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Indiana Jones y el dial del destino

Título original: Indiana Jones and the Dial of Destiny
Origen: EE.UU. 
Dirección: James Mangold
Guión: Jez Butterworth, John-Henry Butterworth, David Koepp, James Mangold
Intérpretes: Harrison Ford, Phoebe Waller-Bridge, Antonio Banderas, Karen Allen, John Rhys-Davies, Shaunette Renée Wilson, Thomas Kretschmann, Toby Jones, Boyd Holbrook, Olivier Richters, Ethann Isidore, Mads Mikkelsen, Martin McDougall, Alaa Safi
Fotografía: Phedon Papamichael
Montaje: Andrew Buckland, Michael McCusker, Dirk Westervelt
Música: John Williams
Duración: 154 minutos
Año: 2023


7 puntos


UN TIPO DE AVENTURA SE DESPIDE

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Durante la premiere de Indiana Jones y el dial del destino, antes de la exhibición de la película, hubo un concierto sorpresa donde John Williams dirigió una orquesta que tocó el ya emblemático tema insignia de la saga. Fue presentado previamente por Steven Spielberg, quien dijo, palabras más, palabras menos, que había tres personas indispensables sin las cuales nadie estaría allí: el creador de Indiana Jones, George Lucas; el intérprete, Harrison Ford; y el autor de la banda sonora, que es precisamente Williams. Es decir que, a pesar de haber dirigido las cuatro películas previas -y la trilogía inicial, que es el gran objeto cultural-, Spielberg decide, explícitamente, colocarse por fuera de la responsabilidad autoral de la franquicia. Es como si se hubiera despedido previamente del personaje, después del rechazo generado por Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal -película muy subvalorada, por cierto-, en un movimiento parecido al de Lucas luego de haber concretado la segunda trilogía de Star Wars.

Quizás lo anterior sea un indicador de por qué James Mangold fue el elegido para reemplazar a Spielberg como director: se necesitaba a un realizador que supiera cómo despedir a un personaje que ya es una leyenda en sí mismo y que tuviera la capacidad para posiblemente encontrar puentes generacionales, porque convengamos que Indiana es una figura que interpela mayormente a los que eran chicos o jóvenes entre los ochenta y noventa. Mangold ya había demostrado que podía construir despedidas con la magnífica Logan y, salvando las distancias de tono y violencia, aplica un proceso parecido en Indiana Jones y el dial del destino, que le dice adiós no solo a su protagonista, sino también, posiblemente, a una forma de concebir la aventura desde el cine. Es que, más que construir puentes intergeneracionales o pasar la posta, el film parece hacerse cargo de que, al menos en esta coyuntura de recepción por parte de los espectadores de hoy, el único vínculo posible es la melancolía.

Por eso, por más que los primeros minutos vuelvan a los años dorados de Indiana, cuando luchaba contra el nazismo, el presente del relato está situado a fines de los sesenta, con el famoso arqueólogo ya viejo, alejado de las grandes aventuras y a punto de retirarse de la docencia. Mangold deja esto en claro principalmente desde lo corporal: podemos ver el torso desnudo de Indiana -que es también el de Harrison Ford, un ícono actoral que ha atravesado múltiples épocas- y darnos cuenta de que la vejez le ha llegado irremediablemente, aunque no haya perdido las mañas. La casualidad será, nuevamente, la que lo llevará a unirse a su ahijada (Phoebe Waller-Bridge) para hallar un legendario dispositivo capaz de cambiar el curso de la historia, enfrentándose con un ex nazi (Mads Mikkelsen) que se ha reciclado y trabaja para la NASA. Y desde ahí es que emprenderá un viaje aventurero donde el tiempo será el gran conductor del conflicto, no solo porque es la materialidad que persigue el villano, sino también porque interpela la existencia y el presente de Indiana.

Hay dos factores interrelacionados que colocan a Indiana Jones y el dial del destino un escalón por debajo de las mejores entregas de la saga. El primero es el humor, que, en las mejores películas, como Indiana Jones y la última cruzada, se desplegaba desde múltiples ángulos: no solo lo verbal, sino también a partir del juego con lo físico y lo espacial. El segundo es la acción, que siempre recurría al disparate y la reconversión de diversas iconografías culturales, históricas y políticas. Mangold, por más que diseña una puesta en escena sólida, donde se entiende todo lo que pasa, no posee la misma creatividad y lucidez que Spielberg. Eso lleva a que el relato sea entretenido y consistente, pero no necesariamente hilarante y cautivante, porque la narración solo se permite en algunos tramos ser realmente chispeante, inventiva y lúdica.

Pero donde Mangold acierta, especialmente en el último tramo, es en el manejo de la melancolía, que incluso en ciertos tramos coquetea con lo trágico. Lo logra porque no se regodea en la pérdida o en la consciencia de lo que ya no está o no se puede recuperar. En cambio, vuelca solo la información justa, para luego seguir adelante desde el movimiento, que siempre ha sido uno de los elementos esenciales de la saga. Eso le permite arribar a un cierre sumamente coherente y hasta emocionante, especialmente porque se aleja de las impostaciones. Eso, a su vez, habilita una operación metalingüística que se insinuaba en el alejamiento de Spielberg: si Indiana Jones surge como un personaje que revisitaba los géneros populares de la edad de oro de Hollywood y la iconicidad de James Bond, que habían formado buena parte de la cinefilia de Lucas y Spielberg, esta entrega final propone una nueva revisión. Indiana Jones y el dial del destino revisita la saga y el cine popular de los ochenta, ese donde Lucas y Spielberg fueron fundamentales. Y parece decirnos que, por más que proliferen secuelas-legado o actualizaciones al estilo Stranger things, hay una esencia estética, narrativa y fundamentalmente ética en esos mundos que ya no es aplicable en la actualidad. Por eso Indiana se retira, pero con la dignidad, y su sombrero, intactos.


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