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Funcinema

El Reino – Temporada 1

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Podríamos ver a El Reino como una forma de cristalización de una corriente de la producción audiovisual argentina, esa dirigida a un público de clase media que gusta de sentirse progresista a partir del uso de una retahíla (ya cansadora) de lugares comunes. Acá, de hecho, está todo configurado para asegurar el éxito: no solo los creadores (Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro) son nombres con reconocimiento en el ambiente artístico, sino que el elenco está repleto de estrellas y el despliegue de producción derrocha ambición. Y convengamos que el punto de partida, o más bien, el objetivo que se planteaba la serie, no dejaba de ser atractivo: indagar en las relaciones entre la política y la religión, focalizando en la creciente incidencia de las organizaciones evangélicas, un fenómeno que ya está muy consolidado en Brasil y que en la Argentina supo expresarse fuertemente en los debates sobre la legalización del aborto, aunque del lado perdedor. El relato se focaliza entonces en el pastor Emilio Vázquez Pena (Diego Peretti), líder de una congregación religiosa y candidato a vicepresidente de la Nación, cuyo compañero de fórmula es asesinado durante el acto de cierre de campaña. Eso lo deja a las puertas de poder convertirse en el próximo Presidente, pero también metido dentro de una red de intrigas, que incluye a propios y ajenos, mientras avanza la investigación judicial sobre el asesinato. Los primeros cuatro capítulos despliegan tramas y subtramas de forma tan ambiciosa como confusa y pareciera que el tándem Piñeiro/Pineyro no tuviera claro qué contar y cómo, o más bien, cuál es su verdadero foco de interés: ¿la política o la religión? ¿los dilemas particulares o el contexto social? ¿el país real o un país posible? Lo llamativo es que esta confusión no le impide a la serie avanzar con convicción y mantener la atención del espectador, aunque eso requiera pasar por alto la solemnidad dominante y suspender toda noción de verosímil: casi no hay humor, aunque los métodos que utiliza la fiscal interpretada por Nancy Dupláa, si uno conoce mínimamente de cuestiones judiciales, dan para reírse. Pero ya a partir de la segunda mitad de la temporada, van quedando claros las motivaciones de la serie y uno empieza a extrañar la poca claridad del comienzo. Esto queda muy patente en el sexto episodio, El Expediente Osorio, que es un verdadero espectáculo de delirios conspirativos y paranoicos, de esos que serían la envidia de los terraplanistas y antivacunas, pero en clave progre palermitana. Lo que termina diciendo El Reino es muy básico y hasta un poco risible: los evangelistas -y con ellos, los movimientos enmarcados dentro del “pañuelo celeste”- son el mal absoluto, un conjunto de timadores natos, amparados por el “imperio” norteamericano y que pueden llegar lejos porque el ámbito político está repleto (obviamente) de corruptos sin ideología. Los últimos capítulos incluyen milagros varios en clave católica, situaciones de abuso, una mirada sobre la pobreza que roza lo miserabilista y toda clase de diálogos totalmente subrayados. El cierre deja la sensación de que todo podría una comedia protagonizada por Will Ferrell, pero no, la serie (y sus creadores) se toma muy en serio a sí misma y pretende ser polémica. El problema es que para generar polémica se necesita ambigüedad, complejidad, verdadero pulso narrativo y algo de riesgo. El Reino no posee ninguna de estas virtudes y solo le queda la prepotencia discursiva.

-Los ocho episodios de El Reino están disponibles en Netflix. Ya está confirmada una segunda temporada.

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