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El Reino – Temporada 2

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

La primera temporada de El Reino amagaba con ser un alegato político, pero este quedaba relegado en pos de un panfleto anti-evangélico que tendía a simplificar todo. Pero por lo menos tenía algunos pasajes interesantes desde la incertidumbre, porque no se sabía qué y cómo quería contar, y eso generaba algo de tensión. En esta segunda temporada, queda muy claro desde el inicio hacia dónde quieren ir los creadores, Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro, y eso, paradójicamente -o no tanto-, le resta todo interés. El problema no es que quieran plantear la posibilidad de una Argentina cuasi distópica, convertida en una especie de teocracia, y un enfrentamiento entre el Bien, encabezado por Tadeo (Peter Lanzani), y el Mal, liderado por el pastor y ahora Presidente Emilio (Diego Peretti). El problema es que el nivel de simplismo y esquematismo que manejan es hasta risible. El Reino II es una buena muestra del nivel de desorientación en el que está sumido gran parte del progresismo artístico nacional, a partir de su desaliento por el fracaso del cuarto kirchnerismo y su miedo frente al posible retorno de “la derecha” vía el macrismo o Milei. Es este último el blanco principal de esta segunda y última entrega de la serie, pero las ideas que despliegan Piñeiro y Piñeyro no es que atrasan cuarenta, cincuenta o cien años: son paupérrimas o directamente nulas. Y esto se da por un pobrismo y miserabilismo pocas veces visto, que afecta tanto a la narración como a los personajes. Si los “malos” solo pueden ser represores y fanáticos religiosos, hipócritas, ignorantes, abusadores y asesinos, seres totalmente planos en su maldad; los “buenos” también están condenados -por decirlo de algún modo- a ser bondadosos, bienintencionados, amorosos, piadosos, portadores (obviamente) del lenguaje inclusivo, tan puros que hasta Dios les pediría que sean un poquito más humanos. No hay ambigüedad posible en El Reino II, solo víctimas y victimarios. Por eso el Tadeo de Lanzani queda reducido a una estampita, una mezcla de Santiago Maldonado -o lo que se quiere pensar que era- y Jesucristo, pero más blanco y con barba un poco más prolija; y el Emilio de Peretti solo se dedica a acumular momentos cada vez más patéticos. Por eso también la serie puede darse el lujo de mirar la Historia con total desconocimiento e irresponsabilidad, y querer inventar en medio del relato un grupo parapolicial al que los medios (esos agentes permanentes de la desinformación) quieren vender como los nuevos Montoneros, cuando claramente son la nueva Triple A. Todo esto se refleja en una narración que convierte a todos los personajes en marionetas, una puesta en escena cargada de solemnidad y un elenco que acumula tantos nombres importantes como pésimas actuaciones. Es difícil lograr que intérpretes experimentados y sólidos como Peretti, Mercedes Morán y Joaquín Furriel actúen mal, pero el “triunfo” de El Reino II en ese aspecto es total e irrevocable. De hecho, el único mérito que puede atribuírsele a esta segunda temporada es que solo tiene seis episodios. Piñeiro y Piñeyro quieren alertar sobre los peligrosos que trae el ascenso de la ultra-derecha, pero la salida que plantean no es muy diferente a la que proponen, por ejemplo, los libertarios: para ellos también el país solo puede ser salvado por seres iluminados, que siempre tienen todas las respuestas. Su derrota intelectual es total y lo único que hacen es revelar y exponer un paternalismo que es una forma apenas disfrazada de fascismo. Quizás este año deberían votar a Milei.

-Los seis episodios de El Reino II están disponibles en Netflix.


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