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Escape a la victoria (1981)



TRATAR DE FILMAR EL FÚTBOL (Y A PELÉ)

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Hace unos días, a los 82 años, se murió el brasilero Edson Arantes do Nascimento, más conocido como Pelé, uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol mundial -no vamos a entrar en la discusión sobre si fue efectivamente el mejor de la historia, porque los messistas y maradonianos son gente muy sensible y con mucho tiempo libre- y posiblemente la primera estrella de ese deporte que abrió la puerta para la explotación de otras vías comerciales, mediáticas y artísticas. Por ejemplo, con el cine, a través de su participación en Escape a la victoria, una película algo olvidada, pero que todavía conserva interés a partir de las implicancias de su concepción y diversos aspectos formales.

Viéndola a la distancia, se pueden apreciar una multiplicidad de tensiones en Escape a la victoria, dadas por coyunturas particulares y generales. En cuanto a lo primero, era un proyecto que procuraba hacer confluir factores un tanto discordantes entre sí: un director (John Huston) que había aceptado el trabajo solo por el dinero, estrellas protagónicas (Michael Caine y Sylvester Stallone) con procedencias y formaciones diferentes; y la inclusión en el elenco de varios jugadores de fútbol sin experiencia actoral, como el propio Pelé, pero también el inglés Bobby Moore, el argentino Osvaldo Ardiles (campeón mundial en 1978), el belga Paul Van Himst, el polaco Kazimierz Deyna y el noruego Hallvar Thoresen, entre otros. A eso había que sumarle que era una remake de un film húngaro de 1961, Match en el infierno, y en hechos reales ocurridos en Kiev durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial, que eran trasladados en el argumento a Francia. En lo que refiere a lo segundo, estábamos frente a una película de un género como el deportivo que estaba todavía en gateras: vale recordar que la saga Rocky recién tenía cinco años y dos entregas (Rocky II se había estrenado en 1979), y que había estructuras narrativas, códigos y construcciones discursivas que empezarían a consolidarse ya más entrada la década del ochenta.

Por eso es que Escape a la victoria es, durante sus primeros dos tercios, mucho más un thriller bélico que un relato deportivo, cuyo referente más evidente era El gran escape, aquel emblemático film protagonizado por Steve McQueen. De hecho, resaltaba mucho más la mirada política sobre sobre el evento propagandístico propuesto por un grupo de oficiales nazis (encabezados por un Max von Sydow muy digno), en el que un equipo de estrellas del fútbol alemán se enfrentaría con un equipo integrado por prisioneros de guerra en un partido frente a una multitud de espectadores en París, lo cual podía ser aprovechado por estos últimos para intentar una fuga que también podría tener consecuencias propagandísticas. Recién es en la última media hora donde el film de Huston ingresa en el territorio de la épica deportiva, con la tensión creciente de un enfrentamiento que podía adquirir múltiples significados para todos los involucrados.

Y es allí, en el momento climático del partido, donde Escape a la victoria se vuelve realmente interesante y trasciende el lugar un tanto rutinario que tenía hasta el momento como thriller bélico. Es que, si obviamos lo improbables que eran Michael Caine y Sylvester Stallone como jugadores de fútbol -uno por su estado físico, el otro por su nulo conocimiento del juego-, estamos ante una película que, por su puesta en escena, permitió entrever cómo podría filmarse un deporte que suele ser complejo de abordar para el cine. La clave pasaba en buena medida por una pertinente utilización del plano secuencia y los planos generales para exhibir el movimiento coordinado de los cuerpos, esos arranques de velocidad y habilidad que terminaban, por ejemplo, en un golazo convertido por el personaje de Ardiles o en una chilena magnífica ejecutada por Pelé. Este último hacía un aporte extra desde el diseño de las jugadas que se veían en el film, como para confirmar que no solo se requería una cámara que siguiera apropiadamente los movimientos, sino también profesionales realizándolos.

El gran triunfo de Escape a la victoria no era tanto la fuga un tanto casual y accidental de los protagonistas en el final, sino el revelarnos que los tiempos del fútbol podían también confluir con los del cine. Pero ese triunfo sería efímero y casi silencioso: la película no fue un gran suceso en la taquilla y ha quedado relegada en la consideración cuando se piensa el género deportivo. Aún así, nos mostró que el genio de Pelé era, indudablemente, de tonalidades cinematográficas, una belleza que merecía la pantalla grande.


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