al pasar? Claramente trazar un panorama con un radicalismo inútil (el De la Rúa de Jean Pierre Noher es más un tarambana que un hombre perdido en su propia ortodoxia política), un peronismo mafioso y conspirador (ya se ha hablado demasiado del Duhalde símil Joe Pesci, pero es imposible no nombrarlo) y un liberalismo de mercado cruel (Cavallo como villano chillón e histérico) es sencillo para un grupo de artistas, algunos de ellos, muy identificados emocionalmente con el kirchnerismo, fuerza que en esta historia permanece en un off absoluto, pero que fue la consecuencia directa del “que se vayan todos” y la que llegó al poder con la venia de Duhalde y aquel peronismo. Claro que uno se detiene en estos asuntos porque narrativamente la serie no ofrece mucho, ni tampoco desde la representación de personajes y situaciones. La historia tras la caída de De la Rúa daba para un thriller político de lo más interesante, pero Diciembre 2001 se define por el trazo grueso y la obviedad. Un camino posible hubiera sido (visto ese Duhalde, visto ese De la Rúa) la sátira o la parodia, pero la serie es más bien circunspecta y si surge humor, lo hace de forma involuntaria. Ni siquiera funciona lo coral, porque si bien hay una clara intención de construir un relato a partir de múltiples puntos de vista con personajes que sintetizan un sector (la calle, la clase media, la política…), la falta de un eje vuelve todo demasiado fragmentado y poco complejo. Así Diciembre 2001 se disuelve entre su falta de tensión y lo poco novedoso que tiene para decir.
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